Las estrellas no pudieron soportar por más tiempo la iluminación artificial, cegadora de las ciudades europeas en sus noches vacías...
Hicieron una asamblea y decidieron que se quedara alguna, vigilante, solícita, pero que las demás marcharían a iluminar a partir de ahora los oscuros cielos del sur.
Y se dirigieron presurosas a incendiar las brasas de la humanidad y la ilusión sobre los cielos de Palestina, Siria, El Salvador, Congo, Bangla Desh...
Y los niños y las niñas, refugiadas en Lesbos, dirigieron sus dedos y sus miradas hacia un firmamento abarrotado de estrellas y, por primera vez en muchos días, saltaron, rieron, se abrazaron y, fascinados, soñaron con los ojos muy, muy abiertos...