Vicios de lenguaje - I - La Hostia y las ostias ©
Como portal y principio vuelvo a tocar esta blasfemia que se ha convertido de uso común en todos los ambientes; y al decir todos me refiero a todos. No por casualidad santo y seña de gentes sin religión o uncidas al carro de la subversión. Lo que hace más que inquietante que entre creyentes se tenga la blasfemia como natural y corriente. Durante algún tiempo me consolaba pensar que muy pocos tienen real intención de ofender a Dios cuando ponen en su boca la palabra ostia. Pero hace ya muchos años que la realidad se impuso como un oculto placer de ofender y vejar al Santísimo Sacramento materializado en la Sagrada Hostia, cuerpo y presencia de Cristo para los católicos.
Posible origen en una confusión.-
"Ostias” se llamaba a los empellones que se daban para echar a los que molestaban en los actos litúrgicos, no sólo para pedir limosnas, introduciéndose en los templos y entre los fieles. Igualmente, en la puerta (que si en latín es porta, también es ostium) a los que estorbaban la circulación. Aquellos empujones pasaron a llamarse “ostias”, porque los propinaba el ostiario o sus ayudantes, normalmente en la puerta del templo. (cfr. Fernando Mourret, Historia de la Iglesia).
La verdad es que, por misterio de odio a la fe católica, incluso por suicida desprecio a la trascendencia del alma humana, el que esta palabra sea parónima de Hostia vició su uso hacia un patente ánimo de blasfemia. Lo cual no es más que huella del maldito Satanás -cuyas estatuas se han vuelto a financiar como en el s.XIX-. Porque, si no se cree en la existencia de Dios ¿a qué el capricho de molestar a los que sí creen? Y, si sí se cree, ¿por qué la temeridad de ofenderle?
Los judíos se han sabido defender de la difamación contra su pueblo, pero entre católicos parece que el ataque a nuestras creencias importe un rábano. Y, lo que es más extraordinario, locura o subnormalidad profunda, cuando sabemos de algunos clérigos, obispos, párrocos, monjas y hasta conocidos personajes -socios consagrados a obras que se titulan divinas-, que gustan destacarse en sus círculos, no ya como malhablados sino blasfemos formales.
Dios ayude a los blasfemos sociales a deshacerse de semejante lacra, muchas veces la exteriorización de una cobarde vulgaridad, personalidad mimética, cuando no la expresión instintiva de ser falsos católicos.
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(Continuará.)