Para pensar mientras sube el ascensor. ©
Este título se lo robo a Jardiel Poncela, genial autor de un librito desternillante con título muy parecido. Porque voy a contarles una anécdota relacionada con un ascensor.
En una vida se presentan innumerables ocasiones para conectar con Dios o, mejor, deberíamos decir que Dios mismo las aprovecha para con sus nudillos, tímidamente, llamar y entrar en nuestro yo total. Nosotros nada más tenemos que ser receptivos. Para lo cual nos basta estar atentos a sacar esperanza de nuestras limitaciones en este fugaz a la vez que largo y formidable regalo de la vida. Sólo necesitamos tener configurada el alma hacia Él, la inteligencia interior atenta a oírle.
Desde que nacemos, el soporte físico que nos lleva se va desarrollando sin nosotros darnos cuenta, pero el espíritu y la inteligencia – no la picardía, que crece también sola – no siempre van a la par. Así el espíritu puede sufrir raquitismo extremo y la inteligencia quedarse en el peor analfabetismo. El avance socioeconómico nos hace más altos, más guapos y más preparados pero no puede hacernos mejores personas. Diríamos que el deslumbre de la tecnología nos hace más difícil esa ascensión iniciada en el Bautismo que exige, en medida personalizada, una actitud de trascendencia para que toda nuestra voluntad se ponga en las manos de Dios.
Puesto que en casa la familia mengua mientras crece en los que la dejaron para formar la suya, nos hemos mudado a un soleado piso de menor espacio, sito en una urbanización de excelentes instalaciones comunes y, sobre todo, buen vecindario. Pero dado que están cercanas las familias de mis hijos, quiero decir los que viven en Madrid, es corriente tener de huésped algún nieto, de entre uno a doce años.
Desde tiempo atrás llevaba días revisando en el cuarto trastero viejos papeles, cacharros y fardos que roban espacio. Tarea que nunca termina porque nos demoramos a desprendernos del pasado en retales con fecha de caducidad, temiendo tirar con ellos esa carpeta con el Acta de Matrimonio, los viejos pasaportes, cartas del tiempo en que aún se escribían, la orla del abuelo, las fotos de los bisabuelos, los recuerdos de aquellos viajes... Porque hay pasados que son presentes continuos.
Una tarde me acompañó una nieta de apenas cinco años. Como mi lector puede suponer, "me ayudaba" recolocando las cosas con un proverbial: Esto me lo pido. De pronto me di cuenta de que no era bueno continuar mucho rato en aquel ambiente ligeramente húmedo y de olores desagradables que los cuartos de basura no podían guardar del todo. Así que apuré la tarea y nos volvimos al ascensor.
La niña quería apretar el botón. “- Que no puedes, mi nena.” “- Que sí que puedo”, me contestó muy firme y segura. Mas yo me recreaba insistiendo: “- ¿Pero no ves que eres pequeñita y no llegas?” Y entonces la niña me iluminó con este sencillo argumento: “- Ya, sí, pero... ¡Si tú me aúpas...!”
Todas las virtudes, teologales y cardinales, quedaron comprimidas en ese: “Si tú me aúpas...” Y aquel ascensor, en aquel instante, se convirtió para mí en una mágica cabina de descompresión de todas las dudas, impotencias, vanidades y miedos que algunas veces se afincan en mi cabeza con éxito desproporcionado.
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* Es evidente que el autor de esta súplica no había leido la Gaudium et Spes.
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Importante
Los artículos de este blog son originales. En cualquier reproducción citen, por favor, autor y fuente. Comentarios.- Procuren ceñirse a los asuntos tratados en el artículo. El blogger se reserva el derecho de admisión y moderación.
¿Qué es un troll?
En Internet se llama troll a una persona que inserta comentarios irrelevantes en un foro de discusión, sala de chat o blog. O que, simplemente, busca que los usuarios se enfrenten entre sí. El troll se distingue por llevar la contraria pretendiendo superar cualquiera sea el asunto. Lo que parece guiar su interés es el vicio común: "De qué se habla que me opongo". Suele crear mensajes con diferente tipo de contenido como textos falsificados, groserías, ofensas, mentiras difíciles de detectar, con la intención de confundir y estorbar la unidad del blog o su buen fin. O enzarzar a otros en extremistas discusiones.
Prefiere escribir en soportes ajenos y nunca abre uno propio.
Saber más: http://es.wikipedia.org/wiki/Troll_(Internet)
Desde que nacemos, el soporte físico que nos lleva se va desarrollando sin nosotros darnos cuenta, pero el espíritu y la inteligencia – no la picardía, que crece también sola – no siempre van a la par. Así el espíritu puede sufrir raquitismo extremo y la inteligencia quedarse en el peor analfabetismo. El avance socioeconómico nos hace más altos, más guapos y más preparados pero no puede hacernos mejores personas. Diríamos que el deslumbre de la tecnología nos hace más difícil esa ascensión iniciada en el Bautismo que exige, en medida personalizada, una actitud de trascendencia para que toda nuestra voluntad se ponga en las manos de Dios.
«Señor, no me des pobreza con la que te maldiga ni riqueza con la que me olvide de Tí. (...) no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Pero quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte*, y blasfeme tu nombre, Dios mío. » Proverbios 30:7-9
Puesto que en casa la familia mengua mientras crece en los que la dejaron para formar la suya, nos hemos mudado a un soleado piso de menor espacio, sito en una urbanización de excelentes instalaciones comunes y, sobre todo, buen vecindario. Pero dado que están cercanas las familias de mis hijos, quiero decir los que viven en Madrid, es corriente tener de huésped algún nieto, de entre uno a doce años.
Una tarde me acompañó una nieta de apenas cinco años. Como mi lector puede suponer, "me ayudaba" recolocando las cosas con un proverbial: Esto me lo pido. De pronto me di cuenta de que no era bueno continuar mucho rato en aquel ambiente ligeramente húmedo y de olores desagradables que los cuartos de basura no podían guardar del todo. Así que apuré la tarea y nos volvimos al ascensor.
La niña quería apretar el botón. “- Que no puedes, mi nena.” “- Que sí que puedo”, me contestó muy firme y segura. Mas yo me recreaba insistiendo: “- ¿Pero no ves que eres pequeñita y no llegas?” Y entonces la niña me iluminó con este sencillo argumento: “- Ya, sí, pero... ¡Si tú me aúpas...!”
Todas las virtudes, teologales y cardinales, quedaron comprimidas en ese: “Si tú me aúpas...” Y aquel ascensor, en aquel instante, se convirtió para mí en una mágica cabina de descompresión de todas las dudas, impotencias, vanidades y miedos que algunas veces se afincan en mi cabeza con éxito desproporcionado.
«Yo os lo aseguro: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. (...) Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre.» (Mt 18, 3-5; 10)
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* Es evidente que el autor de esta súplica no había leido la Gaudium et Spes.
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¿Qué es un troll?
En Internet se llama troll a una persona que inserta comentarios irrelevantes en un foro de discusión, sala de chat o blog. O que, simplemente, busca que los usuarios se enfrenten entre sí. El troll se distingue por llevar la contraria pretendiendo superar cualquiera sea el asunto. Lo que parece guiar su interés es el vicio común: "De qué se habla que me opongo". Suele crear mensajes con diferente tipo de contenido como textos falsificados, groserías, ofensas, mentiras difíciles de detectar, con la intención de confundir y estorbar la unidad del blog o su buen fin. O enzarzar a otros en extremistas discusiones.
Prefiere escribir en soportes ajenos y nunca abre uno propio.
Saber más: http://es.wikipedia.org/wiki/Troll_(Internet)