Confianza y fortaleza
La confianza es un don y una tarea. Porque todo lo que somos es fruto de la enseñanza, el desinterés y el cariño de nuestros padres, profesores, amigos… Todo lo que hemos recibido nos llena de energía, para darnos a los demás con generosidad.
La confianza no responde a ningún tipo de interés, no busca su provecho ni desea beneficio alguno. Responde con desprendimiento y ternura, con un ánimo lleno de vigor, para decirle al mundo que la mayor rentabilidad es la donación gozosa sin esperar recompensa.
La confianza cree, se fía, espera con ilusión. Tiene una fe firme en los contornos definidos de unas manos, de un corazón, de una palabra, un silencio, un abrazo. Y esta certeza le da fuerza para seguir potenciando el valor de la amistad, siguiendo el amplio camino de la fraternidad.
La confianza se mantiene serena ante las dificultades, en la seguridad de la presencia y el cariño del otro. Ese íntimo convencimiento ofrece una nueva vitalidad, para seguir resistiendo, para continuar buscando el tesoro de la felicidad, el cuidado para uno mismo y para los demás.
La confianza va más allá de nuestras propias fuerzas, empieza a asentarse y crecer cuanto más vacíos estamos de nuestro egoísmo y autosuficiencia. La solidez interior nace en la cuna de la vulnerabilidad, en la mesa de la humildad, al compartir con el otro la noche y sus lágrimas.
La confianza se maravilla ante el milagro de cada día, se continúa sorprendiendo ante el amor que nos entregan, se queda fascinada al contemplar los destellos de la Divinidad en la naturaleza, en lo cotidiano de la vida, en los demás. Y esto nos fortalece y anima a dar ánimo, esperanza, ternura e ilusión a nuestro alrededor. Semillas profundas, sólidas, resistentes, que darán un fruto de solidaridad, gozo y esperanza, un fruto con el atrayente color de la confianza.