El Padre Tilo y la “revolución de la mesa compartida” Estar con los pobres siempre cuesta la vida: 47º aniversario del martirio de Rutilio Grande
"Hablar de los mártires salvadoreños es como hablar del mismo mártir Jesús de Nazaret. Conmemorar su martirio desde la alegría y desde la actualidad del hecho nos hace pensar en una nueva semana santa, en un nuevo viernes santo, y desde luego cada viernes santo no es nostalgia o historia, sino que es vida y vida actualizada"
"Se le acusaba como a todos los que hacen lo que él, de revolucionario, de comunista, de incitar a las masas pobres contra el poder establecido… la misma acusación que hicieron al maestro de Nazaret en aquel primer Viernes Santo"
"Rutilio es mártir como Jesús de Nazaret solo por decir que todos somos hermanos y vivir un evangelio encarnado en el “pobrerío”, que dirá después Monseñor Romero
"Rutilio es mártir como Jesús de Nazaret solo por decir que todos somos hermanos y vivir un evangelio encarnado en el “pobrerío”, que dirá después Monseñor Romero
| Javier Sánchez González. Capellán de la cárcel de Navalcarnero
Siempre que llega el aniversario de algún mártir salvadoreño, yo me pregunto qué diría ese mártir de la situación que se está viviendo actualmente en el pequeño país centroamericano de El Salvador, y me lo pregunto, sobre todo, porque para mí los mártires salvadoreños no son historia solamente, sino que son vida, y vida repartida y compartida como la de Jesús. Hablar de los mártires salvadoreños es como hablar del mismo mártir Jesús de Nazaret. Conmemorar su martirio desde la alegría y desde la actualidad del hecho nos hace pensar en una nueva semana santa, en un nuevo viernes santo, y desde luego cada viernes santo no es nostalgia o historia, sino que es vida y vida actualizada.
Rutilio Grande fue asesinado como todos los que defienden la causa de los pobres, de los débiles y de los marginados. Fue asesinado porque, como tantos otros y otras, su vida estorbaba, su vida levantaba ampollas entre los grandes, entre los ricos, entre los que explotan. Esos mismos ricos decidieron darle muerte porque con su vida les acusaba permanentemente. Su único delito, como el de Monseñor Romero, como el de Pedro Casaldáliga, como el de Monseñor Hélder Câmara, y desde luego como el del mismo Jesús, fue el tomar partido por aquellos que estaban al margen, tomar partido por los que nadie quería, y tomar partido por ellos, siempre suele costar la vida.
En la convulsa tierra salvadoreña de 1977, Rutilio Grande no podía estar con vida, no podía convivir el evangelio que él predicaba y vivía en las comunidades, con el poder opresor de los que en ese momento, y aún todavía, dirigían y gobernaban El Salvador. Lo que Rutilio predicaba, el Padre Tilo, como le llamaban cariñosamente, era una mesa común, una mesa común donde todos pudieran sentarse y participar como hermanos, de igual a igual, con la misma dignidad de seres humanos que todos tenemos. “Vamos todos al banquete”, que dice la canción de entrada de la misa salvadoreña, vamos todos al encuentro con el Dios que nos hace sentirnos hermanos e hijos, con ese Dios que no hace distinción de ningún tipo, o mejor, que la única distinción que hace es la de los pobres y necesitados, ese Jesús que nos da el rostro de un Dios Padre-Madre, que sólo quiere que sus hijos puedan sentirse hermanos y puedan disfrutar juntos, de igual manera, de la vida que Dios les ha dado.
Por eso, para el Padre Tilo, participar de la Eucaristía era hacer experiencia de esa mesa común. La Eucaristía solo podía ser tal si dejaba de ser un rito puramente malentendido como “religioso o espiritual” y pasaba a ser una comunión de vida en el mismo Dios, y creando fraternidad. Rutilio era un hombre de comunión, de profunda comunión, que creaba comunidades “de iguales”, donde escuchaban la Palabra de Dios y la llevaban a la vida, pero donde los pobres eran los primeros. Y todo lo hacía porque se sentía especialmente obligado desde el seguimiento de Jesús y del Evangelio. Se le acusaba como a todos los que hacen lo que él, de revolucionario, de comunista, de incitar a las masas pobres contra el poder establecido… la misma acusación que hicieron al maestro de Nazaret en aquel primer viernes santo. Rutilio es mártir como Jesús de Nazaret solo por decir que todos somos hermanos y vivir un evangelio encarnado en el “pobrerío”, que dirá después Monseñor Romero.
La Eucaristía, ¿es subversiva o no?
