Adviento, modelo de toda espera. Dime qué esperas y te diré quien eres Esperando a Jesús
En una cultura inmediatista, de “memoria de pez”, no hay tiempo para la esperanza, que es una “slow food” para el espíritu. Ni para proyectos sociales inclusivos a largo plazo. Lo que vende es el entretenimiento inmediato, la emoción pasajera. El compromiso a largo plazo parece una atadura alienante y las personas, reducidas a cosas, son descartables.
La sinodalidad puede ser una caja de Pandora del Espíritu Santo...concebida para algunos retoques pastoralistas, puede dar vuelta la historia de la Iglesia con las propuestas que le preocupan a la gente y no con las mismas recetas de siempre.
Socorrer al prójimo no es una “pérdida de tiempo”, es el sentido de la eternidad que nos sorprende y preocupa. Porque si la espera y el caminar no son samaritanos, es que estamos siempre en el mismo lugar, pudriéndonos como agua estancada.
La cultura del encuentro del Evangelio implica tiempo y maceración. Las Bienaventuranzas son el mapa de esta espera humanizadora, la promesa del triunfo del Amor de Aquel que lo dio todo en el Pesebre y la Cruz para que vivamos intensamente.
Socorrer al prójimo no es una “pérdida de tiempo”, es el sentido de la eternidad que nos sorprende y preocupa. Porque si la espera y el caminar no son samaritanos, es que estamos siempre en el mismo lugar, pudriéndonos como agua estancada.
La cultura del encuentro del Evangelio implica tiempo y maceración. Las Bienaventuranzas son el mapa de esta espera humanizadora, la promesa del triunfo del Amor de Aquel que lo dio todo en el Pesebre y la Cruz para que vivamos intensamente.
Del “Esperando a Godot” al “esperando a Jesús”
Todo ser humano espera. Somos seres en espera. Pero no toda espera es igual. Unos dicen que esperan una cosa, pero con sus obras demuestran que están esperando otras. Otros se sientan cómodamente a esperar porque en realidad esperan…que nada cambie. Otros esperan cambiar las cosas, pasar de sistemas injustos a más humanos. Están los que luchan equivocadamente de modo violento o acertadamente de forma pacífica y compasiva. Unos son quijotes de la espera y otros son resignados escépticos. Unos esperan con pereza mística que Dios lo cambie todo y otros que solo creen en las fuerzas humanas. La lista es interminable, como las esperas humanas y sus combinaciones. Ellas nos definen, definen hacia donde vamos y la perspectiva que damos a cada cosa.
La tesis de la novela de Samuel Beckett, escrita en el marco de la filosofía existencialista, es que la vida es una espera absurda matizada por una mezcla de humor, melancolía y ternura. “Una pasión inútil” ((L'Étranger, A. Camus). En ella, el hombre imagina cosas para inventar un sentido “irreal” como el dinero o la religión, tal como dice el exageradamente promocionado Yuval Harari en “Homo Deus”.
El existencialismo fue una reacción al racionalismo asfixiante de los sistemas ideológicos hegelianos, donde “todo lo racional es real y todo lo real racional”, no hay escape. Fue una crítica a los sistemas racionalistas cerrados, sin trascendencia, que dieron pie a totalitarismos, guerras mundiales y a los refritos que seguimos padeciendo.Pero tuvo mucha más genialidad que la actual posmodernidad pedorra e iletrada, que mas o menos reacciona también frente al hiper-racionalismo vigente que no cumple sus promesas de felicidad..
Hubo un existencialismo ateo (Sartre, Camus, De Beauvoir, etc), bello en la descripción de la angustia y la desesperación del humano librado a sí mismo. Pero no tiene otra cosa que ofrecer que el romántico tedio y la carencia de significado de la vida humana, descritos con ingenio e ironía.
También hubo un existencialismo cristiano que nos inundó con una nueva esperanza frente a los racionalismos asfixiantes (Pascal, S. Kierkegaard, G. Marcel, Ch. Peguy, Bloy, etc.), que reencontraron una espiritualidad cristiana de la búsqueda humana y prepararon el espíritu del concilio Vaticano II.
Este artículo pretende navegar desde allí hasta una espera que nos conmueve: “adónde vamos a ir, si sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna”. Una espera contra toda esperanza que lo descubre en la comprensión de la Sagrada Escritura y la comida fraterna en Emaús. Que comienza siendo una “promesa” en Abraham para convertirse en Pueblo de Dios entre naciones, sal de la tierra y luz del mundo. Un pueblo de misericordeadores que buscan y esperan “El Reino de Dios y su Justicia”.
Las certezas de esta esperanza
Para ascender al “sentido” hace falta ir dejando lastre, atesorando tesoros en el Cielo, tesoros de compasión activa frente al que tiene hambre, está herido, solo, vive en la injusticia, etc.
En este caminar lleno de dudas y necesitado de tantas conversiones, hay una certeza de que seguimos a Jesús y no es nuestra imaginación: “todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25). Es el pobre tirado al lado del camino y que interrumpe nuestros delirios de progreso, el que da verdadero sentido al caminar, el que sella la autenticidad de la fe.
