El Concilio y Paulo VI en la web de FSSPX ©
En su boletin número 238 la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por el Obispo francés, Marcel Lefebvre, incluye la primera parte de un estudio titulado: ¿Qué es un Concilio Pastoral?. Está firmado por S.E. Bernard Tissier de Mallerais, FSSPX, uno de los tres obispos de la fundación suiza. Se trata de un texto sencillo, inteligible aun en los más arduos pasajes, ameno y, a mi juicio, valioso en instrucción e información. Lo cual resulta hoy de gran interés para comprender por qué vivimos crisis tan destructiva en la Iglesia Católica. Crisis que se fundamenta esencialmente en la divinización del hombre, terco sucedáneo de aquel otro objetivo que mereció de San Miguel su grito: "¡Quién como Dios!"
Por ello creo que, de nuevo, toman fuerza las muchas muestras del pensamiento de aquel Papa Montini, por él mismo expresadas sin ambages ni adornos. De ellas selecciono a continuación las por mí tenidas como más preñadas de significado.
Propongo empecemos por aquellas con las que Montini-Pablo VI previene la reacción a sus, entonces, año 1970, atrevidos postulados. Así, el 4 de septiembre, cuando ofrecía a La Croix esta declaración: «Es necesario dar la bienvenida (...) a lo innovador; hay que romper con los esquemas habituales que utilizábamos para designar las invariables tradiciones de la Iglesia.» (?)
Buen comienzo. Ya es gran ambición romper con las tradiciones, que eso es, no nos engañen subterfugios, "los esquemas habituales para designarlas".
Los propósitos de Monseñor Montini se explican sobradamente al conocer sus proclamas. Por ejemplo, aquellas de su ‘retiro milanés’: «¿Por qué nuestros tiempos no han de tener una Epifanía que corresponda a su espíritu [el espíritu de los tiempos], a sus desarrollos? La maravillosa evolución científica de nuestros días, ¿puede acaso no ser la estrella, el signo que empuje a la moderna humanidad hacia una nueva búsqueda de Dios, hacia un nuevo descubrir de Cristo?» (“Il Papa della Epifania”, Milán, 1956). «Si el mundo cambia, ¿no debería igualmente cambiar la religión?» (“Reflexiones sobre Dios y el Hombre”) Vaya, qué poco papel se reconoce a la levadura en la masa, es decir a las enseñanzas del Dios hecho hombre. «(Porque) el orden a que tiende la Cristiandad no es estático sino que está en continua evolución hacia una forma superior...»
Cuál es esa forma superior se esboza en las propuestas siguientes: «El hombre moderno, ¿no podrá descubrir como resultado del progreso las leyes y realidades ocultas en el rostro mudo de la materia y oír la voz del espíritu que vibra en ella?» Tal vez el entonces Mons. Montini estaba ensayando una nueva catequesis sobre la Eucaristía. Pero no lo parece puesto que siguió preguntándose: «¿No será ésta la religión de nuestro tiempo? El mismo Einstein - novedosa referencia magisterial - atisbó esta religión universal de generación espontánea.» En este supuesto no se sabe dónde queda Cristo ni si hubo realmente una Revelación. Parece que el Cardenal Montini se preguntase, como Diógenes, en la contradicción de su alma: «¿No es tal vez ésta, hoy, mi propia religión?» (Conferencia en Turín, 27 de marzo 1960).
El Arzobispo de Milán nos sorprendió con una perla de contradicción a sus propias imposiciones, ya Papa, de obediencia a ultranza: «...las exigencias de la Caridad con frecuencia nos obligan a salirnos de nuestras ataduras a lo ortodoxo.» Aparte de señalar la despectiva cita a las ataduras, podemos preguntarnos: ¿Cómo puede pensar nadie que la Caridad case con lo heterodoxo? Cualquier heterodoxia es por naturaleza incompatible con el amor a Dios. Quizás sea por esta ley que Monseñor Montini se justificaba: «A veces hemos de luchar por la Iglesia en contra de ella misma.» Con ello, obviamente, se nos reconoce una vía que también puede aprovecharse con el signo inverso de la contestación. La cual, del lado de la Tradición, está refrendada y aconsejada por el Magisterio Pontificio de la Iglesia milenaria.
Francamente estas declaraciones son inesperadas en un papa. He oído decir que son un torpedo a la predicación de la Buena Nueva que es proclamar a Dios con nosotros y descubrirnos hijos y herederos suyos. Pareciera que para el Papa Montini, representante de los intereses de Dios en la tierra, lo importante no sea Dios sino el reino de este mundo. Leamos esto: «No debemos olvidar que la actitud fundamental de los Católicos que desean convertir al Mundo tiene que ser, ante todo, amarlo, amar nuestros tiempos, amar nuestra civilización [por ley del nuevo entendimiento ecuménico también la atea, agnóstica, no católica], nuestros logros técnicos y, sobre todo, amar al mundo.» (“La Biología y el Porvenir del Hombre”, 1960).
Así, ya Papa, el 29 de junio de 1970 nos recordaba la disciplina inviolable por la que «(...) todos los hombres deben obedecer al Papa en todo lo que ordene si se quiere estar asociado a la nueva economía del Espíritu.» ¿La nueva economía...? ¿De qué espíritu? Parece que el programa de Pablo VI requiere un papismo extremo; que con Montini el Papa sucede a Cristo, no que gerencia el capital de la Fe sino que lo maneja, lo tergiversa, lo combina para sus fantasías. Así, inédito en un papa pero coherente con sus nuevas propuestas, fue su discurso a la ONU rayano en la coba: «Estamos persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la sabiduría del hombre. Al menos, queremos decir, de su carácter sagrado.» (?) Y el colofón de que las Naciones Unidas representan «lo que la Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. Nos atreveríamos a llamarlo la mayor esperanza del mundo [...] algo que del Cielo bajó a la Tierra.» (Nueva York, 1965)
A primera vista uno creería que se está refiriendo a Nuestro Señor Jesucristo, ¿verdad? Pues no. Lo que Pablo VI nos decía es que lo que la Humanidad buscó a tientas, “en el vagar por la historia” es la Organización de las Naciones Unidas. Regalo del cielo. Evidentemente, un discurso así deja a la Iglesia en un nivel secundario. Más aún si lo dijo el vicario de Aquél que sí es, de verdad, la esperanza de todos los hombres que pueblan la Tierra. Lo cual no contradice que “su reino no es de este mundo”.
Terminemos con el lamento que Pablo VI incluye en el ya citado discurso de la clausura del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965. "El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión - porque tal es - del hombre que se hace Dios." Y el Papa se preguntaba: "¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación?" Pues lo mismo que le sucedió a Pandora... Él y sólo él fue el que lo promovió, pues que lo tenía diseñado en su mente desde los inicios de su biografía. Estos lamentos los repitió pocos años después al reconocer que en la Iglesia entró el humo de Satanás. Mas, ¿quién sino él le abrió puertas y ventanas? Es de un descaro descomunal echar las culpas a los hados de aquello de lo que en modo tan personal somos sus responsables directos.