DUELE ESTE MUNDO. HAY QUE TRANSFORMARLO

El desafío hoy para el mundo es la creación de una nueva humanidad de justicia, diálogo, armonía y paz social, comenzando por lo más próximo que tenemos en nuestro alrededor. Este mundo necesita un profundo cambio individual y sistémico. Toda actividad social y política debe tener como objetivo global estratégico la humanización de la sociedad.

Vivimos en una profunda crisis de humanidad de carácter multidimensional que afecta no solamente a la política y a la economía, sino que abarca a toda la realidad humana.  Están en crisis las mismas estructuras de la sociedad, la democracia y su sistema cultural.

Esta crisis tiene causas profundas debido, en gran medida, al cambio de época. Son cambios vertiginosos caracterizados por la revolución tecnológica, informática, bioética, biogenética, ecológica, religiosa, feminista, fenómenos migratorios…, como señala Juan José Tamayo y, sobre todo por la inteligencia artificial. Hoy el mundo no es un conjunto de naciones aisladas sino una aldea global en la que todos y todas estamos interconectados. En la actualidad hay cosas que están muriendo y otras que están en proceso de gestación. Me inclino a pensar que estamos participando en el alumbramiento de una civilización nueva, cuyos datos y creencias aún están confusos y mezclados con las formas de un sistema desfalleciente.

En la actualidad nos encontramos envueltos en una crisis ética global, una crisis de valores, una desertización del espíritu humano, que alcanza a toda la sociedad y de una manera particular a la política. Esta crisis se ha extendido como un oscuro nubarrón por todo el planeta. Los procesos de crisis generan polarización no solo socioeconómica, sino también ideológica y política. Las ideologías fundamentalistas, populistas, ultraderechistas y negacionistas están en auge y más ahora con la victoria de Trump en las elecciones de Estados Unidos.  Aparecen por diversas partes del planeta movimientos supremacistas, racistas, xenófobos, aporofóbicos, homófobos, patriarcalistas y ultranacionalistas, como señala el filósofo Emilio Martínez, que utilizan la mentira y las fake news para tomar el poder político. Incluso gente pobre y también jóvenes se alinean en estos movimientos. En verdad tenía razón Paulo Freire cuando decía que “el sistema no teme al pobre que tiene hambre sino al pobre que sabe pensar”. No hay peor enfermedad que la ignorancia y la falta de conciencia crítica. Esta realidad golpea la esperanza de encauzar nuestra vida hacia espacios y horizontes de liberación integral. Cuando se pierde la esperanza la gente vota sin conciencia a sus mismos opresores y explotadores.

De ahí que la palabra “política” esté cada vez más desprestigiada, se la entiende solo como lógica de partido.  En la actualidad sufre una alarmante falta de credibilidad por parte de la población. La razón es, precisamente, la carencia de ética reflejada, concretamente en España, en los múltiples y escandalosos casos corrupción de altas personalidades de algunos gobiernos, la impunidad, la falta de respeto al diferente, la intolerancia, los insultos y estigmatización del adversario político para descalificarlo, la crispación generada por los dirigentes de los políticos, las luchas de poder, la injusta distribución de la riqueza, la tendencia a las privatizaciones de los servicios públicos, los continuos desahucios, la carencia de sensibilidad ante el sufrimiento humano, el rechazo a los migrantes y refugiados, la indiferencia cuando éstos mueren ahogados en el mar tratando de llegar a Europa y el persistente olvido de los derechos humanos, sociales, laborales y ambientales.

Esta crisis histórica explica la crisis de valores en la sociedad actual. Por una parte, se percibe una corriente que se resiste a abandonar las viejas concepciones y estructuras socioeconómicas y políticas que han caracterizado durante muchos años a la sociedad en beneficio de unas minorías. Otra corriente busca la construcción de otro mundo alternativo de justicia social, libertad y fraternidad universal.

Los gobernantes de las naciones, sobre todo del Norte global, no son capaces de ofrecer una alternativa que saque al mundo de esta crisis. En no pocos países se van sucediendo en el poder partidos y gobiernos que sólo buscan los intereses de la minoría oligárquico-financiera e incluso del crimen organizado. Las campañas electorales se presentan como una burla al pueblo.  Elgrupo político que más poder económico posea es el que tiene las mayores posibilidades de ganar las elecciones. Se ha sustituido la democracia por la “dinerocracia”, en palabras de Pedro Casaldáliga.

No hay criterios serios y maduros a la hora de hacer política. No hay ética. Se utiliza la política para buscar intereses económicos e ideológicos para controlar al pueblo y enriquecerse, sobre todo por parte de los grupos de la derecha y ultraderecha. Parece que la política y la ética son irreconciliables. La política se ha convertido en “politiquería”, es decir en un sucio juego de intereses de poder económico.

En la política internacional impera la ley del más fuerte, se viola el derecho internacional y el más elemental sentido de humanidad. Ahí tenemos como prueba de ello la guerra de Ucrania y anteriormente las de Irak, Afganistán, Libia, Siria, Sudán, Somalia... Y sobre todo la criminal agresión de Israel contra el pueblo palestino en Gaza y en Cisjordania y los bombardeos sobre Líbano. Se impone la guerra como medio de solución de conflictos, desconociendo el sentido de la razón y del diálogo.

Esta realidad, junto a la creciente desigualdad y pobreza en el mundo, es un signo de la crisis de valores éticos que envuelve a la humanidad. En un mundo tan desigual e injusto en el que la sociedad queda dividida en dos grandes polos sociales: una minoría cada vez más opulenta, y otra mayoritaria cada vez más empobrecida, no podemos permanecer indiferentes ni neutrales. Desde convicciones éticas, y para los creyentes desde los principios del Evangelio de Jesús y la doctrina social de la Iglesia, necesariamente nos situamos al lado de los empobrecidos, y desde ahí soñar y luchar por otro mundo posible en donde todos los seres humanos tengan oportunidad de una vida digna en un Planeta limpio. Desde esta opción fundamental escribo estas páginas. Lo escribo con dolor y esperanza. Dolor por la situación actual del mundo, las guerras, el hambre y el sufrimiento de tanta gente, y esperanza porque tengo fe en que este mundo puede cambiar.

El desafío hoy para el mundo es la creación de una nueva humanidad de justicia, diálogo, armonía y paz social, comenzando por lo más próximo que tenemos en nuestro alrededor. Este mundo necesita un profundo cambio individual y sistémico. Al hablar de humanización me estoy refiriendo a la reconstrucción de los valores éticos. Humanizar es recuperar lo mejor del ser humano, todos sus elementos positivos. Es decir, la reconstrucción de la ética, que equivales a valorar que el amor es mejor que el odio, el perdón es mejor que la venganza, el diálogo es mejor que la confrontación violenta, la libertad es mejor que la esclavitud, la solidaridad es mejor que la codicia, la compasión es mejor que la indiferencia, el agradecimiento es mejor que la ingratitud, el pluralismo es mejor que el integrismo fundamentalista, la democracia es mejor que la dictadura, etc. Humanizar es, en palabras del papa Francisco, construir puentes en lugar de muros. La humanización se da a partir de la comunicación interpersonal y de los cuidados, buscando mejorar la calidad de vida de las personas. Toda actividad política debe tener como objetivo global estratégico la humanización de la sociedad.

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