El Misterio de la vida

El Misterio solo adquiere sentido cuando nos abre al asombro, la admiración, la contemplación callada. Y también cuando nos deja conmocionados ante el sufrimiento injusto, el dolor, la marginación y el odio desalmado.
El Misterio no se refleja en lo secreto, en lo oculto, sino que se vuelve diáfano en la transparencia de una mirada, en la calidez del abrazo, en la fascinación ante la belleza, en el encuentro con el amigo.
La Divinidad nos envuelve, nos respira, nos invita a ser más humanos. Se la descubre en las entrañas de la tierra, en la mar serena o arbolada, en las caricias que regalan mis manos.
Todo es Sagrado. Cada nuevo amanecer lo hace patente: en la chica que corre a mi lado, en el niño que sonríe a su madre, en el cartel de manifestación contra la guerra, en el abeto majestuoso que crece junto al asfalto, en el beso profundo que se da una pareja de enamorados.
El Amor solo adquiere plenitud en la donación gratuita. En la entrega desinteresada, en la compasión ante el desconsuelo, en la solidaridad cotidiana. Al compartir la alegría, la fiesta, la celebración de los años.
La Fuente nos invita a detenernos para calmar la sed, a mirar entorno, a seguir caminando. Pero, al momento, se siente de nuevo la necesidad de acudir al manantial, al hontanar, para seguir bebiendo de un agua que de verdad nos sacie.
El Espíritu nos habita. El Aliento vital, que está en la montaña, en el río, en la alondra, en el sol, en la brisa. Y en cada ser humano. Es una llamada, un rumor permanente para acudir a su llamada. Para recrear cada nuevo encuentro y así reencantarnos.
Nuestro Dios no es un Dios de muerte, sino de vida. Por eso estamos convocados a la vida, a vivir con gozo y a llevar vida a nuestro alrededor. Solo calmando el hambre, acogiendo al extranjero, apoyando a la mujer maltratada, llevando paz ante la violencia, justicia contra tanta opresión… le haremos presente y diáfano en nuestro mundo, en la cotidiana sorpresa que nos regala cada nuevo día.
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