Esta manera de celebrar la Eucaristía nos tendría que hacer pensar cómo celebramos nosotros hoy la Eucaristía, hacernos pensar si hacemos de ella un mero rito o expresión de algo más, si la Eucaristía es subversiva o no. Y entendemos por subversión lo que Jesús entendía: sentarnos todos a comer juntos. Una subversión que no supone violencia, aunque así lo critiquen siempre los ricos, sino una subversión que supone ir en contra del orden establecido. Un orden que es capaz de dejar fuera a millones de seres humanos y de consentir guerras y atrocidades como la que estamos consintiendo estos días en Gaza, sin que nadie diga nada, ni siquiera desde nuestra misma Iglesia, que supuestamente sigue a Jesús de Nazaret. Quizás seguimos preocupados de lo “formal” de la Eucaristía, de si decimos las palabras adecuadas, si rezamos las oraciones que nos manda un misal absoleto, si nos ponemos la estola o la casulla adecuada al tiempo, o si cumplimos las normas que se nos dicen. Pero la Eucaristía no es vida, la Eucaristía sigue sin ser una revolución en la vida de los cristianos y en la vida de la Iglesia. Y es justo lo que al Padre Grande le costó la vida: una Eucaristía vivida y compartida que era referencia para todos los campesinos y campesinas que se sentaban a celebrarla, y que precisamente los grandes, veían como peligro.
Rutilio Grande era hijo de los pensamientos de Medellín y de Puebla, y desde luego del Concilio Vaticano II, unos pensamientos que consistían no en vivir doctrinas, no en creer dogmas, sino en vivir una fe encarnada en el pueblo, y especialmente en el pueblo martirizado de El Salvador.
Rutilio Grande era hijo de los pensamientos de Medellín y de Puebla, y desde luego del Concilio Vaticano II, unos pensamientos que consistían no en vivir doctrinas, no en creer dogmas, sino en vivir una fe encarnada en el pueblo, y especialmente en el pueblo martirizado de El Salvador. En 1977 el Salvador está viviendo una guerra civil encubierta, que luego definitivamente se declarará tras el asesinato de Romero, unas guerra civil donde los poderosos se negaban a compartir sus riquezas con los pobres. Un país pequeño en manos de unas pocas familias que detentaban el poder a todos los niveles, y por supuesto también el económico. Un país fácilmente gobernable pero en el que los poderosos no querían abandonar su sitio. Y en esa situación lo que Rutilio predica es una “revolución de la mesa compartida”, una revolución que haga posible la igualdad y la dignidad para todos los salvadoreños. Una revolución donde “cada cual con su taburete tiene un puesto y una misión”, una revolución donde todos podían y podemos aportar algo, porque todos nos necesitamos, porque todos podemos hacer que la vida sea mejor para cada uno, desde el reconocimiento de la igualdad y la dignidad de cada ser humano en particular.
Rutilio como tantos otros, no fue entendido por la misma jerarquía de la Iglesia, que en aquel momento estaba representada por Monseñor Romero, no fue entendido porque la Iglesia en muchas ocasiones también se aparta del evangelio y del pueblo, y quizás solo pretende llenar templos y estar a bien con todos. Una Iglesia que se conforma con “dar pan al pobre, pero no preguntar por qué el pobre no tiene pan”, en palabras de Dom Hélder, precisamente porque si pregunta por qué el pobre no tiene pan, la pueden tachar de política, de comunista y de revolucionaria.
Tuvo que ser asesinado Rutilio Grande, para que Monseñor Romero, el gran profeta salvadoreño, viera lo que no había visto antes, viera que los pobres eran el único sentido para el Padre Tilo. Que el Padre Tilo no pretendía sino solo eso: “hacer una gran familia de hermanos”. Los pobres y la vida de Rutilio, entregada hasta el final, como la de Jesús, convirtieron a Romero, y tanto le convirtieron que llegó también después a dar la vida él por ese mismo pueblo y por ese mismo evangelio. Romero, como Rutilio, se puso de parte de los pobres, porque es la opción a la que el evangelio tomado en serio lleva, y eso le llevó también al martirio.
Pero la Iglesia salvadoreña después ha tomado otros derroteros diferentes, parece que los asesinatos de tantos mártires salvadoreños, Rutilio, Romero, los jesuitas de la UCA y miles y miles de catequistas y campesinos y campesinas de pequeñas comunidades, no hayan servido para nada. Aunque no es cierto, su semilla sigue presente allí en cada casa, en cada cantón, en cada pequeña comunidad de base de El Salvador. La Iglesia jerárquica quizás haya seguido otros derroteros y no se haya enterado de ese martirio, “pero la Iglesia que es el pueblo”, en palabras de Romero, vive para siempre y de modo diferente.
Comenzaba diciendo qué pensaría hoy Rutilio Grande de la situación que se está viviendo actualmente en El Salvador, qué pensaría cuando son sacados de sus humildes casas, de cantones pobres, jóvenes acusados de pertenecer a las pandillas, simplemente por llevar unos tatuajes o por ser de familias pobres que no pueden defenderse, y son encarcelados en cárceles similares al peor campo de concentración nazi. Con muchos de esos jóvenes y sus familias tuve la oportunidad de compartir un tiempo, de poder ver sus sufrimientos, de poder reír y llorar con ellos y sus familias, y desde luego no formaban parte de ninguna pandilla. Qué pensaría cuando la única medida que se propone contra la violencia es una vez más la violencia institucionalizada, en lugar de preguntarse por qué la auténtica causa de la violencia es la pobreza y la desigualdad, que aún sigue imperando en la tierra santa de El Salvador. Siempre tienen la culpa de todo los pobres, y por eso la solución es ir contra ellos, porque nos estorban, porque nos critican, porque nos hacen caer de “nuestro pedestal”, porque nos quitan nuestro injusto bienestar. Y por eso la solución es crear “macro cárceles” donde los pobres allí metidos no nos estorben.
