El futuro de la humanidad depende del futuro de los inmigrantes. Bienaventurados los inmigrantes, peregrinos de Esperanza (I)
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En el mundo marcado por estas migraciones masivas, guerras, desigualdades y crisis climáticas, las Bienaventuranzas de Jesús son un código que descifra un nuevo sentido para la historia, ofrecen una luz de esperanza y un llamado a la acción para construir una nueva era de justicia, solidaridad y fraternidad.
Así como las invasiones bárbaras produjeron un cambio de era (transición de la Antigüedad al Medioevo), los movimientos migratorios masivos de hoy están transformando el mundo y anunciando un nuevo ciclo histórico.
"Bienaventurados los inmigrantes, peregrinos de Esperanza, y ay de quienes los desprecien" Ay de los que causan que tengan que huir de sus países de origen y amurallan sus lugares de llegada. Ay de los que escandalizan a esos pequeños hijos de Dios con tanto rechazo y odio, mas les valdría hacer lo que el Evangelio dice con una piedra de molino.
"Bienaventurados los inmigrantes, peregrinos de Esperanza, y ay de quienes los desprecien" Ay de los que causan que tengan que huir de sus países de origen y amurallan sus lugares de llegada. Ay de los que escandalizan a esos pequeños hijos de Dios con tanto rechazo y odio, mas les valdría hacer lo que el Evangelio dice con una piedra de molino.
Los inmigrantes son los bienaventurados de este año santo.
El futuro de la humanidad depende del futuro de los inmigrantes. Ellos son peregrinos de la Esperanza que renuevan el mundo. La Iglesia tiene una responsabilidad única y profética en el desafío que plantean las migraciones actuales. Este fenómeno no solo es una crisis humanitaria, sino también una oportunidad histórica para salir de lo que podríamos llamar un "lugar resignado y rezagado" en la historia de la humanidad, y se convierta en un agente activo de transformación, justicia y esperanza.
Las Bienaventuranzas, proclamadas por Jesús, es la revolución del Cielo que irrumpe entre los hombres para reparar el sistema inhumano de la historia adánica. Un mensaje salvador que da esperanza a la realidad de los más vulnerables de cada época. Los inmigrantes y refugiados actuales son un Signo de los tiempos que pone en juego la civilización global.
Su problema no es un caso aislado, una crisis social pasajera. Por su envergadura, podemos afirmar que el futuro de la humanidad depende del futuro de los inmigrantes. Casi 300 millones de personas -en aumento- tratando de sobrevivir, huyendo de sus países de origen por un futuro mejor para sus hijos. No es un problema menor o de minorías identitarias indigestas de abundancia y asqueadas de todo.
En el mundo marcado por estas migraciones masivas, guerras, desigualdades y crisis climáticas, las Bienaventuranzas de Jesús son un código que descifra un nuevo sentido para la historia. Ofrecen una luz de esperanza y un llamado a la acción para construir una nueva era de justicia, solidaridad y fraternidad.
"Bienaventurados los inmigrantes, peregrinos de Esperanza, y ay de quienes los desprecian". Ay de los que provocan que tengan que huir de sus países de origen y amurallan sus lugares de llegada. Ay de los que escandalizan a esos pequeños hijos de Dios con tanto rechazo y ninguneo, mas les valdría hacer lo que el Evangelio dice con una piedra de molino.
Un nuevo ciclo de la Historia
Las Bienaventuranzas son un faro que indica el camino hacia una nueva era de esperanza y solidaridad. Los inmigrantes, con sus historias de dolor y resiliencia, nos recuerdan que el Reino de Dios es para los humildes, los que sufren y los que buscan justicia. Como dijo el Papa Francisco: "No se trata solo de migrantes, se trata de nuestra humanidad". Al vivir las Bienaventuranzas, podemos construir un mundo más completo, donde nadie sea excluido y todos encuentren un lugar en la mesa común.
Las invasiones bárbaras marcaron un cambio de edad histórica, hoy son los inmigrantes los que cambiarán pacíficamente un nuevo ciclo de la historia si procesamos desde la fe, la irrupción de su presencia. Está en nosotros que esta necesidad masiva no estalle como otras revoluciones de la historia, provocando incontables muertes inocentes y destrucciones.
