Ya no espero la engañosa ilusión de una vida sin males,
unos cielos y una tierra que destilen leche y miel,
una promesa baldía que colmate tantos cenagales,
una lucha eterna contra la infamia, el puño y la hiel.
Ya no espero que alumbre el día con un rojo amanecer,
una invitación a soñar el futuro con vanas apariencias
o con la luz eterna que desaparece cada día al atardecer,
para terminar tumbado bajo la ebriedad de la inconsciencia.
Solo espero en la mano que esparce vislumbres de estrellas,
que siembra lealtades y despierta con su ternura la luz de la sonrisa,
que abre puertas al viento, a lo nuevo que ahonda en las huellas.
Solo espero en la fuerza vital que me habita por dentro,
en la energía común que aúna voluntades y recrea los caminos,
en el hondo abrazo que estimula e invita al encuentro.