La pobreza y los pobres - IX - La parábola de Francisco, 1/2
"El que habla por su cuenta busca su propia gloria; mas quien busca la gloria del que le envió, éste es veraz y no hay en él injusticia." (Jn 7, 18)
* * *
En la austera y confortable residencia que para sus eméritos tiene la Orden en un noble edificio de las afueras de la gran ciudad, se encuentra hoy Francisco. Es un anciano sacerdote, famoso por sus cruzadas contra la pobreza y la injusticia, sobre todo lo último. Siempre en defensa de los menesterosos en aquellos lejanos pueblos adonde sus superiores le enviaron hace ya muchos años.
Francisco está en su habitación, compuesta de dormitorio y cuarto de baño. Tiene en ella una cama, dos sillas y una mesa con estantería para cerca de cincuenta libros. Pequeña biblioteca que él ha reducido a tan pocos lomos que los podemos ver de una ojeada: En el corazón de las masas, de R. Voillaume; El fenómeno humano, de Teilhard de Chardin; El Campesino del Garona y La nueva cristiandad, de Maritain. Más algo de Jon Sobrino y “sus” víctimas así como de Leonardo Boff su magnífico La Resurrección de Cristo, nuestra resurrección. Aparte, dentro de un cajón guarda La historia me absolverá, de Fidel Castro, con dedicatoria del autor.
En este momento está revisando el informe que su Superior le solicitó sobre sus misiones en América. Tiempos y tierras de una vida llena de actividad contra la explotación de los pobres. ¡Cuántos recuerdos cosidos al corazón...! De pronto, la cabeza se le va; se reclina sobre la mesa apartando los folios para no arrugarlos. Tal vez esto se deba a la medicación, piensa. Pero Francisco – en los años sesenta desechó el tratamiento de Padre – barrunta que ha llegado la hora final. No siente miedo, ni dolor ni cansancio; ni la edad, 89 años. Piensa en llamar al hermano enfermero, pero, qué más da. Mañana Julián ya no le reñirá por asearse sin esperarle.
Sin transición, Francisco se ve en la estrecha puerta del cielo donde le recibe un joven cuya cara le es familiar: - ¡Hola, Francisco! Soy tu Ángel Custodio.» Se estrechan la mano. Francisco un poco azorado: «- Encantado. Nunca creí que existieras...» Ángel sonríe mientras piensa que no hace falta que se lo jure. El Custodio guía a Francisco a una sala y le pide que se siente a espera de ser llamado. A su izquierda hay un mostrador que le separa de unos ángeles, funcionarios del Registro Celestial, dedicados a computar datos de los miles de personas que cada día nacen y mueren en el planeta Tierra. Es una oficina auxiliar de la sección de Admisiones.
Mientras se relaja en una buena butaca, oye lo que hablan dos de aquellos ángeles funcionarios. El que parece mayor le comenta al otro una experiencia reciente sobre la llegada de un teólogo de gran ciencia y mayor fama. – Oye… ¡Que se presentó con unas prisas…! Ni te lo imaginas. Nos exigió que llamáramos a San Pablo, pues necesitaba verle enseguida. El funcionario joven sonríe y pregunta extrañado. -¿No hubiera sido mejor ir directo a San Pedro…? -¡Es lo que todos pensamos! Pero, nada de eso; sólo quería ver a San Pablo. Se negó a todo trámite y corrió a Esperanzas Cumplidas preguntando a todos con ansiedad: “-¿Has visto a Pablo? ¿Dónde está Pablo?” Y le decían que se calmara, que estaba en la eternidad, que no le faltarían ocasiones de verle. Un griego que andaba cerca le señaló: “Ahora mismo ha pasado por aquí… Mira, es aquél con la túnica orlada de oro…” Y allá que se fue tropezando con Santa Teresa de Jesús y Santa Isabel de Hungría a las que tiró al suelo... Y el ángel principiante: -¡Pues sí que debió tener motivos urgentes! - ¿Urgentes…? –exclamó el otro como si le hubieran pisado un callo - ¿Aquí…? Espera que te cuente… El novato dejó todo para atender: - Cuando por fin llegó ante San Pablo, aún sin resuello va y le dice: “- ¿Eres Pablo, el de Tarso?” San Pablo le puso una mano en el hombro y le respondió: “- Sí, hermano, yo soy. Pero sosiégate ¿qué te angustia?” “¡Oh, qué bien! Dime, compañero, dime: ¿Te contestaron los efesios…?” El joven funcionario se queda pasmado. -¡Pobre! La religión la entretenía como pasión por la fama abonada por sus descubrimientos. - Sí, - concedió el otro – sólo que en este caso como el que hace crucigramas.-¿Y dónde está ahora? –se interesó el novato. El veterano se encoge de hombros: - Por ahí; no estoy seguro. He oído que en el Limbo, traduciendo tablillas caldeas…
El tintineo de una campanita despierta a Francisco de su corta cabezada. Delante tiene a un alguacil redondo y coloradote que le dice: – Sígueme; te esperan.
