El poder del bien

El mal no siempre es repulsivo. Ya lo dijo Baudelaire, cuando buscaba remedio a sus desdichas en el mal mismo. Jesucristo, mucho antes, nos advirtió que los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz. El mal tiene un atractivo que seduce, sin duda, capaz de obnubilar a todo lo bueno e inconformista que existe a nuestro alrededor. El mal nos repugna, dirán las buenas personas. En teoría sí, pero la maldad puede ser muy atractiva, y es ahí donde radica su mayor amenaza de que nos pueda vencer. Incluso las personas enfermas con rasgos de personalidad de la llamada “triada del mal” -narcisismo, maquiavelismo y psicopatía- son capaces de comportarse con carisma y saben maquillar su egocentrismo, la manipulación y la falta de escrúpulos.

El poder del mal se siente muy fuerte en este tiempo que vivimos en medio de una sensación generalizada de grandes impunidades. Quizá la razón estribe en que las personas con mayores capacidades cognitivas, pueden llegar a ser potencialmente más perversas. Por eso, es necesario que la maldad nos repugne emotivamente, advierte Victoria Camps, como la mejor salvaguarda para hacerle frente socialmente. Esa falta de implicación afectiva de rechazo ante hechos deleznables fue el trampolín para el nazismo porque tuvo a su favor la calculada indiferencia de la mayoría de "alemanes de bien". No basta conocer el bien, hay que desearlo; no basta conocer el mal, hay que despreciarlo. Ni siquiera eso, es preciso actuar contra él porque los silencios son cómplices.

Cualquiera puede convertirse en un héroe o en un verdugo, depende de las circunstancias. Pero a pesar de nuestra vulnerabilidad al atractivo que ejerce "el lado oscuro", el bien es más fuerte que el mal; el amor es más fuerte que el odio; la luz es más fuerte que la oscuridad; la vida es más fuerte que la muerte. El motor de la historia es el amor porque es lo que perdura. Las personas que son buenas de verdad son más equilibradas. Y cuanto mayor despliegue de maldad producimos, nos deshumanizamos más y más.

Las acciones altruistas y desinteresadas provocan en quienes las ven sentimientos de paz y alegría en el corazón -"experiencias cumbre" las llamó Abraham Maslow- que se quedan grabadas y perduran en un deseo de ser solidario con los demás.

Los actos de bondad son un signo de la verdadera superioridad porque crean humanidad y contagian bondad, mientras que la maldad destruye. La prueba que tenemos para diferenciarlas es que la bondad verdadera hace mejores a los otros. Aunque la humanidad avance con dolores de parto y nos toque transitar con frecuencia por cañadas oscuras, tenemos la promesa de que Dios siempre está con nosotros durante el camino y de que nuestro destino final para el que hemos sido creados, es la felicidad en el Amor total y para siempre.

Esta es nuestra fe, una fe en el poder del bien ya aquí, entre nosotros, que nos debe comprometer como testigos. Anunciar es importante pero este axioma nos centra en el verdadero valor de la misión evangélica ante tanta profusión del mal: las palabras convencen pero el ejemplo arrastra.
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