Dos respuestas al mal Oppenheimer y La zona de interés. Dos Óscar para pensar la Cuaresma.
“No hay ética porque sepamos qué es el «bien», sino porque hemos vivido y hemos sido testigos de la experiencia del mal. No hay ética porque uno cumpla con su «deber», sino porque nuestra respuesta ha sido adecuada al sufrimiento. No hay ética porque seamos «dignos», porque tengamos dignidad, sino porque somos sensibles a los indignos, a los infrahumanos, a los que no son personas”. ( J.C. Melich, Ética de la compasión)
Estas dos películas son valiosas para pensar la Cuaresma. Cada una de ellas muestra actitudes frente al mal diametralmente opuestas. Una desde el arrepentimiento, la otra desde la indiferencia. Estas dos películas nos muestran formas distintas de pensar el mundo, una desde la idolatría del ego y la otra desde el riesgo de la compasión.
Por un lado, Oppenheimer, el científico que hizo la bomba atómica pero que cuando vio sus destructores efectos, sintió compasión, despertó de su vanidad triunfalista y se opuso a continuar por ese camino. Ya era “tarde”, la política se había adueñado de la bomba y comenzaba la historia de la proliferación nuclear que amenaza el planeta hasta la fecha. La ciencia es un camino de la inteligencia humana que ha traído mucho progreso, pero no basta por sí misma.
La ciencia, como el progreso o como todas las realidades humanas tiene un techo ético, antropológico, religioso, etc. que fundan lo más profundamente humano. El papa lo advierte en Laudato Si: “ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras” (LS 114)
La reacción de Oppenheimer tuvo serias consecuencias. Fue relegado por el gobierno de su trayectoria científica y enviado al ostracismo intelectual, acusado de “traidor” a su patria. Qué peligrosos son esos macartismos y nacionalismos mentirosos que arengan a la gente para odiar y desconfiar.
Se terminaba una guerra mundial por ese motivo y se entraba en otra, la guerra fría, aunque disfrazada de “ideología”. Tales visiones son la exaltación de la razón sin Dios, de una modernidad sin el corazón pascaliano abierto al infinito y que ha perdido su rumbo ético. Los nazis con el racional exterminio planificado de los campos de concentración, los triunfadores de la guerra con sus bombas atómicas e imperialismos, entre otras cosas.
Oppenheimer supo que no podía traicionar lo más sagrado que tiene un ser humano: su conciencia. No solo le había dedicado tiempo a la física sino también a formarla en un campo fuera de la tradición positivista, como es la religión. Su adn judío, aunque no practicante y especialmente el sentido del misterio cultivado en el hinduismo. En su vida había mytho religioso, no solo logos racional. Eso lo ayuda a reconocer el terrible mal causado, con una frase de los Vedas: “"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos ".
Jesús se asocia con estos “fracasados” que dan la vida por el bien común, a quienes llama "bienaventurados". Son hijos y científicos pródigos, Zaqueos y Magdalenas. Incluso aquellos "que no son de los nuestros". Con su participación conciente o no, construyen el Reino de Dios.
También Francisco, aún contra la corriente mediática, apela a detener las guerras sea como sea porque toda la humanidad está amenazada hoy más que nunca con la guerra de Ucrania, la de Gaza... Pero también, otras 23 guerras activas con más de 1.100 millones de personas en treinta países. Pero los políticos y economistas, untados por el complejo militar industrial, lo quieren del lado de su cruzada hipócrita.
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Oppenheimer es la contrapartida de “La zona de interés”, la otra película premiada que describe la vida de las familias de los jefes de los campos de concentración nazi, que vivían lujosamente al lado de ese lugar macabro. Eran la mejor expresión del concepto de la “Banalidad del mal” acuñado por Anna Arendt. Burócratas de un genocidio, que sólo “cumplían” con la ley del Estado.
Pero ni el Estado ni el Mercado son Dios, por más que las ideologías racionalistas en pugna los divinicen. Aquellos jefes nazis eran cómplices de una estructura social de pecado. Aunque cultivaran una “sana” moralidad familiar al lado del horror, como si no pasara nada.
Lo más paradójico es que el holocausto se produjo dentro de una “alta cultura” y un cristianismo consolidado de siglos. Los campos de concentración estaban ubicados cerca de museos, bibliotecas y catedrales. Leían a Goethe y a Schiller y habían recibido durante años clases de religión cristiana, asistían al culto divino y escuchaban sermones e instrucciones morales. Pero el cristianismo es un ejercicio constante de conversión, cuando ésta no se ejercita se cae en las mayores barbaridades.
“Existió un cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos no lo impidió”. No hubo una protesta, una resistencia general de los cristianos en Alemania cuando Auschwitz se hizo visible… Se enseñó, entendió y vivió la fe en el Dios de los cristianos olvidando la comunión de estos con el pueblo de la alianza” (Thomas Ruster, El Dios falsificado, Sígueme, 2011, p.32-33). Hasta el papa Pío XII, el papa “culto”, está todavía en entredicho por no haber hecho lo posible por la Paz.
