El proyecto de Jesús: el Reino de Dios.
Suelo decir a mis alumnos que lo primero que tenemos que hacer a la hora de acercarnos a Jesús es arrancarnos los oídos del siglo XXI para ponernos los del siglo I, el siglo en el que vivió Jesús. Por eso son tan importantes cuestiones cómo qué entendía la gente que escuchaba a Jesús o qué significaban sus propuestas. Hay que empezar por el principio para conocer al hombre. Jesús nace en el año 6 antes de Cristo, en el seno de una familia galilea profundamente judía, como atestiguan los nombres de referencia de su familia: Miriam, Josué, Jacob, Judá y Simeón. También el nombre del propio Jesús, Jehoshuá, Dios salva. Son todos nombres de la tradición emparentados con los eventos liberadores del pueblo. Por otro lado, hay que saber que Jesús fue un judío atípico: un laico célibe itinerante. Esto lo convertía en marginal. Jesús vivía en la liminalidad social, económica, religiosa y política y esto le procuró el desprecio de muchos y el recelo de, incluso, su familia. El mundo de Jesús es un mundo rural oprimido por ciudades donde gobiernan los amigos de los invasores romanos. Se trata de una realidad marcada por el endeudamiento y el empobrecimiento, una realidad donde unos, los muchos, son pobres y otros, los pocos, son ricos. Para ambos tienen un mensaje: dichosos los pobres y ay de vosotros los ricos.
El proyecto de Jesús se puede resumir en la expresión Reino de Dios. El Reino es tanto un lugar como un modelo de organización, un reinado. Es un lugar para vivir la solidaridad y la misericordia y es una organización de la justicia y la compasión. Al Reino están invitados por derecho propio los miserables (penetés), los que han sido desahuciados y marginados. En primer lugar los niños y los enfermos, estos son predilectos de Dios. También los eunucos y las mujeres no reproductivas. Los hombres deben abandonar su posición de dominio social, renegar de la capacidad para engendrar una familia de la cual ser los dueños, hacerse eunucos, mientras que las mujeres no reproductivas socialmente: prostitutas, repudiadas, ancianas, son poseedoras del Reino. Pero, no faltan los ricos, ellos pueden entrar a condición de abandonar su riqueza.
Para llevar a cabo su proyecto, Jesús utiliza tres estrategias: palabras que transforman las mentes de sus oyentes, disputas que desvelan la falacia de sus contrincantes y acciones que evidencian la posibilidad del Reino ya presente entre los pobres. Las palabras son las tradicionales parábolas. Jesús las utiliza a modo de ariete para romper las mentalidades y hacer entrar en otro mundo como posible. Solo es posible construir algo nuevo si antes en tu mente lo has visto como real. Eso hace Jesús con parábolas como la mostaza, la cizaña y la levadura. Estas tres parábolas tienen en común que Jesús compara el Reino de Dios con realidades consideradas impuras. La mostaza es una semilla que no debe plantarse en el huerto, pues se extiende y lo acapara todo. La cizaña es una mala semilla que crece en el sembrado y que no hay que arrancar hasta el final. La levadura es un agente de impureza, pues se trata de algo podrido, pero que metido en la masa la hace fermentar. En esta última, además, está la mujer, que en la tradición es proclive a la impureza. Al comparar Jesús el Reino con estas realidades impuras, Jesús esta desconstruyendo la tradición veterotestamentaria del Reino como un lugar varonil de ejercicio del poder comparable a un cedro del Líbano, a un rey poderoso o a una organización perfecta. No, el Reino se parece más a los pobres impuros y degradados que hay en Israel. Hay otras parábolas: el vendedor de perlas, el tesoro escondido, el obrero de la undécima hora, el hijo pródigo o el buen samaritano en las que Jesús sigue con su desconstrucción de la mentalidad de sus oyentes, pero ahora no hay tiempo de desarrollarlo.
Jesús también utiliza disputas. Por ejemplo, la disputa por el divorcio y la mujer adúltera para poner en cuestión la aplicación de la ley y la prioridad de la persona ante la ley. Jesús habla desde un Dios misericordia y compasión frente al dios de los fuertes y poderosos, que no sabe de misericordia. Jesús siempre defiende a los débiles antes los poderosos y eso le granjea enemistades peligrosas. En las disputas siempre comienzan sus oponentes poniéndolo a prueba con trampas en las que, de caer, no tiene escapatoria. Si dice que no se apedree a la adúltera va contra la ley, si dice que sí, va contra los romanos que son quienes pueden ejecutar. Lo mismo sucede con la disputa sobre los impuestos. Si dice que se deben pagar es amigo de los romanos, si dice que no, su enemigo. Él sale indemne con inteligencia y destapando la falacia. ¿De quién es esta imagen?, pregunta. Del César, responden. Pues, devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. La respuesta no tiene desperdicio. Le preguntan por impuestos, una cuestión económica, pero él lo lleva al terreno de la fe y el compromiso vital. Esa imagen es del Imperio, pero vosotros sois imagen de Dios y no podéis dar vuestra imagen, vuestro ser íntimo, al César. Devolved al César su imagen, no os contaminéis con ella. Vosotros dad a Dios lo que es suyo, vuestro ser, su imagen en vosotros.
Por último, Jesús utiliza acciones, los tradicionales milagros, para implantar el Reino. Son acciones individuales, como cuando sana a un ciego, un paralítico o un leproso; colectivas como cuando da de comer a una multitud; y sociales, como cuando libera de la posesión del demonio de las legiones romanas a un territorio entero. Son acciones en las que se visualiza que el Reino está presente, pues Jesús mismo libera de las cadenas del mal y del pecado, cadenas que son religiosas, económicas y políticas. Cuando da de comer a la multitud simboliza que el banquete de los pobres con Jesús sacia y hasta sobra para todo el pueblo. Por el contrario, el banquete de los poderosos acaba en el crimen, como la fiesta de cumpleaños de Herodes que acaba con la cabeza de Juan Bautista en una bandeja de viandas. Con Jesús, las posesiones demoníacas producidas por la opresión romana son desatadas y los romanos, simbólicamente, son arrojados al mar por donde vinieron en la piara de cerdos.
Esto es lo que voy a desarrollar en la conferencia, no tan comprimido como aquí. La entrada es libre hasta completar el aforo. Merece la pena aunque sea por ver el Casino de Murcia, un lugar realmente bello.