Un universo interior
Adentrarnos en la vida interior es como si nos uniéramos a una expedición de espeleólogos, que se adentraran en una cueva hasta el momento inexplorada, en la que la luz lo es todo para poder caminar, pero a veces se acaban las pilas de la linterna y hay que reponerlas a oscuras, no movernos, y dejarnos guiar por los sonidos, las aguas subterráneas, la brisa del aire… para llegar a descubrir nuevos caminos, pinturas sorprendentes, estalactitas y estalagmitas, que unen el cielo de la cueva con la tierra de la misma, quizá una salida por otro lugar donde podamos recibir con gozo, de nuevo, la luz del sol.
La crisis que seguimos sufriendo en nuestra sociedad, a pesar de los sacrificios, los recortes, la merma de derechos que impone, no ceja en continuar proponiendo para la salida de la misma, el que consumamos más, como única recta para que haya más desarrollo. Y el consumo irresponsable, sin medida, lo único que consigue es hacernos salir, pero no para dirigirnos al encuentro del otro, sino únicamente a la tienda física o virtual en la que podamos satisfacer nuestros deseos más inmediatos.
Nadie nos va a proponer que reflexionemos, que indaguemos cuáles son nuestras principales necesidades, que pasemos por el tamiz de nuestra vida interior todos nuestros anhelos y sueños. Y que, por encima de todo, nos sintamos libres para decidir qué es lo que precisamos de verdad, sin acumular por justicia con los más desfavorecidos, qué carencias y obligaciones tenemos, con nosotros mismos y con los demás.
Cuando mantenemos un diálogo cercano, cordial, amistoso y profundo con el otro que nos acompaña o con quien nos encontramos, dejando que hablen los corazones, los sentimientos, notamos cómo se dilata nuestra felicidad y nuestra humanidad. Estas conversaciones y encuentros tienen que llegar a formar parte de nuestra vida interior, para gustarlos, reflexionarlos, digerirlos, que nos alimenten y den fruto.
Desde ahí vamos encontrando nuestra más íntima identidad, que se va transformando a la vez con las experiencias vitales que vamos recogiendo por los senderos que recorremos cada día, diferentes, únicos.
Cuando la experiencia profunda de la vida interior nos lleva a aislarnos, a entristecernos, a olvidar los problemas de la gente, esa práctica no es positiva y provoca los efectos contrarios de lo que se pretende. La incursión en la vida interior tiene que producir, como provecho y beneficio, un mayor y gozoso encuentro con los demás, una relación más fluida y cordial, un compromiso para sentir con los otros sus y nuestras penas y alegrías.
Por lo tanto, el fortalecimiento de nuestra vida interior, solo tiene sentido si nos ayuda a mejorar nuestra forma de ser, si hace más humana nuestra humanidad, en contacto y unión íntima, vital con los demás.
El cultivo permanente, cuidadoso de la vida interior, de la espiritualidad, según José Arregi, «puede valer para nuestros días, porque necesitamos liberarnos del miedo y reconciliarnos con nosotros mismos; porque no nos basta lo que tenemos, lo que sabemos, lo que podemos; porque necesitamos seguir creyendo en la bondad a pesar de todos los males que hacemos y padecemos; porque es preciso seguir esperando activamente en otro mundo mejor».
«Felices quienes intentan contemplar y penetrar en su hondón personal, para ser en verdad lo que buscan: ellos mismos».
(Espiritualidad para tiempos de crisis. Editorial Desclée)