Pero creer que la barbarie nazi del exterminio fue un invento de Hitler, es una simplificación, un chivo expiatorio de la maldad humana. No fue una invención de esos años. En países europeos, se habían expulsado judíos y moros con ardor “patriótico”. Y por si acaso, se aceitó la Inquisición como policía del pensamiento orwelliana para controlar las conciencias e incendiar “herejes”. Una fuerte descapitalización humana y cultural que se pagaría caro.
También la masiva esclavitud llevada a cabo por las “naciones cristianas” con el aval distraído de la iglesia, es otro ejemplo ¡1.500 años después de cristianismo y teología hasta por los codos! Los genocidios colonialistas, los Guantánamos, Congo belga y los gulags comunistas en todas partes del mundo son olvidados fácilmente, aun cuando sus consecuencias sigan vigentes y se mire para otro lado.
La Cuaresma es también un tiempo para pedir perdón por los pecados sociales e históricos. No solo declamando sino reparando o por lo menos, dejando de explotar. No hay países buenos y malos, todos somos pecadores y ninguno es "perfecto" como para tirar la primera piedra. Pero sí podemos curar heridas como el samaritano, que incluso no había causado el daño de la víctima, pero igual se solidarizó con él a fondo.
"La zona de interés" es también una metáfora del mundo actual. En un lado vive un occidente opíparo de progreso y moralina meritocrática. Pero detrás de muros de vergüenza existen dos tercios de la humanidad sacrificados al sistema. Cambian y cambian de políticos y políticas, pero nada. Se los culpabiliza por venir en pateras, pero se hace muy poco para abandonar el neocolonialismo que esquilma sus países de origen y los instiga a interminables guerras e ideologías tramposas.
“No hay ética porque sepamos qué es el «bien», sino porque hemos vivido y hemos sido testigos de la experiencia del mal. No hay ética porque uno cumpla con su «deber», sino porque nuestra respuesta ha sido adecuada al sufrimiento. No hay ética porque seamos «dignos», porque tengamos dignidad, sino porque somos sensibles a los indignos, a los infrahumanos, a los que no son personas”. ( J.C. Melich, Ética de la compasión)
La religión que Jesús no quiere
La religión también ha de ir a Cuaresma a purificarse. La “resignación” es la esencia de la religión administrada por el clericalismo. Es la complicidad con el mal “en nombre” del dios que venden los mercaderes del templo, a los cuales Jesús enfrenta. El cristianismo es el amor que se arriesga para cambiar las cosas, por eso las multitudes seguían a Jesús, experimentaban ese compromiso sanante con sus vidas.
En cambio, la religión burguesa es de aquellos, que a cambio de la práctica de unos ritos, meditaciones y normas morales hipócritas “que cuelan el mosquito y tragan el camello” (Mt 23), creen comprar la “tranquilidad de conciencia” también para la “otra vida”.
Por eso Jesús veía la fe más intensa, no en la observancia religiosa, sino en la solidaridad humana. Para Jesús, Dios no se nos revela en los ritos religiosos, sino en la cercanía a los que sufren." la religión tiene el enorme peligro de tranquilizar la conciencia mediante la observancia de los rituales sagrados. Y eso lleva consigo el endurecimiento del corazón y la inhumanidad de los profesionales de lo sagrado. Esto es muy peligroso y hace mucho daño a la religión (José M. Castillo)
El Reino de Dios es una construcción social edificada por Quijotes samaritanos. Personas que han descubierto algo muy grande en sus vidas y no les importa ir contra la corriente. Cuando el infinito te impacta, ya no podrás escapar. Toda otra búsqueda y rebeldía, te llevarán como al profeta Jonás, al mismo punto. Los resultados son inesperados. Sienten que han “elegido la mejor parte”, que atesoran para otro Reino, algo que vale más que el prestigio, la lisonja y los oropeles de este mundo.
No es una señal de buena salud estar bien “adaptado” a una sociedad enferma, como preconiza la ideología narcisista de la autoayuda. El amor es dar la vida, es hacer que la eternidad sea posible dando de comer al hambriento y ayudar al que sufre, que es hacerlo por Jesús (Mt 25). Como limosna y como programa estructural de Gracia frente al pecado del mundo.
«mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» ( Evangelii gaudium, 202)
En esta Cuaresma, no podemos guardar nuestra esperanza, ni quedarnos callados en un mundo en guerra, injusto y competitivo hasta morir. El carpintero de Nazareth está al lado de cada persona que sufre, de cada pueblo sometido y a la vez, con cada quijote, que, como Él, cree en al Amor que acompaña a los descartados y “que hace lío”, confiando en la Resurrección.
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