Hoy es el día: III Calendas de marzo.
Hoy, precisamente hoy, deja Benedicto XVI su pontificado, abriendo un nuevo tiempo en la Iglesia, un tiempo en el que es muy posible que no vuelva a reproducirse la situación del pontificado anterior. Sea como sea, la fecha de hoy une dos acontecimientos separados por más de 1600 años, dos acontecimientos que podrían tener una relación profunda: indicar el inicio y el fin de una época, de una era, de una manera de vivir y sentir en la Iglesia y por tanto en el mundo. Quizás, este acontecimiento pueda ser el revulsivo espiritual que genere un cambio moral, político y social que nos saque de la postración secular en la que la humanidad se encuentra. Tal vez, quien fue responsable del nacimiento de un mundo, de este mundo, lo sea ahora de su muerte y posterior resurrección de otro mundo, tan posible como necesario.
Durante 250 años, al menos, el cristianismo fue perseguido por la mayor organización de poder y dominio jamás creada por el hombre hasta aquel momento. Desde Nerón hasta la llegada de Constantino, los cristianos tuvieron que soportar las iras del imperio cada vez que había algún revés militar, económico o medioambiental. En muchos lugares del imperio, los cristianos eran los perfectos chivos expiatorios, o como diríamos hoy, la cortina de humo que podía tapar los problemas sociales, económicos o políticos. Bien se sabe que no hubo nunca una causa general contra los cristianos, pero sí es cierto que hubo emperadores como Diocleciano o Decio, que se esmeraron en eliminar tan mala superstición de la faz de la tierra. Aquellas persecuciones fueron muy duras y los cristianos se vieron perseguidos por el mero hecho de serlo. Sus propiedades fueron confiscadas, sus cuerpos torturados y sus vidas segadas sin ningún miramiento. Sin embargo, la llegado de Constantino supuso un alivio para los seguidores del crucificado. El edicto de Milán proclamaba la libertad religiosa en todo el imperio y permitía que cualquiera pudiera libremente profesar la fe que tuviera a bien.
Durante el reinado de Constantino se fueron tomando medidas que favorecían a los cristianos y en breve plazo, de ser una minoría amplia, los cristianos pasaron a ser una mayoría social. La declarada admiración del emperador por la fe cristiana inclinó los ánimos de los más hacia la antigua superstición y todo el quería trepar en los escalafones del imperio sabía que abrazar las creencias asociadas a la Cruz le podía reportar enormes beneficios. Tras 77 años, desde el 313 hasta el 380 se va a pasar de la situación de libertad religiosa oficial a que la cristiana sea la única religión permitida y obligada para todos los súbditos. Esto fue la consecuencia del Edicto de Tesalónica del que se cumple hoy el aniversario.
El texto dice literalmente: "Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma (los que profesen la fe de Dámaso de Roma y Pedro de Alejandría, la fe nicena), mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial". Como se ve con toda claridad, Graciano y Teodosio pretenden cerrar las heridas que había en el interior de la fe cristiana producidas por la división entre el arrianismo y el catolicismo. Pero, de paso, se consigue unificar la fe en el imperio: un solo imperio, una sola fe, un solo emperador, hijo de dios. Pero, a mi juicio, lo más grave es que la propia Iglesia acepte este modo de proceder y entienda como aceptable que la venganza divina y la imperial recaigan sobre los herejes, provocando la misma persecución y muerte que la propia Iglesia sufrió pocos decenios atrás.
Poco tiempo después de este edicto, Prisciliano, obispo de Hispania, fue ejecutado por el brazo civil a instigación de la Iglesia, en aplicación de la nueva doctrina contra los herejes. Sufrió Presciliano la venganza divina e imperial con el consentimiento de la Iglesia, inaugurando una historia de infamia que no hace mucho aún padecíamos. Esta historia de infamia, pegada a una forma de entender el poder, la Era constantiniana, es lo que por fin vemos acabar en estos días. Un Papa que renuncia y que lo hace para servir mejor a la Iglesia nos está marcando el camino de salida, el éxodo de la Iglesia constantiana y el camino hacia la Iglesia nazarena del tercer milenio, la misma que siempre ha existido en los santos y santas de Dios, la misma que ha sufrido las persecuciones por su compromiso con los oprimidos, vejados y humillados de la tierra. Ha llegado el momento de acabar con la maquinaria de poder nacida de las manos del imperio romano y sostenida contra la voluntad divina durante tantos siglos. Ha llegado el momento de ser unirnos a los sufrimientos y esperanzas de los hombres de hoy.
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