Entre caraduras y rateros
El señor Díaz Ferrán no es un empresario, es un impostor y caradura que ha sabido aprovechar contactos, vínculos y una cierta dosis de suerte en el momento del auge económico. Como tantos otros, tenían una empresa, no como una forma de vida, como una dedicación a los demás, como un servicio a la sociedad que, además, proporciona bienestar para él y su familia. Sus empresas eran, en sus propias palabras, "billetes de loteria". Esta es su concepción de la empresa, nada que ver con el bien común o con el servicio a los demás. Un décimo de loteria, si toca me forro y si no lo tiro a la basura. Lejos de ser un pensamiento extraño, siendo, como fue, el máximo responsable de los empresarios españoles, refleja el modus essendi del empresario medio: un señor que busca medrar, que no tiene reparos en ninguna práctica ilegal, que desprecia lo común y que solo quiere, por encima de todo, su propio y único bienestar. Así son la mayoría de empresarios de este país. Los hay distintos, los hay que se dejan el alma en lo que hacen, los hay que son capaces de perder dinero antes de dañar a otros, pero son los menos. Son los que viven la experiencia empresarial como un servicio, como una misión, casi héroes. Pero el común de los mortales empresarios tienen a Díaz Ferrán como santo patrón, o a Rosell, o peor, a Arturo Fernández, un señor que no pierde ocasión para despotricar contra lo público, mientras sus empresas viven, única y exclusivamente, de contratos con lo público. Así son y por eso así nos va.
Mi más profundo respeto por aquellos que dedicando su saber, esfuerzo y patrimonio, intentan cada día hacer algo que beneficie a la sociedad, pero mi más profundo desprecio por esta caterva de arrimados al poder y vividores de lo colectivo que tanto daño han hecho, hacen y seguirán haciendo. Muy lejos del discurso oficial del neoliberalismo, cuando el empresario pone un capital para invertir en una empresa, no arriesga nada, lo que hace es intentar que ese capital siga cobrando vida cada día, pues el capital, por sí mismo, está muerto, es un zombi que necesita vida para seguir adelante. Lo importante en las empresas son las personas, todas las personas. El capital, y dentro de él el dinero, no son más que instrumentos que nos permiten producir los medios de subsistencia de la sociedad. Si se utiliza bien, todos viviremos mejor, pero si se utiliza para la especulación, el enriquecimiento individual o el gasto suntuoso, el capital puede ser el peor enemigo del hombre. A las pruebas me remito.
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