Invitados de honor (II): Giovanni Papini
Me dolería esconder a mis lectores esta joya tan bien dosificada de verdades. Por tanto, hoy será Giovanni Papini el Invitado de Honor que nos visite. Y puede que no por única vez.
Mi propósito al planear con el director de Religión Digital este blog fue, más que para vehículo de mis ideas, para beneficio de los lectores aportándoles el pensamiento tradicional, hoy prácticamente desaparecido de este portal y de toda la Iglesia. Carencia que justificará también la difusión de otros autores y de sus lecciones magistrales.
A Papini sólo le conocía por leer, hace ya muchos años, las cartas de Celestino VI y la "Historia de Cristo", de la que no olvido lo mucho que me gustó. Por supuesto, poniendo aparte el sí o el no a su ortodoxia.
Gog - Goggins -, es un multimillonario hawaiano al que su creador dice haber encontrado en un manicomio... Este hijo de la fantasía de Papini se dedica a recoger en un diario sus encuentros con ciertos personajes de la primera mitad del siglo XX: Edison, Lenin, Bernard Shaw, Ford, Einstein o Gandhi, entre otros a los que destripa más o menos; y, como contraste, con simpatía a Knut Hamsum y a nuestro Ramón Gómez de la Serna.
En su papel de narrador el autor nos informa de las cosas extraordinarias que le suceden a Gog con algunos de sus conocidos. De sus personajes, el más arriesgado para Papini es Benrubí en cuyo relato "los críticos en tablilla asiria" encuentran materia para acusarle de antisemitismo. A mí, este caso me recuerda a otro gran escritor, Leonardo Luis Castellani, S.J., sabio doctor de la Iglesia que escribió su mejor obra "Los papeles de Benjamín Benavides", en la que, quizás los mismos críticos de Papini - pues son obras coetáneas -, o sus sobrinos, vieron rastros de antisemitismo; razón por la que finalmente la Compañía de Jesús determinó expulsarle de su seno. ("Cosas veredes Sancho.")
He aquí lo que nos cuenta Gog:
"Nueva York, 26 de febrero...
"En este mes he comprado una República. Capricho costoso que no tendrá continuaciones. Era un deseo que tenía desde hace mucho tiempo y del que he querido librarme. Me imaginaba que eso de ser el amo de un país daba más gusto.
La ocasión era buena y el negocio quedó concluido en pocos días. Al presidente le llegaba el agua hasta el cuello: su gobierno, compuesto por paniaguados suyos, estaba en peligro. Las arcas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal para el derrocamiento de todo el clan que asumía el poder, tal vez de una revolución. Ya había un general que armaba bandas de rebeldes y prometía cargos y empleos al primero que llegaba.
Un agente americano que estaba allí me advirtió. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York y en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos estipendios dobles que los que [antes] recibían del Estado. Me han dado en prenda –sin que lo sepa el pueblo- las aduanas y los monopolios. Además, el presidente y los ministros han firmado un convenio secreto que, prácticamente, me da el control sobre toda la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el amo casi absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante fuerte, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, a cambio de ello, nuevos privilegios.
El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las Cámaras continúan legislando, en apariencia libremente; los ciudadanos siguen imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de los acontecimientos. No saben que todo lo que ellos creen poseer –vida, bienes, derechos civiles- pende, en última instancia, de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.
Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. Podría, si quisiese, revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar con ello al Gobierno, desde el presidente hasta el último secretario. No me sería imposible empujar al país que tengo en mis manos a declarar la guerra a una de las repúblicas limítrofes.
Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbre de la comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones.
Yo no soy más que el rey de incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido adueñármela y el evidente interés de todos los enterados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y bastante más grandes e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una análoga dependencia de misteriosos soberanos extranjeros. Siendo necesario mucho más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño como en mi caso, de un trust, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de banqueros.
Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son efectivamente gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza, los cuales continúan representando con naturalidad el papel de jefes legítimos."
(De su obra Gog)
Esbozo personal.
Papini es uno de los grandes conversos del s.XX.
Nació en un hogar complicado no ya por la cultura fuertemente ateísta, anticlerical, "intelectual de izquierdas", sino por el extremismo que en ella expresaba su padre; hasta el punto de que el niño Giovanni fue bautizado a escondidas de él.
Cumplidos 24 años publicó"El crepúsculo de los filósofos", una obra en la que discutía las propuestas de Nietzsche con todo el revuelo que tal 'insolencia' produjo, mostrando en ella además sus inquietudes de acercamiento al catolicismo. Algo influiría sin duda casarse con una mujer católica, ocasión en la que se confesó e hizo la primera comunión.
Quizás por reacción a sus orígenes familiares Papini se acercó al fascismo de Benito Mussolini, a quien dedicó una "Historia de la Literatura Italiana": "A el Duce amigo de la poesía y de los poetas". Pronto destacó como enfant terrible del periodismo por su afición a escandalizar a los lectores arremetiendo contra algunos famosos de su tiempo.
Estaba finalizando la Segunda Guerra Mundial (1943) cuando Papini se recluyó en un convento de franciscanos. Poco después, cuando los vencedores empezaron sus purgas antifascistas, tuvo que enfrentar diversos procesos y campañas acusándole de casi todo y, por descontado, de antisemita. La derecha católica asumió su defensa y obtuvo su final rehabilitación.
Termino con una reflexión.
Es lógico que el lector aplique el relato de Papini a la delicada situación en que se encuentra la economía de naciones como, en América, por ejemplo: Argentina, Venezuela, México, Cuba y los Estados Unidos; o, en Europa: España, Italia, Grecia, Francia e, incluso, Inglaterra. Pero en este blog más nos atrevemos a preguntarnos - conspiranoicos que somos - cuál será la identidad multimillonaria que incide en el gobierno de la Iglesia y del Estado Vaticano, hasta el punto de deponer papas simplemente por distraer, sacar y meter volúmenes de dinero a su antojo.