Llegan a una sala grande, blanca y luminosa. Le piden que se siente. «-Querido Francisco- habla San Pedro - ya estás en la Eternidad y en la Sala de las Credenciales. ¿Traes tu informe?» «-Pues, no. – contesta sin turbarse. - Lo estaba haciendo para el Padre Superior y lo olvidé. ¡Me requeristeis tan de improviso...! Pero, no importa; lo tengo muy sabido.» Y Francisco empezó su exposición sobre la solidaridad con los desheredados de este mundo, de cómo volcó sus afanes por los pobres fustigándoles para que rompieran las estructuras adversas, predicando a los ricos la vergüenza de sus riquezas... Descargó un largo inventario mientras el ángel y San Pedro le escuchaban atentos.
Cuando Francisco terminó, el Príncipe de los Apóstoles se dirigió a una estantería cercana y alcanzó un libro grande, grandísimo. «—Espera un momento que busque aquí...» —Leía entre labios: «—A ver, la A: Almas, Educador de...¡Humm!»
«-Quizás la E: Eucaristía...» Chasqueó los labios. «-Tal vez la hache... Humildad..»
Cerró de golpe. Pensativo se atusó una ceja y se fue a otros archivos.
San Pedro hizo una seña al ángel y ambos se fueron al trono de Nuestro Señor. Francisco, desde donde estaba les veía pero no le llegaban bien las palabras que Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, les decía. «—Buscad, buscad mejor... De Francisco están computados sesenta y un años consagrados a la Iglesia y, por tanto, para mí y para mi Evangelio.» San Pedro agita una campanilla y un alguacil pequeño y redondo acude. Hablan mirando a Francisco. El alguacil va hacia él y le dice: «– Quieren que vayas. Sígueme.»
¡Qué momento! San Pedro le informa: "-Francisco, como bien supondrás aquí ya lo sabemos todo de tu vida y de tu conciencia. Sin embargo, hemos de representar un juicio para que puedas comprender las conclusiones. De esto ya estabas avisado por los catecismos, ¿verdad?» Francisco asintió como diciéndose: ¡Dónde estarán los catecismos...!
San Pedro, entonces, le lleva a un lado de la sala, que él no había podido ver, donde hay cuatro estrados: el de los Doctores y Apologistas; el de las Vírgenes y los Monjes; el de los Pontífices y los Reyes Cristianos, y el de los Mártires y Confesores.
San Pedro se inclina ante Jesús y le habla en tono que Francisco pueda oir. «-Maestro y Señor mío, como es costumbre Ángel informará el primero acerca de los hechos de su apadrinado.»
