Ven Jesús, acompáñanos,
enséñanos a vivir y a mostrar
manantiales de esperanza
en un mundo anhelante de agua viva,
para poder derramarla a raudales
sobre tanta tierra árida,
sobre tantas ilusiones vanas,
sobre tantas flores marchitas.
Porque la esperanza
no es un espejismo, un ensueño,
sino la visión de lo que está aguardando
más allá de lo que abarca la vista,
para adentrarnos por los pasadizos
del corazón conmovido,
y que puede llegar a realizarse
uniendo tu mano, la de ella y la mía.
La esperanza es la huella, el eco,
el suave susurro de una voz
que nos llama, nos espolea
para que no nos quedemos dormidos,
sordos, en los sillones de la indiferencia,
para lanzarnos hacia la aventura
siempre sorprendente de la ternura
y de la humana solidaridad.
Jesús solo llega, plenifica y llena
cuando se abren las fronteras,
cuando se eliminan las diferencias,
cuando te sientes gay, mujer maltratada,
anciano abandonado, enfermo de sida,
niño soldado, niña prostituida,
emigrante odiado por nuestra sociedad...
Y sales a la calle y das la cara por ellas y ellos,
y solo resuenan en ti latidos de fraternidad.