Por una Iglesia desclericalizada. Iglesia Viva 266.

Iglesia Viva se ha planteado uno de los mayores problemas de la Iglesia actual, el del clericalismo, siguiendo la misma reflexión que el Papa Francisco ha realizado en varias ocasiones pidiendo una Iglesia con espíritu de profetismo en lugar de espíritu de clericalismo. Este nuevo número, el 266, está dedicado a buscar elementos que nos permitan salir de la Iglesia clerical y avanzar hacia su desclericalización.
En el tercer año del pontificado de Francisco han salido con mucha fuerza las tensiones dentro de la Curia, los cardenales y algunos obispos y grupos cristianos contra las propuestas de cambio y transformación de Francisco en la Iglesia. Se atreven a ir directamente contra el Papa y acusarlo sin pelos en la lengua de actuar contra la doctrina y la verdad del Evangelio. Estas posiciones tienen todas algo en común: una imagen de iglesia fuertemente arraigada en el pasado y que quiere mantener unas supuestas esencias católicas. Si rastreamos bien entre todos los opositores a Francisco, el núcleo común puede identificarse con el clericalismo, con ese espíritu (del que el Papa pidió al Señor que nos liberara ) que petrifica la fe y la convierte en una roca inmóvil o un pesado fardo en las espaldas de la gente que la aleja de la experiencia de la vida del Evangelio. Como dice el mismo Francisco, “la enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»” . Se trata de una enfermedad que la Iglesia católica ha ido cultivando durante siglos. No es nada nuevo, sino que la Iglesia se encerró de forma narcisista en sí misma para protegerse de la modernidad y quedó anclada a una experiencia de Iglesia Triunfante medieval, de cristiandad universal, de ser el Reino de Dios en la Tierra, de aglutinar toda la salvación divina en este mundo, de ser la imagen terrena de la Jerusalén celestial.

El clericalismo es, por tanto, el mal por excelencia de la Iglesia y por eso nos hemos propuesto en Iglesia Viva analizar la situación de una Iglesia clerical que se ve confrontada con un Papa que busca romper esa inercia secular que la lleva al abismo de su propia perdición. En muchos textos el propio Francisco ha clamado contra esta forma de ser Iglesia, nosotros tomamos algunos de esos textos en varias secciones, pero antes de eso, los tres artículos de fondo tratan de mostrar la raíz del clericalismo, sus consecuencias y formas específicas para su superación. El primero de los artículos es de Xabier Pikaza, Causas y consecuencias del clericalismo. La lectura de Pikaza es que en el principio la Iglesia no era clerical, es más, en la línea de Jesús era lo contrario: una estructura de servicio al Reino de Dios, de amor a los pobres y marginados. La iglesia es por tanto un cuerpo centrado en la comunión de todos, no una jerarquía, en reciprocidad, partiendo de los inferiores y menos honrados que, como sabe la tradición, son los más importantes (Mc 9, 33-37; 10, 35-45; 1 Cor 12, 12-26). Un tipo de ley eleva a quienes pueden realizar obras más altas, fundando así una sociedad piramidal. En contra de eso, la comunión cristiana se expresa en claves de comunión de todos, y el primer puesto lo tienen los pobres y excluidos (pecadores). Los ministerios no sirven para repartir funciones y méritos entre los más capaces, sino para anunciar y expresar la salvación de Dios a todos por el Cristo.

Javier Elzo en De una iglesia clerical y piramidal a otra sinodal y corresponsable nos da la clave del problema: de una población católica de más de mil doscientos millones de personas, una exigua minoría es la que ostenta el poder. Nuestra Iglesia es una Iglesia en la que tienen voz y voto los clérigos masculinos aunque unos con más poder que otros. Una iglesia, en cuya cúpula, muchos tienen una edad muy avanzada, una cúpula donde una sola persona, el papa, tiene un poder gigantesco. Desmesurado. Él nombra a los obispos. También elige a los cardenales quienes, a su vez, elegirán a su sucesor. Tanto poder concentrado no refleja ni la realidad humana actual ni la voluntad expresa de Jesús en el Evangelio. Por eso tenemos que proponer algunas salidas a esta situación. A ello se ha puesto Carlos García Andoin en su texto Una Iglesia sinodal en la cabeza y en los miembros. Su propuesta es muy seria: el poder existe en la Iglesia, la cuestión es cómo lo abordamos desde el Evangelio para que el poder sea siempre un servicio. La Iglesia no puede posponer por más tiempo la reforma sobre su modelo de gobierno. El actual representa una concepción excluyente del poder, reservada en exclusiva a varones, célibes y ordenados; un poder que resulta extremadamente vertical, centralista, elitista y gerontocrático. Urge un modelo más abierto, transparente, corresponsable e incluyente de gobierno de la Iglesia.

