Secretos del Resucitado y suerte de la Magdalena. ©

«Y si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe.» (1 Co 15, 14)


¡Resucitó! Y por eso las campanas de todas las iglesias tocan sin descanso.

Leyendo el relato de los evangelistas en su inigualable sencillez, el lector honrado piensa que lo increíble se hace cierto, que Jesús realmente resucitó. Aquel crucificado al que, según certifican las huellas impresas en la sábana con que le amortajaron, recibió un golpe en la nariz, una bofetada en el ojo y cuarenta latigazos: 120 huellas que se corresponden con las tres disciplinas del flagelo romano. Además de, y esto es más señalador, una lanzada en el costado pues que no le rompieron las piernas... como también nos lo prueba el "negativo fotográfico". Un crucificado que en tan extraordinario documento muestra, además, su frente cuajada de puntos de sangre, no puede ser otro que Cristo Jesús al que vejaron con un casquete de espinas como burla de que se llamase rey. (Jn 18, 36-37)

¡Resucitó!. Y por eso repican las espadañas de todos los conventos.

El que devolvió a la vida al hijo de la viuda de Naín y mandó a Lázaro salir de un sepulcro en el que llevaba muerto cuatro días. Por cierto, la resurrección de Lázaro fue de enorme resonancia... Tanto así que desde ese momento los judíos decidieron matarlo. (San Juan 11, 44-49) Pero, pensemos, Aquél por el que todo fue hecho y sin Él nada es; el que es luz para todo hombre que viene a este mundo, ¿cómo no iba a triunfar sobre su propia muerte? Pues claro que triunfó. ¡Ese fue el sentido de su existencia y de su encarnación! Rescatarnos de la muerte, redimirnos de la estafa y del engaño.

Jesús resucitó después de pasar dos noches en aquel sepulcro a estrenar del huerto propiedad de José de Arimatea, hombre muy rico, además de influyente miembro del Sanhedrín. (Como es obvio.)

Repasemos el relato del Evangelista.

Una de las mujeres ha dicho a los discípulos que el sepulcro está vacío. Pedro y Juan corren a verlo y Juan, el más joven, se adelanta. Pero se queda en la puerta, respetuoso hacia San Pedro. Cuando éste llega, ve el sudario - que España guarda en la Catedral de Oviedo - «no por el suelo con los lienzos» sino doblado. Y, sigue el texto: «Entonces, pues, el otro discípulo - San Juan - entró también en el sepulcro, y vio y creyó». (Jn 20, 3-19)

Este «vio y creyó» a mí se me hace definitivo. ¿Qué es lo que vio para creer? ¿Tal vez que no había nada en el sepulcro...? ¿Que estaba el pañolón cuidadosamente «plegado en un lugar aparte»...? Esas cosas no tienen fuerza puesto que alguien en secreto pudo llevarse el cadáver y dejar así las cosas. Volvamos a eso de que los lienzos estaban 'por el suelo' y preguntémonos cómo estarían para que sólo por verlos San Juan comprendiera que Jesús había resucitado.

Así que veamos otra vez a la Sábana Santa, o 'sìndone'. En el famoso informe de la NASA se nos dice que las huellas o manchas se produjeron por una radiación que mantuvo cuerpo y tela separados del contacto; que hubo unos instantes en los que el cuerpo levitó. De esta manera se entiende que el resucitado, Jesús, dejara en su estado de envoltura no deshecha, la tela que le envolvió todo, por encima y por debajo. Para facilitar la comprensión imaginemos que inflamos un globo y lo vestimos para después desinflarlo. Algo así sucedió con la Sábana Santa para que San Juan, asomado en la entrada, al primer golpe de vista creyera que Jesús había resucitado. Esto no es más que una aproximación pero que se explica por la virtud del cuerpo glorioso. El de Jesús un cuerpo «en todo igual a nosotros menos en el pecado». (Heb 4, 15) Lo cual también explica sus posteriores prodigios, incluida su ascensión a los cielos.