Fue aquí cuando, con una tristeza que no podemos llamar mortal pero que lo parecía, Ángel sacó una especie de iPad y advirtió: «—Estos apuntes son nada más que de las cosas que yo le advertía a Francisco que estaba abandonando con gran peligro para su misión y para su alma. Previamente diré que de ninguna manera rechazo las obras ofrecidas a los menesterosos, ni su deseo de derribar alguna tiranía. Pero todo el bien que de ahí se supone llega hasta aquí totalmente desmoronado ante el volumen de los males obtenidos.»
«El resultado final fue crear nuevas miserias y extender la ambición y el odio en almas sencillas que no conocían, como él, esos tormentos. En realidad no se solidarizó con los pobres sino que les proyectó sus propios esquemas, sus frustraciones familiares, los íntimos resentimientos de su biografía, en muchos casos novelada sobre estereotipos doctrinarios marxistas. Peor aún, en lugar de hacer el bien para las vidas de sus seguidores, o de sus parroquias, sin detenerse a pensar en la formación de sus almas les formaba más como agentes revolucionarios más para su propio orgullo, el de Francisco, que para dignidad de sus beneficiarios.»
El ángel continuaba su informe sin cansancio: «-Parece raro, pero así fue en muy diversas formas.» Miró sus apuntes durante unos segundos. «-Sí, claro, es verdad, Francisco abrió pozos de agua…» Se interrumpe y dirigiéndose a los doctores y apologistas, aclara: «-Digo en singular “abrió”, porque era él el autor de todo y su iglesia sólo actuaba de comparsa.» Se vuelve a sus notas y continúa: «-Creó economatos y levantó escuelas pero, al tiempo, sembró en muchas de aquellas almas la semilla cainita de la envidia y la ley del mínimo esfuerzo»
«A los que no se esforzaban por aprender un oficio les daba el opio de una falsa justicia basada en la demagogia de la igualdad, haciéndoles sentirse acreedores a la misma calidad de vida de los que sí se esforzaban.» Miró a Francisco, que le mantuvo la mirada con un mohín de ira... «¿Te acuerdas de Rubén, aquel camionero que después de un millón de kilómetros se compró un camión? Tú permitiste que sus vecinos le tomaran por un cochino capitalista. Tuvo que irse a México. ¿Y deTesio, el dela yuca? Estudiaba por las noches para aprender inglés y le llamasteis ambicioso.»
«- Y ni decir de quien se atreviera a criticar la predicación liberacionista pues que sin remedio pasaba a ser un reaccionario traidor.» El orador señaló que Francisco a los indígenas que por su esfuerzo se emancipaban de la pobreza y de la dependencia al grupo - comunidad – los echabadesu comunidad de base porque, justo al mejorar su situación, contagiaban cierto abandono de la lucha y despertaban en otros camaradas ‘agravios comparativos’.
En su asiento Francisco estaba tan quieto que parecía no respirar.
Ángel continuó: «- Mi apadrinado separaba a los indígenas de sus naturales protectores, sus empleadores y señores, y les malquistaba entre sí. Con la bandera de salvador de "víctimas" en realidad huía de hacer lo más difícil para él y sus camaradas: catequizar a los poderes sociales y económicos, alimentar las almas de los dirigentes de la nación con la noticia de tu existencia, Jesús, luz del mundo. »
«Pero eso sería demasiada traición a la lucha de clases, mucho más fácil de instigar. Ignoró de su campo misional a los patronos, a sus esposas e hijos, a los altos cargos del Gobierno y a los funcionarios de número. Almas herederas de generaciones católicas.»
«De este modo la sociedad fue poco a poco descristianizándose de abajo a arriba, de izquierda a derecha. Y dividiéndose en clases antagónicas: los ricos contra los pobres, los indios y negros contra los blancos, las mujeres contra los hombres, los alumnos contra los maestros. Para sus particulares esquemas: la clase de los explotadores y la clase de las víctimas.»
