También los premios Nóbel reclaman inclusión en las instituciones Inclusión: la revolución que la Iglesia necesita

Inclusión: la revolución que la Iglesia necesita
Inclusión: la revolución que la Iglesia necesita

la humanidad se encuentra a sí misma cuando pone el eje del progreso en sus periferias 

los tres premios Nóbel recientes, (D.Acemoglu, S.Johnson y J.Robinson) aseguran en sus estudios que sólo las instituciones que son más inclusivas y se desprenden de sus elites autosuficientes, pueden crecer y alcanzar sus objetivos ... Traslado esto a la Iglesia católica, en la que esas elites autosuficientes que impiden la inclusión y el progreso, tienen un nombre: clericalismo.

estamos necesitados de una revolución de “inclusión” en la Iglesia, para que los pobres del mundo y los que ella ha producido y produce en su seno mediante el descarte clericalista, pueda revertirse evangélicamente. 

El poliedro de la renovación eclesial es imposible si no se convoca nuevamente a los curas casados, no solo porque son numerosísimos sino por su perfil religioso y cultural, llave maestra para abrir la puerta a los Signos de los Tiempos.

El celibato obligatorio mantiene atascada a la Iglesia y la ha sumergido en el "modo supervivencia" con sus abusos. Una Iglesia con curas casados descartados no es la Iglesia de Jesús, es la "Iglesia Titanic" del clericalismo hundiéndose en el mar del mundo actual.

Inclusión: la revolución que le falta a la Iglesia.

 Jesús no “daba clases” para los alumnos nacionaljudíos que habían pagado la matrícula de la escuelita de la “verdadera religión”, ni un "super-patriota" que arengaba a una “verdadera esencia de la patria judía” excluyente y racista.

Él hablaba para todos y muchas veces encontraba más fe en quienes no “eran de los suyos” (centurión, mujer sirio fenicia…) o los que no se lo “merecían” (la prostituta, Mateo…). Incluso criticaba esa “seguridad” de salvarse que tienen los grupos religiosos cerrados, cuando reprendía a sus discípulos por su rechazo a aquellos “que hacían milagros en su nombre, pero no eran de los “suyos”. (Mc 9,38)

Jesús es patrimonio de la humanidad ha dicho Ghandi mientras ponía en práctica la liberación pacífica del mayor imperio de su época, de acuerdo a principios evangélicos e hindúes. Una revolución en paz de millones de pobres contra la lacra de la colonización.

El Reino de Dios es de los pobres (tuve hambre y me disteis de comer) y para quienes a ellos se “asocien” (lo que hicisteis con uno de ellos, lo hicisteis conmigo), nadie queda excluido a priori. El papel de la Iglesia y mucho más de sus ministros, es ser herramienta e instrumento que señaliza, sacramentaliza esta irrupción del Dios hecho hombre en la historia para salvar todos a partir de los pobres como Jesús, el Dios carpintero del pueblito Nazareth.

La Iglesia se organizó en sus orígenes como una “facilitadora” del hecho cristiano, pero no tiene el monopolio ni es una aduana para cobrar peajes canónicos, ritualistas y moralistas para poder encontrarse con Jesús. Es lo que pretende el clericalismo, el adueñarse del hecho religioso para engrandecerse como los hijos del Zebedeo y cobrar peaje "en nombre de Dios". Jesús ya es patrimonio de la humanidad, es para todos, como se encargó de interpretar el apóstol san Pablo y el primer Concilio de Jerusalén. “Ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre; no hay varón, ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. (Gal 3,28)

Pero la universalidad eclesial sólo puede vivirse si se cumple aquello que san Pablo dijo a sus comunidades y que el cardenal Hume recordó a Francisco al comenzar su pontificado: “No te olvides de los pobres” (Gal 2,10). La Iglesia ha de ser la institución que hace memoria de los pobres para incluirlos en el “todos” de la Historia y las Geografías. Aunque podríamos decir también que es el resto de la humanidad que debe ser incluida entre éstos bienaventurados por derecho propio (Lc 6,20), la humanidad que se encuentra a sí misma cuando pone el eje del progreso en sus periferias existenciales.

