Para honra y alabanza de Santa Teresa de Calcuta ©

Madre Teresa de Calcuta es ya otra Santa Teresa, y van cuatro, o más; no sé.
Aquella menudita mujer albanesa nos cautivó, nos ganó el corazón a muchos espectadores cuando la vimos en un programa de TVE-2, a propósito de su visita a Madrid para inaugurar la sede de sus Misioneras de la Caridad. Como inciso oportuno digamos que son hoy multitud los que interpretan que esta Caridad, que da apellido a su obra, es la del humanitarismo. Pero, no y no. En este post quiero desmentir tal aberración. A ello me respalda aquel momento en que el locutor Joaquín Soler Serrano le preguntó, al final de una larga y magnífica entrevista, de dónde ella y las hermanas sacaban fuerzas para sus heroicidades. A lo que Santa Teresa de Calcuta respondió: «De las horas que pasamos de rodillas delante del Sagrario.» (¡Humm! ¿De rodiiillaas...?)

Aquí está el secreto de su nombre, en esas horas delante del Sagrario. Son misioneras, es decir enviadas del amor a Dios. En otras palabras, enviadas porque aman a Dios en sus criaturas. Si así no lo hicieran no serían mucho más que enfermeras de Cruz Roja, por ejemplo. Que también son esforzadas y benditas, pero en un orden diferente.

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A continuación les cuento una historia de interes.

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En el mundo son cientos, quizás miles, los vertederos de basuras sin control sanitario. Y en el tercer mundo no sé cuántos en los que algunas veces aparecen piltrafas humanas que ni están muertas aún ni están vivas ya. Nadie sabe por qué un hombre malherido es arrojado a un vertedero de basuras.

Haryana, India; el enorme vertedero de Payatas, Filipinas... Se detiene el corazón sólo de imaginar las cifras de abandono y pobreza. En la mayoría de estos vertederos grupos fantasmales de parias escarban para encontrar una tela sucia que puede valer para un sari o un poncho, o los trozos de una silla que sirvan para recomponerla. Cuando llegan los carros y camiones y vuelcan la basura, mujeres de ojos inmensos en cuencas bellísimas –el rostro de la miseria del mundo es cada vez más femenino- se preparan para ser las primeras en la búsqueda.
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Un hallazgo al caer la tarde

En la criba minuciosa a veces aparece una pierna o una mano anunciando un cadáver. Así le ocurrió a una muchacha en sus trabajos de aquella tarde. Su tía, que escarba en otro montón ve que la niña ha encontrado algo. Está de pie aprensiva y asustada.

-No lo he tocado. No sé si será hombre o mujer, ni si estará entero...

La tía, resuelta le desentierra y lo va examinando.

-Veamos, primero, si tiene algún papel.

La niña imagina que tendrá ya 60 años. Como en esas latitudes el sol cae en pocos minutos, en menos de media hora será noche cerrada y la mujer se apura. Mira en derredor.

-No tenemos tiempo. Lo esconderemos para mañana con este palo como señal.

Pero en la tarea descubren que aquellos ojos hundidos tienen todavía luz de vida.

-¡Está vivo!

La mujer lo incorpora y le habla. El mediomuerto no responde, apenas si respira. Manteniéndole en sus brazos se vuelve a la niña:

- ¡Corre! ¡Llama a las señoras, que se hace denoche!

En cosa de minutos se presenta una furgoneta-ambulancia de primeros auxilios con dos monjas y un mozo que con admirable diligencia le sacan de la basura, se lo llevan a la furgoneta y se van. Todos.
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En la casa asilo.

En un galpón de una antigua granja o almacén, donde han acomodado dos hileras de camas desechadas de un cuartel, han constituido las monjas un asilo para desesperados. En la salita de entrada improvisaron una clínica de urgencias. Como el infeliz no tiene resuello ni para ser lavado en la bañera, las monjas deciden limpiarle en la mesa de curas. El hombre balbucea algo que no le entienden. Aun así, le acercan a los labios agua especial contra la deshidratación. Una joven novicia ya está limpiando todo su cuerpo, le desinfecta y le unge con un cuidado y piedad que no son de este mundo.