En la sección de Análisis sociorreligioso proponemos dos textos incisivos. El primero es de Carmen Bernabé, quien nos ofrece un texto sobre Las mujeres en la Iglesia. ¿Corresponsabilidad o minoría de edad? Desde hace años se produce una construcción de “la mujer” que tiene como resultado un esencialismo unilateral, hetero-atribuido y a-histórico. En realidad es una construcción ideológica de la mujer, una verdadera y propia “ideología de género” que decide cuál es el ámbito “propio” y “apropiado” para las mujeres en la Iglesia. Esto las ha postergado en el ámbito eclesial, cuando no fue así en el principio. De la práctica de Jesús se deduce un inclusivismo que repercute en los primeros grupos cristianos, que se construyen sobre la base de la casa, donde la mujer tenía un lugar importante. Con el paso del tiempo, el cristianismo se asimila al resto del Imperio y eso le lleva a postergar a la mujer. La respuesta hoy es un proceso de reunión de carismas como respuesta a la idolatría de la organización.

José Ignacio González Faus nos trae una reflexión sobre la seguridad a partir de los atentados terroristas de hace unos meses: ¿Dinero-seguridad-fascismo? (examen de conciencia occidental). El individualismo y el dinero, los dioses occidentales, nos impiden ir hacia una salida a esta situación de realimentación entre el terrorismo y la respuesta de los Estados. La seguridad para todos no es posible dentro de los parámetros del mundo occidental actual. El fascismo es la respuesta de algunas sociedades a este problema, como se ve en el auge de la extrema derecha en Europa. El núcleo del problema es la adoración del dinero, que nos impide ver una salida humana a la situación. Vivimos en un mundo totalmente injusto y cruel, contrario a la voluntad de Dios, de ahí el auge del fascismo. Debemos ir al Evangelio para encontrar salidas humanas y creyentes a esta crisis de civilización.

Recogemos en este número también varios Signos de los tiempos que hemos creído que muestran bien la situación de una Iglesia y un mundo en proceso de transformación, pero que aún no ha llegado a encontrar un camino de cambio, de éxodo civilizatorio. El primero es la exposición de una experiencia de Diaconado permanente en comunidades parroquiales, cómo nace, qué dificultades encuentra y qué oportunidades abre en las comunidades. En un texto preciso, Javier Elzo repite en este número con Mujer y atavismo eclesial, una reflexión a partir de las palabras de Francisco de estudiar el diaconado femenino. En este mismo sentido traemos la carta de Francisco al Cardenal Oullet, un precioso texto sobre el clericalismo y la necesidad de un laicado adulto en la Iglesia. Otro texto sobre Francisco es el de Ximo García Roca, donde se pregunta por la acusación de populista que se hace al Papa. Esta sección concluye con una referencia al concilio panortodoxo que se está realizando estos días.

En Página abierta recogemos el texto de Rahner que ha inspirado el título de este número de Iglesia Viva. El gran teólogo alemán ya se planteó la necesidad de romper con las estructuras clericales que encorsetan al Evangelio en la Iglesia y hacen perder la orientación de una estructura necesaria para el mundo, pero que ha caído en las garras de una mundanización, como muy bien indica Francisco, en la que nada puede aportar a la salvación. No me resisto a incluir unas palabras de Rahner que dan justo en el clavo del problema de muchos jerarcas: “Cuando uno pretende tomar una decisión movido solo por el peso de la costumbre, debería guardarse muy bien de ir a teólogos o funcionarios eclesiásticos inteligentes para procurarse fundamentos ideológicos, que pueden parecer muy profundos, pero que solo convencen a quienes ya hace mucho están por otros motivos convencidos de eso, que luego es fundamentado con sutilezas teológicas o jurídicas”. Este es el modus operandi del clericalismo desde siempre, primero se toma una decisión y luego se buscan las justificaciones y legitimaciones.

Creemos que en este preciso momento eclesial es necesario replantearse el ser clerical de la Iglesia como un parásito que ha infectado toda la estructura y que necesita ser extirpado de un cuerpo, la Iglesia, que nació como la oposición a toda estructura clerical y como la alternativa real y radical al pecado estructural de un mundo organizado con criterios en los que la Iglesia ha caído.
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