Quien ha llegado a los últimos, ha llegado a TODOS

Por eso estamos necesitados de una revolución de “inclusión” en la Iglesia, para que los pobres del mundo y los que ella ha producido y produce en su seno mediante el descarte clericalista, pueda revertirse evangélicamente. La Iglesia y el mundo se deben dejar evangelizar por los pobres y descartados del mundo, ellos son los árbitros de la construcción del Reino de los Cielos.

Si algo me ha llamado la atención de los tres premios Nóbel recién galardonados, (Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson) es que han sido premiados por ver los fenómenos económicos sujetos a situaciones más amplias. Ellos aseguran en sus amplios estudios sociológicos que sólo las instituciones que son más inclusivas y se desprenden de sus elites autosuficientes, pueden crecer y alcanzar sus objetivos humanizadores. A diferencia de otros casos, los trabajos de estos economistas son bastante conocidos más allá de los círculos académicos. Uno de sus libros más leídos y reconocidos es  "Por qué fracasan los países" (2012).

Trasladando este razonamiento a la Iglesia católica, esas elites autosuficientes que impiden la inclusión y retrasan el progreso para todos, tienen un nombre: clericalismo. Mucho se habla sobre ellas, pero están tan parasitariamente adheridas al cuerpo eclesial que rigen, que es muy difícil que se reformen a sí mismas. En el Pueblo de Dios tales cambios vienen de la mano de la acción del Espíritu Santo mediante los profetas, seres que no piensan en sí mismos y dan su vida como Cristo, por la multitud, para que ella sea protagonista de la salvación y no solo rebaño manipulado por los fariseos de turno.  

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Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson ganaron el Premio Nobel de Economía, por encontrar nueva y convincente evidencia sobre la inclusión y las desigualdades en las instituciones que impiden su desarrollo.

Muchos vemos en Francisco, formado en esas mismas elites que lo hicieron sufrir y parir este tipo de papado, el iniciador de un movimiento profético destinado a renovar la Iglesia y hacerla más inclusiva, no solo en los discursos. Interpretamos el rechazo y falta de colaboración de gran parte del clero, como el estertor y la agonía de este cáncer que amenaza a todas las religiones. El clericalismo no se resigna, aunque la Iglesia se esté hundiendo aceleradamente como el Titanic en las aguas de la cultura contemporánea. Quiere seguir mandado y excluyendo hasta el fin: “antes muerto que sencillo” como cantaba María Isabel.

El occidente moderno nació, con sus bemoles, de esas revoluciones inclusivas: 1688 en Inglaterra, 1776 en EE.UU. y 1789 en Francia.... La Iglesia ha ido a la saga combatiendo estas novedades y 200 años atrasada, como decía el cardenal Martini. Pero después de tanto reclamo y preparación, llegó al Vaticano II en los gloriosos ´60 en que el Espíritu sopló huracanadamente. Sin embargo, los bomberos del conservadurismo se dedicaron a mitigarlo hasta que llegó el Papa Francisco para resucitarlo un poco... "ma non troppo".

Hace falta impulsar este camino profético de inclusión y diálogo con el mundo. El intento de la Sinodalidad ha sido teóricamente bueno, pero en la práctica significó que pocos fueron los llamados y muchos los excluidos.

Por un lado, fue boicoteada por el conservadurismo global que tienen mucho dinero y están para defender a los poderosos: "lo de toda la vida". Además, no fueron convocados todos, y pocos de los temas que inquietan fueron admitidos a discusión. Una reunión parroquial, digamos. Una apariencia de participación, donde están los de siempre y se hace lo que el cura pide siempre.