Impresiona su cara quemada, cocida por un sol que allá en el vertedero le obligó a taparse aunque a la vez le impidiera ser visto. Sus labios resecos son geografía de ampollas. La tensión y el pulso dan cifras de extrema debilidad. Aquel conjunto de huesos cubierto de piel achocolatada, arañazos y moratones no cesa en sus temblores y bisbiseo. ¿Qué dirá? No le entienden. Parece un suspiro sin cuerpo, una paja que se tronchará con sólo tocarla. Sus labios se mueven y en voz gutural repite algo que parece la palabra ¡agua! Mas cuando una hermana le acerca otro vaso a la boca aparta la cara. Las monjas están desconcertadas, aquel desgraciado va a morir en cosa de minutos ¡y no se deja ayudar!

La Madre Priora recuerda haber oido este habla a algunos campesinos del norte y manda llamar al capellán que, en tiempos, misionó en aquellas tierras.

El Padre Derrick, un europeo de unos 60 años, llega apresurado. Pega su oído a los labios del moribundo... Las monjas están nerviosas. Pasa un minuto, cinco, diez. Las monjas rezan jaculatorias propias de su orden para estas ocasiones. El comatoso y el sacerdote va ya casi media hora que hablan entre sí. Al fin, el padre se pone de pie, se alisa el pelo pensativo.

- Bueno... El agua que pide no es la de beber sino, como él la llama, “la de los cristianos”. Vamos, que quiere ser bautizado.

Al tiempo que habla saca de una pequeña bolsa la estola y los frascos de la sal y el aceite.

-¡Ah! Me ha dicho que es de Madrás . Le he preguntado como quiere llamarse y me ha repetido muy emocionado: "Favor, Tomás; favor, favor, Tomás.”

La novicia sigue curando en silencio su cuerpo. Un cuerpo que es un esqueleto con ojos; ojos encendidos de ansiedad que son la sola puerta de su alma; alma que es lo único importante para los presentes.
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El bautismo.

El sacerdote besa la estola y se la coloca mientras recita en latín: Devuélveme, Señor, la estola de la inmortalidad...

Se vuelve a la Priora:

-Por favor, Madre, ayúdenme.

La solicitada se coloca al lado y levanta la cabeza del hombre. Otra hermana coloca una palangana debajo de su barbilla.

El capellán explica lo que van a hacer:
- Antes de nada, partiendo de que lo ha pedido y dada la urgencia de su estado, adelantaremos las fases del rito.

Las monjas cambian a la piltrafa palpitante a lo que va a ser "camilla bautismal", sobre la que ya observa ávida y curiosa todo lo que su estado le permite. El sacerdote da comienzo a las preguntas que han convenido serán aceptadas bajando una vez los párpados. Expectantes y en silencio los presentes oyen al Ministro recorrer el ritual en el idioma del catecúmeno.

- Tomás, ¿quieres ser cristiano?

Tomás cierra los párpados

- Tomás, ¿quieres ser bautizado?

Cierra los párpados otra vez.

El sacerdote derrama sobre su cabeza el agua bautismal al tiempo que hace las tres cruces:
-Tomás, yo te bautizo en el nombre del Padre.
Primera agua vertida en su nuca. El hombre está quieto, entregado al acto. El sacerdote le echa otro golpe de agua sobre la parte delantera y frente:
“... y del Hijo”.
El hombre sigue quieto. (La monjita que le sostuvo por su costillar comentó más tarde que le parecía tener su corazón en la palma de la mano.)

El ministro termina con un tercer golpe de agua:

“- ...y del Espíritu Santo”.

Acto seguido destapa el frasquito con el aceite, moja su dedo pulgar y crisma la cabeza del bautizado.

Tomás sigue vivo. Las monjas le ayudan a echarse acostado. El capellán comienza las preguntas del ritual que deberá aceptar bajando los párpados. Al llegar a: “¿Crees en Jesucristo que padeció por nosotros?“, el moribundo cierra muy despacio

los ojos y los mantiene entornados.

El Padre le unge el pecho diciendo:
-Te rogamos, Señor, guardes a este tu elegido, Tomás, sellado con la Cruz para que merezca llegar a la gloria de la regeneración. Por Cristo, nuestro Señor.