Así como las invasiones bárbaras produjeron un cambio de era (transición de la Antigüedad al Medioevo), los movimientos migratorios masivos de hoy están transformando el mundo y anunciando un nuevo ciclo histórico. Este fenómeno no es simplemente un desafío demográfico o político, sino una oportunidad para redefinir las bases de la convivencia humana, la justicia y la fraternidad universal.
Entre los siglos IV y VI, los pueblos germánicos (llamados "bárbaros" por los romanos) invadieron el Imperio Romano, primero por ósmosis y luego aceleradamente, provocando su caída y dando inicio a la Edad Media. Aunque inicialmente fueron vistos como una amenaza, estos pueblos contribuyeron a la formación de nuevas culturas, lenguas y estructuras políticas en Europa.
Lo que en su momento se percibió como una crisis, terminó siendo un motor de transformación y renovación alentado en gran parte por la acción evangelizadora de la Iglesia, que se sintió comprometida con una misión. Ella fue aprendiendo, acertando y equivocándose junto con los cambios. Hoy tenemos un legado de humanidad impresionante y herramientas descubiertas e inventadas para abordar nuevos desafíos.
Estamos ante un acontecimiento para el cual las ideologías decimonónicas y fragmentadas, no están preparadas y menos aún lo están las simplistas soluciones populistas de odio y xenofobia, siempre en busca de chivos expiatorios para repetir totalitarismos y colonialismos ya conocidos.
Hace falta abrevar en la siempre actual luz del Evangelio para encontrar cauces humanizadores. Los inmigrantes de hoy están cambiando el curso de la historia y depende de nuestras sociedades cómo manejaremos el tema.
La Iglesia, fiel a Jesús y su lógica, tiene un importante desafío como lo tuvo en la edad media al encarnar la fe en pueblos y costumbres distintas para conformar el poliedro de lo que fue (y ya no es) el occidente cristiano con sus luces y sombras. No para repetir vetustas tradiciones del pasado, sino para renovar el ímpetu encarnatorio y compartir el vino nuevo del Evangelio con los nuevos odres de la humanidad que cambia de costumbres y de lugares.
Los inmigrantes encarnan todas las características de los Bienaventurados descriptos por Cristo
Los inmigrantes, especialmente los que huyen de la pobreza y la violencia, encarnan la bienaventuranza de los pobres, que a nuevos países con las manos vacías, pero con la esperanza de un futuro mejor. Sus países de origen han sido depredados por este mercantilismo tiránico de las corporaciones internacionales que no reconocen límite ético ni jurídico alguno. Acoger a los inmigrantes con humildad y reconocer su dignidad como hijos de Dios es un acto de reparación y amor.
Los inmigrantes y refugiados han experimentado el dolor de dejar sus hogares, perder seres queridos y enfrentar la incertidumbre. Su llanto es un llamado a la compasión. Ser cristiano es ser consuelo para quienes sufren, ofreciendo apoyo emocional, espiritual y material. Un apoyo real que los acompañe y ayude a superar su dolor, no las fantasías místicas de unas meditaciones y evangelios sin carne.
Muchos inmigrantes se han convertido en tales, por ser víctimas de injusticias, discriminación y explotación, pero responden con paciencia y resiliencia. Su mansedumbre es una fuerza transformadora. No podemos hacer otra cosa que defender los derechos de los inmigrantes y trabajar por un mundo donde todos tengan un lugar. No llegan con armas, sino con brazos para trabajar y construir en paz un futuro mejor para todos. Contrariamente a nuestros países, que se enriquecen vendiendo armas sin parar a sus países de origen que viven en guerra.
Su sola presencia es la justicia de Dios, que se apersona en los países ricos que han profanado los suyos de origen y viven a costa de ellos. Buscan pacíficamente la justicia, un trato digno, oportunidades laborales y el respeto a sus derechos humanos.
Son bienaventurados que luchan pacíficamente por la justicia. Ellos nos llaman a promover políticas migratorias adecuadas a la dignidad humana y denunciar la violencia xenófoba de los paletos ultranacionalistas de moda, que parece que sus familiares nunca emigraron para sobrevivir o que sus "esencias" nacionales nada le deben a inmigraciones pasadas.