Socorrer al prójimo no es una “pérdida de tiempo”, es el sentido de la eternidad que nos sorprende y preocupa. Porque si la espera y el caminar no son samaritanos, es que estamos siempre en el mismo lugar, pudriéndonos como agua estancada. Si el grano de trigo no muere por los demás, queda solo y sin frutos (Jn 12,24). Porque ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (Mt 16,26)
La idolatría es creer que ya hemos llegado… ¡y por nuestro propio mérito! Es pensar “qué bien estamos aquí” (Mc 9, 2) o “quedarnos mirando al cielo” (Hch 1,9) e instalarnos cómodamente en la añoranza de la cristiandad perdida o como hace la ideología burguesa que se instala en sus seguridades mundanas, tranquiliza la conciencia con rezos y alguna limosna, mientras el mundo arde en las llamas de la injusticia sistémica.
El anuncio de una esperanza en un mundo que no espera
Adviento es un “ya” pero “todavía no”. El cristianismo es la tensión entre la experiencia del resucitado y el desenlace final de la Historia. El profeta Isaías anuncia esta futura paz paradisíaca, asociada a la venida de un Mesías Salvador que “juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantarán la espada nación contra nación, ni se ejercitarán más para la guerra” (Is 2, 4).
La esperanza de Isaías habla también de la recuperación de una armonía con la naturaleza: “serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos...” (Is 11, 6). Jesús es liberación de todo lo que afecta al hombre: “se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35, 5- 6); es la superación del dolor y el sufrimiento humano, el triunfo sobre la muerte: “Consumirá a la muerte definitivamente. El Señor jugará las lágrimas de todos los rostros y quitará el oprobio de su pueblo” (Is 25, 8).
En estos tiempos finales, las multitudes de bienaventurados de Jesús gozarán de la dignidad que los epulones de este mundo les negaron, y serán reconciliadas todas las aspiraciones verdaderamente humanas sin importar la raza, edad o condición social, etc.
En una cultura inmediatista, de “memoria de pez”, no hay tiempo para la esperanza, que es una “slow food” para el espíritu. Ni para proyectos sociales inclusivos a largo plazo. Lo que vende es el entretenimiento inmediato, la emoción pasajera. El compromiso a largo plazo parece una atadura alienante ya que las personas, reducidas a cosas, son descartables.
El problema es cuando se corta la cadena narcotizante de sensaciones y sobreviene el síndrome de abstinencia con su carga de depresión, angustia y soledad profunda. Las crecientes tasas de suicidios y los ministerios de la soledad creados en muchos países, revelan las consecuencias de este estilo de anti-vida. No se solucionan solo con ejércitos de psicólogos, que es como las ideologías de diseño social pretenden arreglar los fallos de sus sistemas inhumanos.
La falta de esperanza produce lo que Victor Frankl (“El hombre en la búsqueda de sentido”) llamaba crisis noógenas (de sentido), origen de la mayoría de neurosis y patologías mentales. Porque el hombre es el único ser de la naturaleza creado para la búsqueda de sentido. Y esto no lo puede reemplazar por los estímulos pasajeros de la sociedad consumista, ni con el frenético turismo hacia la selfie narcisista, ni las técnicas de meditación para gente cool, etc.
Del individualismo en tinieblas al Pueblo de Dios que camina esperanzado
Adviento nos recuerda que estamos esperando con un Sentido. Que peregrinamos con un Pueblo al que aportamos nuestros talentos para que sea cada vez más una realidad transformante de la Historia. Somos y esperamos activamente a la vez, ser pueblo de Dios, convirtiéndonos del egoísmo grupal al amor que es más importante que los sacrificios y que entregar el cuerpo a las llamas (1 Cor 13).
Un pueblo que gesta una cultura del Encuentro que desafía a la del descarte, propio del paradigma tecnocrático homicida, donde la “mano invisible” de un mercado financiero sin límites, encumbra a unos pocos listos a costa de la mayoría silenciosa de rezagados y perjudicados.
La cultura del encuentro del Evangelio implica tiempo y maceración. Las Bienaventuranzas son el mapa de esta espera humanizadora, la promesa del triunfo del Amor de Aquel que lo dio todo en el Pesebre y la Cruz para que vivamos intensamente.
La sinodalidad puede ser una caja de Pandora del Espíritu Santo. Concebida -tal vez- como una medida pastoral de tantas, puede llegar a transformar el rostro de la Iglesia si existe una participación real de todo el Pueblo de Dios. También cuando se convocó el Vaticano II, ya había en la primera reunión un documento definitivo elaborado por los cardenales del “siempre se hizo así”, pero el Espíritu sopló y lo cambió todo. Así también puede suceder con la sinodalidad. Concebida para algunos retoques pastoralistas, puede dar vuelta la historia con las propuestas reales que le preocupan a la gente y no con las mismas recetas de siempre. Un renovado Adviento aguarda a la Iglesia.