Las monjas, la niña, su tía y el mozo, que allí seguían, responden. -Amén

La novicia advierte: "-Padre Derrick, acaba de expirar"

El sacerdote le cierra del todo los ojos y recita de memoria el exorcismo:

-Yo te conjuro espíritu inmundo en nombre de Dios Padre Omnipotente -le bendice con la señal de la cruz- y en nombre de Jesucristo, su Hijo, Señor y Juez nuestro, - otra vez la señal de la cruz-, y por la virtud de Espíritu Santo- lo signa por tercera vez- que te vayas de esta criatura de Dios, Tomás, a la que nuestro Señor Jesucristo se digna llamar a su santo templo, para que se convierta él en templo de Dios vivo, y en él habite el Espíritu Santo. Por el mismo Cristo, Señor nuestro, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a todo el mundo por medio del fuego.

La hermana enfermera se levanta como por un resorte, se santigua y de sus hábitos saca un crucifijo que le pone sobre el pecho. Otra monja enciende una candela.

Y en esos momentos se produce un hecho inusitado que creo que ninguno de los allí presentes habrá olvidado. Lenta pero perceptiblemente la cara de Tomás se fue transformando igual que si le quitaran una careta. Un aroma extraño pero suave y agradable se irradiaba desde su cuerpo. Desaparecían las magulladuras y laceraciones como si la piel se recolocara. Su semblante, antes inspirador de pena, por no decir repugnancia, se iluminaba de indescriptible sosiego y serenidad. Como si en su interior estuviera viendo algo jamás antes visto, parecía que fuese a revivir pues toda su piel adquirió una tersura y un color como si de su interior le estuvieran vistiendo de boda.

Todos se arrodillan sobrecogidos de asombro. El Padre Derrick intenta iniciar la recomendaciónn del alma. Pero no pueden, abrumados por el prodigio que contemplan. Y es entonces que la Priora exclama: «Bendito sea Jesucristo que le dio a Tomás fuerzas hasta el último momento de lograr “su agua". En verdad, qué fácilmente nos olvidamos que no sólo de pan vive el hombre. Pidámosle a Nuestro Señor nos perdone por haber creído que Tomás sólo pedía agua de beber.» (Jn 4, 8 y ss)

Y a todos los asistentes, dándose un puñetazo en el pecho, como con rabia:

- ¡Oh, hermanas! Pidamos a Nuestro Señor nos perdone por no haber pensado que el agua que Tomás deseaba no era la de beber.
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Esa clase de amor


Esa clase de amor celestial. Esa clase de amor que hace a la raza humana el eslabón entre la materia y el espíritu. Punto esencial para la comprensión de estos escondidos milagros es saber que no sólo de pan vive el hombre, sino del sentirnos necesitados de una dimensión sobrenatural, siempre aplastada por los sentidos superficiales. Esas monjitas que atendieron a aquel no tan incomprensible Tomás - el Apóstol Tomás, el llamado Dídimo, murió mártir en aquellas tierras - no hacían humanitarismo al modo mundano. Qué arrogante ordinariez achacar sus renuncias a sólo un "espíritu solidario", humanista, al estilo de tantos "vicentes ferrer". Y vaya equivocación de sus vidas si así fuera.

Asistir a un terminal anónimo, vigilarle un pulso imperceptible, la mano en la frente, la palabra y el consuelo de la fe; la bandeja del desayuno con un cordial "¡Bendito sea Dios!". Anotar el dato que el médico pidió; puntual el vaso y la pastilla de las ocho; o la esponja y la palangana con la que limpiar pises y, quizás, heces... El rosario colectivo de cada tarde cuidando de que alguno no se retrase... No; amigos, yo no me creo que esa clase de amor venga del humanismo maritainiano, tampoco del amor inconsciente e instintivo a la especie. Mucho menos me creeré que se alimente de ideologías aparentemente justicieras.

Amor de tales quilates sólo puede venir de sentirse transmisores del amor de Dios, porque "sólo Dios es bueno". (Mc 10, 17) Y por eso es suyo todo el derecho a ser el primer servido. Y ya no sólo es que nosotros sirvamos a Dios en el enfermo desahuciado, en el tirado en la acera... Es sobre todo, que se le dan a Dios cauces para ser conocido y amado por ellos. Y también para amarnos, perdonarnos y recibirnos. El amor a Dios que lleva a los religiosos a servir al prójimo es el real motor del cariño y cuidados que dedican a tantos a los que la sociedad hedonista se los niega.

Una rara efusión de amor que penetra ignorados rincones de nuestro ser y nos los perfuma de más allá.

¡Oh, frágil Teresa de Calcuta, ruega por nosotros!

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