La misericordia es el corazón del mensaje cristiano. Acoger al extranjero, como hizo el buen samaritano, es una forma concreta de vivir esta bienaventuranza. Estamos llamados a practicar la hospitalidad y la compasión hacia los inmigrantes, viendo en ellos el rostro de Cristo. Es la misericordia lo que determina el Juicio final: “porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt)
Los inmigrantes nos desafían a mirar más allá de los prejuicios y estereotipos, y a ver su humanidad y su valor como personas. Nos invitan a tener a cultivar un corazón puro, libre de discriminación y abierto al encuentro con el otro.
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Muchos inmigrantes huyen de la guerra y la violencia, buscando un lugar donde vivir en paz. Los cristianos estamos llamados a ser constructores de paz. Acogerlos, defenderlos, integrarlos y promoverlos no son “un mérito” sino una necesidad que brota del corazón que ama. La caridad de Cristo nos apremia a trabajar por la reconciliación y la integración de los inmigrantes en las sociedades de acogida oponiéndonos sin dudar a todo discurso que los violente injustamente.
Ellos vienen de ser perseguidos, rechazados o criminalizados simplemente por buscar una vida mejor. Su lucha por la justicia es un testimonio de fe. Solidarizarse con los inmigrantes perseguidos y defender su derecho a una vida digna, nos hace dignos y repercute en una felicidad que este consumismo asfixiante en el que vivimos, no puede darnos.
Una nueva era asoma
Las Bienaventuranzas nos invitan a mirar a los inmigrantes no como una amenaza, sino como una oportunidad para construir un mundo más justo y fraterno. En ellos, vemos el rostro de Cristo que nos interpela y nos llama a actuar. No podemos ser indiferentes ante este gran Signo de los tiempos. La respuesta cristiana no es compatible con el chauvinismo anti-extranjero sino con la hospitalidad radical: Acoger al extranjero como un hermano, siguiendo el mandato de Jesús: "Fui forastero y me acogiste" (Mateo 25, 35). Esto exige una mayor creatividad sociológica y jurídica para encauzar el fenómeno y hacerlo productivo para todos.
La moral cristiana no es solo personal sino social, porque somos persona y sociedad. Por eso la moral social nos convoca a preocuparnos por la Justicia social: Trabajar por sistemas económicos y políticos que garanticen los derechos de los inmigrantes y refugiados tanto en los países de llegada como en sus países de origen destruidos por el actual sistema internacional … que nos beneficia y les traslada los costos de nuestro estilo de vida. Este es el momento para decidirnos entre seguir siendo cómplices del actual sistema injusto o convertirnos en colaboradores en estructuras humanizantes.
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Si algo caracteriza al cristianismo, mucho más después del Vaticano II es su postura de diálogo con las visiones distintas. Es imposible llamarnos cristianos si no anunciamos el Evangelio que implica estar abiertos al diálogo intercultural: Aprender de las culturas y tradiciones de los inmigrantes, enriqueciendo nuestras sociedades, que son democráticas y pluralistas, no cristiandades cerradas de hace muchos siglos atrás.
Un diálogo que busque Unidad en la diversidad para construir comunidades donde todos, independientemente de su origen, puedan sentirse parte de una misma familia humana. La migración nos prepara para una conciencia global realista porque nos recuerda que somos una sola familia humana, interconectada y responsable unos de otros. O nos salvamos todos o nos hundimos sin remedio.
Los inmigrantes contribuyen a una renovación demográfica sin precedentes. En países con natalidad negativa y masivo envejecimiento poblacional, los inmigrantes rejuvenecen la fuerza laboral y sostienen sistemas como las pensiones y la seguridad social. Contribuyen así a un crecimiento económico muy grande, como lo atestiguan las cifras estadísticas. Dan más de lo que reciben, por más que los xenófobos llenen de fakes news las redes, adjudicándoles “ayudas” excepcionales.
En este poliedro de la vida que se expande misericordiosamente hasta las periferias, no puede faltar el interés por la casa común, que también ha sido afectada por este orden internacional injusto y caníbal. El interés por la Ecología integral nos lleva a reconocer que muchos inmigrantes son víctimas de la crisis climática y trabajar por un desarrollo sostenible.
Las bienaventuranzas de Jesús nos muestran un mundo más inclusivo, donde los vulnerables nos desafían a construir sociedades donde nadie sea excluido por su origen, religión o estatus migratorio.
La Iglesia, con su mensaje de esperanza y su compromiso con los más vulnerables, puede ser un faro que guíe a la humanidad hacia una nueva Era de unidad y paz.
poliedroyperiferia@gmail.com
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