Proclama mi alma
Se intenta anunciar, como sea, una buena noticia que es necesario que se conozca, que no puede quedar oculta ni un minuto más.
El ser humano actual es producto de una larga evolución de millones de años, de la especie Homo sapiens (homo sapiens/demens, que diría Leonardo Boff), que posee, entre sus características principales, la de relacionarse de una forma especial con los demás: es un ser social. Necesita expresar sus sentimientos, comunicar sus hallazgos, celebrar la vida junto a los otros, dialogar para crear lazos y hacerse entender.
Cuando no comunicamos nuestros gozos y nuestras tristezas, sentimos que nos falta algo. No hemos sido creados para guardarnos para nosotros mismos las experiencias que vamos acumulando, muy al contrario, nos es imprescindible transmitirlas. Nuestro yo necesita de un tú para realizarnos íntegramente, para ser plenamente nosotros mismos. Nuestra libertad solo es auténtica en relación con el otro, con los otros. Solo somos cuando compartimos.
Si no sacamos hacia fuera nuestros conflictos, nuestras penas, nuestros sentimientos dañinos, se nos van enquistando, se corrompen y, cuando afloran, siempre surgen de forma imprevista, normalmente de malas maneras, desencadenando situaciones que no deseamos.
Del mismo modo pasaría si conserváramos solo para nosotros mismos las alegrías, los momentos felicitantes, las experiencias agradables y fructíferas. El egocentrismo, el individualismo, el narcisismo no pertenecen a nuestra verdadera esencia. Lo más nuestro es la convivencia, la colaboración, el cuidado, la comunicación. Y cuando compartimos lo que somos, vivimos y sentimos, alcanzamos nuestra verdadera talla como personas. Entonces crecemos en humanidad, descubrimos el auténtico sentido de nuestra vida.
Proclamar es hacer público un sentimiento en voz alta, sin miedo, porque predomina más el deseo, la necesidad de que se conozca, que el que se mantenga en secreto: «Que tu luz se haga clara como el día»; «no hay nada escondido que no salga a la luz». Es como una acción de gracias desbordante, realizada con todo el cuerpo, con todo el alma.
En estas primeras palabras del Magnificat resuena el cántico de Ana (1Sam 2,1-10): «Tengo el corazón alegre gracias al Señor, la frente alta gracias a Dios». El Antiguo y el Nuevo Testamento se entrelazan, mediante las palabras de María, en un mismo himno de alabanza, de gratitud, de donación, de expectativas ilusionadas. Un corazón inundado de amor, desborda alegría. Y está capacitado para transmitir esperanza a raudales. La vida transpira por todos sus poros. Las demás personas notan en sus actitudes, en sus palabras, en su sonrisa, la felicidad que late por dentro, la ternura en el trato, la amistad y la cercanía personal que se establece desde el primer contacto.
«De lo que hay en el interior, habla la boca». Así es. Solo lo que se elabora con detenimiento, lo que se trabaja con precisión minuciosa, lo que se estudia con aplicación e interés, produce un fruto abundante. En el hondón de la vida espiritual de María, de toda su vida impregnada por el Espíritu, fue fraguando su Dios el carácter, la atención, la sencillez, la mirada transparente, la solidaridad indefectible con las vicisitudes que vivía su pueblo.
María se abrió a la acción de Dios, a su voluntad, vislumbrada en la cotidianidad, en los hechos diarios, en las señales que percibía a su alrededor y que luego interiorizaba. De esa experiencia profunda brotará una palabra repleta de gozo.
Oración
María, la alabanza en ti
era una actitud habitual.
Tu mente, tus manos, tu corazón,
toda tu vida, proclamaba
la alegría de sentirte
en los brazos de tu amado Dios,
el profundo agradecimiento
por todo lo que recibías
y que no podías más que donar
en tu existencia cotidiana.
Ayúdanos a bendecir y agradecer
como tú lo hiciste siempre.
Amén.
(La buena noticia de María. Ed. CCS)