La Magdalena encuentra a Jesús

Este episodio es tan hermoso, con tal anhelante poesía, ingenuidad y amor que no hay parangón en la literatura universal. Nadie que lo lea metido en situación puede zafarse de su encanto.

Conozcamos a María de Magdala. Fue, sin duda, una mujer bellísima y con todos los atributos femeninos en su canon más apreciado. Se dice de ella que tenía un negocio de cría y venta de tórtolas para el Templo. Judas ridiculizó a Jesús porque si supiera quien era aquella mujer no le permitiría lavarle los pies y menos que se los perfumara, con esencias tan caras, enjugándolos con sus cabellos. Jesús respondió al miserable diciendo que mucho se le perdona a quien mucho amó. Se dice de ella que tenía siete demonios... ¿Cuáles? Tal vez no faltaría el orgulloso de la ambición social, el simplista de la lujuria, el cobarde del amor al dinero, el amargo de la incomprensión... Y es que, por supuesto, la Magdalena tuvo amores más allá del simple comercio, quizás por infructuosa búsqueda de uno ideal, grande y deslumbrante.

María Magdalena es la cumbre de los personajes a interpretar por las más grandes actrices del teatro. En su figura se apoyan otras, incontables, como "La dama de las camelias", redimidas por un amor que necesitan, como toda criatura evolucionada, derramarlo en algo o alguien. La Magdalena es la cortesana más amada de todos los tiempos, la más querida de entre todas las traviatas que hubo y habrá. El personaje que ha hecho llorar al mundo durante siglos. María Magdalena es, también, la expresión de un amor que supera el loco afán de los perfectos; la personificación del arrepentimiento que gana misericordia por encima de la suma justicia. Era la misma que escogió la mejor parte por su amor jamás previsto hacia el Verbo encarnado, el Redentor de todos los que le aman y le confiesan.

La Magdalena en el sepulcro

Esta extraordinaria mujer vivió un episodio insólito en el jardín de José de Arimatea. Veamos.

La sábana abandonada en el suelo pregona que quien en ella estuvo envuelto se libró sin deshacer sus pliegues. Imagino que Jesús estaba desnudo, tal como fue amortajado, y pienso que los dos ángeles que le acompañaban le servían. Esa desnudez debía cubrirla. Y aunque es cierto que pudo hacerlo según le pareciera, como cuerpo glorioso supongo, como así hizo para caminar junto a los discípulos de Emaús y en tantas, muchas otras ocasiones, no sé por qué se me hace más fácil creer que echó mano de la ropa de trabajo que seguramente tenía allí el jardinero de José de Arimatea. De esta manera, caso de que los soldados de Pilatos o los del Sanhedrín estuvieran vigilantes sólo "verían" a un jardinero.

Echemos una ojeada al texto de San Juan cuando la Magdalena se encuentra con los dos ángeles (Jn 20, 13):

Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" Díjoles: "Porque han quitado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto." Dicho esto se volvió y vio a Jesús que estaba allí, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" [Parece que Jesús se recree en el despiste de la Magdalena como punto de broma que estallará en el inmediato desenlace. Es de notar las no pocas muestras de humor que los Evangelios recogen de Jesús, de forma especial en los pasajes de resucitado.] Ella, pensando que era el jardinero, le dijo: "Señor, si tú le has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré." Jesús le dijo: "¡María!" Ella, volviéndose, dijo en hebreo: "¡Rabbuní!", es decir, maestro. Jesús le dijo: "No me toques más, porque no he subido todavía al Padre." [Esta tierna escena algunos la censuran omitiendo el adverbio "más", dando a entender que aquella angustiada mujer al encontrar al buscado se quedaría como estatua. Lo más lógico, y tan repetido en otros casos, es que se postrase a sus pies, de modo que forzase a Jesús a advertirle.]



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«Si los recuerdos guardados sobre Jesús se quisieran poner por escrito, uno por uno, creo que el mundo no bastaría para contener los libros que se podrían escribir.» (Jn 21, 25)

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