Trabajar por la justicia
«El reinado de Dios es un mundo en el que reine la paz con justicia y la solidaridad universal» (Xavier Alegre).
No es un mal de hoy la falta de justicia. Desde que el ser humano se organiza socialmente surge el egoísmo, la falta de equidad, la opresión de uno sobre otros. Ni siquiera las épocas de bonanza económica se libran de la desigualdad y el menosprecio de unas clases sobre los demás. Pero, como estamos observando, es en los tiempos de crisis, como la actual, ocasionada por los bancos y las grandes empresas financieras de nuestro mundo principalmente (aunque luego la paguemos solo los ciudadanos y, de una manera más contundente, las clases más desfavorecidas), cuando la injusticia se muestra de una forma descarnada e inhumana, sin velos ni tibiezas. Es la verdadera cara de un sistema económico perverso, más aún, criminal, como viene denunciando el Papa Francisco.
Aun así, precisamente por ser aún más crudas y dolientes las injusticias, los cristianos, los creyentes y cualquier persona éticamente comprometida con el buen vivir de la humanidad y el cuidado de la creación, debemos comprometernos por la justicia y el bienestar de nuestros conciudadanos y de todos los hombres y mujeres que viven en nuestro país, sin excluir las luchas por la justicia en el mundo entero.
Sabiendo también que cuando en una sociedad se incrementan las desigualdades, las arbitrariedades, la corrupción, surgen cada día más revueltas que, debido a la indignación de la gente, pueden provocar cada vez más violencia. Pero para alcanzar la paz no se puede y no tendrá ninguna eficacia incrementar la represión, limitando las libertades ciudadanas, sino invirtiendo en igualdad, protección, educación, cuidados, bienestar ciudadano, privilegiando ante todo a los agentes sociales más débiles y desprotegidos. Solo así irán de la mano la paz y la justicia. O, como dice el Salmo, «se besarán».
En el trabajo de cada día es donde fructifica la causa mayor de la Justicia. Cuidando las relaciones entre las personas, defendiendo a los inmigrantes, a las mujeres violentadas de mil formas, a los trabajadores, a los ancianos, los niños y enfermos, a las personas en paro… En nuestra pequeña esfera cotidiana, como hormigas, trabajando en redes de solidaridad y cercanía, vamos construyendo una sociedad más justa.
Sin esperar a que den el primer paso los demás, porque si no los dan nos quedaremos parados indefinidamente. El grito, el sufrimiento, la imagen doliente, tanto en nuestra sociedad como en cualquier parte del mundo, deben hacernos despertar y salir al encuentro de quien sufre injustamente.
A veces es necesario atender con la máxima urgencia a situaciones de vida o muerte. Pero el ideal, lo que cambia realmente las inequidades, es ir a la raíz de los problemas, a la causa de las desigualdades. Solo cuando se ataja el mal desde su raíz es posible que crezca un nuevo árbol sano y frondoso. Con las armas de la paz, la no-violencia y el perdón y de la mano de la verdad, la honradez, el cuidado y la justicia.
«Felices quienes sienten un inmenso dolor ante la injusticia del hambre, del insulto, del odio, de la guerra, y emprenden un primer paso para solucionarlo».