Pro eligendo Servum Servorum Dei
El Espíritu Santo tampoco podrá elegir a un varón o mujer que no esté ordenado, como fue el caso tan conocido de Ambrosio de Milán, no bautizado y elegido por un niño que alzó su voz en medio de la asamblea que decidía obispo para aquella sede. El devenir eclesial ha intentado por todos los medios que errores de este tipo no puedan ser cometidos por el Espíritu. La mejor manera de que una mujer no sea elegida es restringir el censo electoral y el número de candidatos a varones, ordenados y tocados con la mitra. Ningún varón bautizado puede acceder al ministerio petrino, si antes no ha pasado por el resto de órdenes, y aunque para ser Papa no se ordena, no es un orden ministerial, y por tanto podría serlo cualquier cristiano, sí está exigido que sea el obispo de Roma, con lo cual se restringe la cantidad de elegibles.
El modo y el procedimiento para elegir al Papa, a los obispos y a los sacerdotes es una rémora de formas pretéritas de organización social. Cuando el mundo vivía bajo el régimen de la monarquía, el control patriarcal y el gobierno masculino, parecía tener sentido estas formas de elección y ordenación. Hoy, que la misma Iglesia se alegra por la extensión de la democracia, sería bueno que se la aplicara a sí misma. No se trata de hacer elecciones al uso, si no de introducir procedimientos que aseguren que las comunidades tomen parte en el proceso de elección de sus representantes y gobernantes. Una parroquia debería poder elegir a su ministro, una diócesis a su supervisor, la Iglesia a su servus servorum Dei. Aunque la democracia actual, la liberal, tiene muchos límites, bien podríamos adoptar algunas de sus formas para aplicarlas a la Iglesia, lo cual no sería una innovación, en realidad sería la vuelta a las primeras tradiciones. En el origen, la elección de los presbíteros, de los ancianos, como se conoce en los textos, se hacía por elección de la comunidad. Otra cosa distinta era la consagración, que se hacía, para salvaguardar la comunión, mediante la imposición de manos de, al menos, tres obispos de los alrededores. Este método, más acorde con la organización comunitaria y fraterna, podría ser revitalizado para la organización eclesial, puesto que no es de derecho divino a quién se elija sino como sea consagrado. No olvidemos que lo que se debería elegir es al siervo de los siervos de Dios, no a un poderoso o gobernante más.
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