Sacramento de la Reconciliación (I): Quejas de un consumidor. ©
Mas aprovechemos esta película para reflexionar acerca de la confesión, individual y secreta, a la que el progreso conciliar le ha ido mermando su intrínseco sentido sagrado. El sentido exclusivamente religioso, sobrenatural del Sacramento de la Penitencia y del Perdón, que es el fondo argumental del film de Hitchcok.
En los ensayos post-conciliares de "puesta al día" y, no sé si ya enmendados, en las parroquias progresistas para que un sacerdote nos oyera en confesión teníamos que cumplir unos requisitos: horarios que no siempre se respetaban, reunirse en pequeños despachos fuera del templo, llamar a un timbre... a más de no confesarse, de ninguna de las maneras, faltaba más, durante la misa de domingo. Cosa obligada donde no hay más que un sacerdote pero absurda en donde sí los hay. Lo que muestra que si la confesión es un sacramento secundario es porque la Nueva Misa era el instrumento más importante de "reconversión" donde sugerir a los indefensos fieles la desacralización de los otros seis caminos de gracia.
La rejilla.-
Hace un siglo, tal vez menos tal vez más, que los jesuitas habían desechado en parte la rejilla, pues que abrían las hojas centrales para los hombres y respetaban las ventanillas para las mujeres. Lo cual estará muy apoyado en propósitos pastorales pero, por lo que me parece, una costumbre que también interrumpe la comunicación con Dios que el contrito busca.
La innovación de ahora en algunas parroquias muy avanzadas es que sacerdote y fiel hablen amigablemente como en charla de café, cara a cara... Un cómodo asiento para dialogar como en consulta, al final de la cual se nos dice: “Y ahora arrodíllate que te voy a dar la absolución.” La fórmula en vernáculo ha ayudado mucho a sembrar en el subconsciente del fiel la idea de que el que perdona es el sacerdote. Ese cordial “Don Manuel”, “Padre Pérez”, o “Vicario”, nombre éste protestante-anglicano desusado entre católicos pero resucitado por cierto instituto laical. De modo que el sacerdote parece que absuelve con potestad propia, en lugar de cuidar en toda su expresión que es el mismo Jesucristo, usando de los labios y del criterio pastoral del ministro de la Iglesia. (Catecismo, a. 1441 y 1442)
Lo natural con esta moda es que se diluya la aprehensión de lo que estamos haciendo y, por tanto, que nuestra atención fluctúe según sea la simpatía o el rechazo del hombre sacerdote. A la par que perdemos la pista del amor de Dios por nosotros, causa y combustible en nuestro deseo de agradarle elevándole esta nuestra averiada condición que heredamos de Adán.
El choque con la vida es un magma en constante ebullición de intenciones y fracasos que sólo nos puede calmar el trato con Dios. Si no el asiduo y constante, del que yo soy incapaz, al menos frecuente y deseado. Sólo sabiéndonos ante Él removeremos sinceros lo embarazoso de nuestra biografía. La mayoría de los problemas de personalidad, depresiones, hosquedad y aislamiento provienen de lo malo que no sabemos descubrir ni, por tanto, purgar; del amor y el bien que escatimamos; del absurdo de escondernos de Dios, particularmente porque es imposible... Mas he aquí que esto se hace muy difícil en las confesiones "amigables", al absorber el sacerdote-hombre el simbolismo divino del Sacramento. De modo que para superar la impostura el penitente “se confiesa” sólo de lo que a él le gusta que sepa el hombre social que tiene delante. La confesión termina en teatro florido de "virtudes estropeadas".
¿En qué se funda el celo sacerdotal por el secreto de confesión, incluso ante evidencias de criminalidad?
Pues en que es una relación privada entre Cristo y el cristiano. Asunto exclusivo entre Dios y el alma penitente, de absoluta intimidad entre Dios y él. El sacerdote oye en confesión a un alma y no a un DNI. Dios mismo la escucha delegando en el sacerdote, más por necesidad instrumental que porque Dios le necesite. El sacerdote es como el teléfono... Por eso, una vez concluida la confesión, ni ‘sabe’ ni ‘recuerda’ nada; igual que el cable telefónico. La confesión sacramental es como una correspondencia entre Dios y el fiel; por tanto, inviolable.
Un ejemplo de este escrúpulo es que si un superior conociera, por algo oído en confesión, que un subordinado, incluso ya nombrado por él para un cargo, no sería digno para ocuparlo, tal superior no podría revocar su nombramiento ni intentarlo siquiera, aun pesando amenaza de prevaricación. Porque estaría metiendo las narices en secretos de un alma con Dios. Solamente le queda esperar que el afectado le autorice a romper el sigilo sacramental. Lo que se habla en confesión es un secreto que involucra al propio Cristo, y romperlo no es sólo un delito sino un sacrilegio. El sacerdote que falte a este sigilo obra peor que el que viola el secreto postal.
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La Confesión, o sacramento de la Penitencia, o de la Reconciliación, es de importancia capital para los católicos. Hablaremos más sobre él en este blog.