Francisco no podía aguantar aquellas, para él, acusaciones arbitrarias. Se levantó como por un resorte alegando con el mayor calor que los estamentos superiores de aquellas naciones eran totalmente impermeables a la evangelización. A lo cual San Pedro objetó que las dificultades de Francisco y de susseguidores fueron mucho peores que las de los primeros cristianos en la Roma de Tiberio, Calígula, Nerón o Domiciano. Aquellas durísimas y omnipotentes tiranías no consiguieron que la Buena Nueva se ahogara. Se predicó un único Dios Trinidad y a su Hijo Jesucristo, la redención y la vida eterna para todos los que en Él creyeran. Todo por igual a pobres y a ricos, a los esclavos y los amos.
Ángel enseguida aprovechó esta interrupción de San Pedro. Se volvió al estrado de los pontífices. «-El engaño de Francisco no es, evidentemente, atender a los pobres de los campos y de las aldeas, sino hacerlos herramienta infecciosa contra nuestra santa religión. Porque Francisco y sus camaradas asfixiaban al pueblo en guetos de clase, clubes particularistas donde se "expedían", hay que tener humor, una especie de distinción de "orígenes humildes" para, por ejemplo, ser admitidos como seminaristas o ser enviados a España o a Roma. »
«Con estas arbitrariedades – siguió incansable el ángel - su sacerdocio, su orden sagrada, le alienaba en una nueva iglesia que, para él, ya no era católica sino plural, ya no intemporal sino moderna y nueva. Limitada a secta de escogidos no tanto por su fe o su actitud moral. Materialismo puro y desprecio a la inteligencia de los fieles.»
«-Y, además, secta arruinada»-, apostilló San Pedro - «como primer efecto y castigo.»
Ángel quería dar fin a su informe. «-En Francisco y sus amigos la Iglesia conocida, la que tantos testigos como los aquí presentes cuidaron de conservar, se distinguió con una nueva popularidad. No era ésta el predicar a todos los hombres de toda raza y origen, sino el filtrar su recluta con preferencia hacia “los de orígenes humildes”, solamente. En consecuencia, con Francisco la Iglesia dejó de ser católica. Hoy ya no enseña un mismo Evangelio a todos los hombres y en todo lugar, y ha pasado a ser ecuménica, entendido como ahora se entiende en el mejor - y más engañador - de los casos. Es decir, no unificadora en el amor al Cristo sino receptiva de todos los credos. Tanto sin son paganos como si degenerados del cristianismo. »
Ángel se toma un respiro y se acerca a un estrado equidistante de las tres tribunas. «¿Puede haber una verdad sin dogma? ¿Un axioma que no sea matemático...? No hay que estudiar doce años de Teología para entender estas cosas.» Vuelve de nuevo a su lugar y añade: «- Para su torpe orgullo de ser bueno buenísimo con "tus" enemigos, Señor, lo mismo les valdría creer que Dios seáis uno, cinco mil o ninguno.»
San Pedro le recrimina: "-Evita las ironías, Ángel."
Ángel pide perdón juntando las manos. «-Con esto, Francisco al lado de sus superiores, entre ellos, como sabemos, tres papas perversos y otros tres débiles, desvirtuaron a la Iglesia Católica hasta parecer una facción anárquica y populista. Grande, sí, de inmensa nómina de bautizados, pero en cuanto a religión, errabunda e irrelevante. »
Y debo añadir algo que todos sabéis mas muchos prefieren ignorar. Que entre todas las sectas luteranas allí existentes, entre todas las confesiones, la de Francisco y sus amigos era la única que se distinguía propugnando el Marxismo, la dictadura del proletariado, las comunidades de base y tantas otras filias del Iscariote aquél, sólo ocultas en su diversidad de nombres. So capa de redención de oprimidos los antes fieles al Evangelio ya no saben lo que creen, caso de que crean algo."
San Pedro hizo una seña, como de aviso para acabar. El ángel se retiró. "- He acabado", y se sentó al lado de Francisco.
(Continúa.)