¿Qué pensaría el Padre Grande cuando viera las escenas de las cárceles salvadoreñas que estamos viendo últimamente? Seguramente no miraría para otro lado, seguramente seguiría estando con ellos y defendiéndolos, y seguramente acabaría de nuevo asesinado, porque seguiría celebrando las mismas “Eucaristías subversivas” como la de Jesús.
La única causa de la violencia en El Salvador ha sido y es la pobreza, un sistema que hace que miles de salvadoreños vivan en la más absoluta indignidad, mientras unos pocos viven en la abundancia. Un sistema que hace que cada día tengan que salir del país los pobres para buscar un futuro para sus familias, un país que se está quedando vacío de jóvenes y de personas con edad de trabajar, porque en allí no hay futuro. Cuando hablo con jóvenes de los cantones de San José de las Flores, de Arcatao, de Nueva Trinidad… todos del departamento de Chalatenango, siempre me dicen que sus pueblos están casi desiertos. Tienen que salir hacia Estados Unidos, el supuesto sueño de todo salvadoreño, jugándose la vida y apostando no solo los dólares que tienen, sino los que no tienen, y empeñándose por ello hasta los dientes. Y mientras desde arriba se siguen comprando los votos de los pobres, con un “remesa” de arroz y de maíz, que llenan momentáneamente el pobre estómago de los campesinos y campesinas. O se barre de la ciudad a los pobres porque no solo estorban, sino que "afean" la imagen de una ciudad, San Salvador, bajo una apariencia irreal de primer mundo.
Lo duro de toda esta situación es que este modelo se está exportando a otros países de América Latina, hace unos meses lo vimos en Ecuador, y hace unos días en la campaña electoral de México, una de las aspirantes a la presidencia prometía “crear una gran cárcel como solución a los problemas de los mexicanos”.
Después de cuarenta y siete años, la causa de Rutilio Grande sigue viva, sigue activa, porque los pobres siguen ninguneados en El Salvador; pero después de cuarenta y siete años tomar partido por los pobres, sigue pudiendo costar la vida y el exilio, como ya le pasó al padre Miguel Vasquez, jesuita, sacerdote de Arcatao, que tuvo que dejar el pueblo precisamente para evitar que pudiera ser asesinado. Con él tuve la ocasión de compartir un tiempo su vida y su trabajo en la parroquia de Arcatao, y lo único que a él le preocupaba era servir al pueblo, servir a los pobres con los que día a día compartía de sol a sol, su vida. Y junto a él, catequistas de parroquias, madres de familia, empleadas… que se ponen a favor de los que son machacados por el poder.
Por eso, nos queda mucho más que el recuerdo nostálgico de un buen hombre, que fue Rutilio Grande. Nos queda su vida, que es germen de vida nueva y de vida comprometida con el evangelio. Ojalá que los cristianos de todo el mundo así lo vivamos, ojalá que nuestras eucaristías sean vivas y comprometidas, ojalá que la Iglesia dé pan y evangelio, como también decía el otro santo jesuita sin canonizar, el Padre Arrupe. Ojalá que la Iglesia salvadoreña haga suyas las palabras de Romero: “El hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente del prójimo” (Homilía 18 de septiembre de 1977).
"Iba como siempre a celebrar la Eucaristía con los suyos, con los más pobres, para ellos vivió, con ellos compartió toda su vida, y por ellos también derramó hasta la última gota de su sangre"
El monumento llamado de las tres cruces, en el camino de Aguilares a El Paisnal, recuerda el sitio donde cayeron asesinados Rutilio Grande, el campesino Manuel y el joven Nelson Rutilio, de apenas 16 años. El coche de Rutilio fue ametrallado por sicarios al servicio del ejército, mientras se dirigía a la celebración de la misa vespertina de la novena de San José; el cuerpo del sacerdote jesuita de 49 años presentaba “18 orificios de bala”. Iba como siempre a celebrar la Eucaristía con los suyos, con los más pobres, para ellos vivió, con ellos compartió toda su vida, y por ellos también derramó hasta la última gota de su sangre. Este “calvario” es sin duda similar al de Jesús de Nazaret, es un “nuevo Gólgota”, en una nueva “Tierra Santa”, la de El Salvador.
“Vamos todos al banquete a la mesa de la Creación, cada cual con su taburete tiene un puesto y una misión”, que cada uno de nosotros, desde la enseñanza de los mártires, descubramos cuál tiene que ser nuestro puesto, que no renunciemos a él, y que siempre estemos dispuestos gritar por los derechos de los otros.
Y nos unimos de nuevo a las palabras de Monseñor Romero, ante la tumba del Padre Grande, después de su asesinato: “Yo no puedo, Señor, hazlo Tú”.
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