Lamentablemente sigue vigente el clericalismo de la reforma gregoriana del s XI : “Hay dos géneros de cristianos, uno ligado al servicio divino [...] está constituido por los clérigos. El otro es el género de los cristianos al que pertenecen los laicos” (Graciano) y todavía en 1906, Pío X afirmaba:

“La Iglesia es una sociedad desigual que comprende dos categorías de personas, los pastores y el rebaño; los que ocupan un puesto en la jerarquía y la muchedumbre de los fieles...que no tiene otro deber sino dejarse conducir y, rebaño dócil, seguir a sus pastores” (Encíclica Vehementer Nos, 17)." 

Hoy, vivimos en una gran época, se comprende mejor el evangelio, se tiene menos posibilidades de manipular conciencias y ejercer abusos. Han llegado los tiempos mesiánicos en que las falsas autoridades purpuradas adictas al poder y los oropeles tendrán que dejar lugar a los servidores de los pobres, que no necesitan disfrazarse de falsas sacralidades, para ejercer la Misericordia de Dios entre los hombres.

¡ Basta de hacer demagogia barata ! diciendo que “somos todos Iglesia” y que “los laicos son corresponsables en la Iglesia”, cuando el clericalismo sigue teniendo la batuta de la "a" a la "z".

Mucho proclamar, "como concesión", que las mujeres son importantes en la Iglesia y prometerles muchos cargos jerárquicos. Pero que no se casen con los sacralizados curas célibes, que son los que siempre mandarán. Éstos seguirán sin casarse, a ver si las mujeres "les llenan la cabeza" y se creen eso de ser "una sola carne" como dijo Dios dijo al crear al ser humano. Esta religión "del clericalismo "traditore" siempre velará por la "verdadera" traducción de la palabra de Dios que les conviene a las ovejas, siervas de segunda en el "Reino de los Clérigos".

Padre Ladislao y Camila fusilados por casarse
Padre Ladislao y Camila fusilados por casarse gjk

Sacerdotes casados: profetas de turno

Como las farmacias de turno o las tropas de reserva, así están los sacerdotes casados que siguieron fieles a Cristo y el Reino de Dios. Gritan con dolores de parto para que se los incluya orgánicamente en el proceso evangelizador de la Iglesia. Saben que pueden aportar mucho, que son indispensables por su formación doctrinal y experiencia de fe vividas en la familia, el trabajo, la educación de los hijos, etc. Son el puente ideal para ir llenando esos huecos inmensos de exclusión que el clericalismo ha ido tejiendo durante años.

El poliedro de la renovación eclesial es imposible si no se los convoca nuevamente, no solo porque son numerosísimos (un cuarto del clero) sino por su perfil religioso y cultural, llave maestra para abrir la puerta a los Signos de los Tiempos. El celibato obligatorio mantiene atascada a la Iglesia y la ha sumergido en el m"modo supervivencia" frente a los abusos. Una Iglesia con curas descartados no es la Iglesia de Jesús, es una fantasía del clericalismo.

Los curas casados son pobres excluidos. Su reconocimiento y reivindicación sería un milagro de inclusión para que “no se apague la mecha encendida ni se quiebre totalmente la caña partida” (Is 42,3). Piedras desechadas por el clericalismo y que podrían ser piedras angulares de una iglesia renovada de verdad.

El cambio en la Iglesia no vendrá por inventar escuelitas de nuevos ministerios para domesticar mujeres y laicos desde “chiquitos” …en el mismo clericalismo de siempre. Estas promesas de diáconas o viri probati son señuelos para distraer o propuestas para amaestrar en lo que ya hay de sobra, con todas sus mañas y servidumbres.

En cambio, ésta es una época para redescubrir profetas y gritos de humanidad. No hay que "inventar". Hay ir a buscar a los sacerdotes casados que ya están preparados para la misión a pesar de haber sido descartados por el clericalismo vigente.

poliedroyperiferia@gmail.com

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