El mono y el principio de Arquímedes
Hubo un tiempo en el que los propios científicos, conductistas y skinerianos todos ellos, planteaban los experimentos con animales de modo que los resultados eran previsibles. O bien, no sacaban las conclusiones adecuadas. Como aquel científico del chiste, que tras arrancar todas las patas una a una a una araña y dejarla imposibilitada para caminar concluía que la araña quedaba sorda y no oía las órdenes de caminar. Algo así estuvieron haciendo durante mucho tiempo con nuestros primos, los chimpancés. Ideaban un experimento en el que los chimpancés debían reconocer expresiones faciales de distintas emociones. Los chimpancés eran incapaces de reconocer estas expresiones y concluían que no eran seres emocionales, empáticos y capaces de adquirir un nivel moral suficiente. No se percataron que las caras que debían reconocer eran humanas. Es como si a nosotros nos hicieran reconocer caras de primates, nos costaría mucho. Cuando el experimento se realizó con caras de otros chimpancés, la cosa cambió radicalmente. Resulta que son muy receptivos a los gestos faciales y que su empatía es superior a la nuestra en circunstancias similares. Las evidencias se amontonan en esta dirección. Especialmente de la mano de Frans de Waal y sus colaboradores. En su último libro, El bonobo y los diez mandamientos. En busca de la ética en los primates, Barcelona 2013, aporta pruebas definitivas de que los bonobos, especialmente, pero también los chimpancés y otros primates, poseen una estructura ética en su comunidad que les permite sobrevivir como grupo, no como individuos. Todas las especies sociales superiores deben generan algún tipo de moral grupal que les permita sobrevivir como tal grupo, donde se castigan los comportamientos antisociales y se premian los comportamientos prosociales y cooperativos.
La base de esta estructural moral se encuentra en una inteligencia superior a lo que se creía, no en vano las crías de chimpancé son más inteligentes que las crías humanas a edad similar, en una estructura de autorreconocimiento y en el empatía, lo que nos deja a las puertas de la conciencia en grado sumo: la autoconciencia. Como ejemplo de inteligencia, en la página 217, nos cita un experimento llevado a cabo con orangutanes. Se pretendía ver la capacidad de estos para dar soluciones nuevas a problemas nuevos con lo que tuvieran a mano. Se introduce un cacahuete en un recipiente transparente fijado al suelo, suficientemente profundo y estrecho para impedir que lo saque con la mano o con un palo. Tras un tiempo de mirar el problema, el orangután llegó a expresar el principio de Arquímedes: un cuerpo sumergido en un líquido experimenta un empuje vertical igual al volumen de líquido desalojado. Fue al grifo, se llenó la boca de agua y la vertió en el recipiente, así hasta que llenó el mismo y cogió el cacahuete con los dedos.
Los seres humanos somos seres racionales, inteligentes y provistos de una conciencia personal que nos sitúa por encima del resto de seres vivos, pero no somos especiales. El resto de los seres vivos, en grados inferiores, también son inteligentes, racionales y con autoconciencia. Nosotros somos el producto de la evolución, una evolución que genera seres cada vez mejor adaptados a su medio. La inteligencia, la racionalidad y la conciencia son adaptaciones al medio sin las que no estaríamos aquí. Como en el mito de Prometeo, los humanos no tenemos otras armas con las que enfrentarnos al medio hostil, tenemos la técnica y el fuego, pero esas herramientas nos las ha proporcionado el mismo proceso evolutivo.
Por cierto, hubo un orangután más espabilado que el anterior, no hizo viajes al grifo de agua, orinó hasta que el cacahuete llegó arriba.