Jueves Santo: Lavar los pies a la humanidad (Jn 13,1-15)
En el ritual antiguo de la iglesia primitiva, la celebración de los próximos tres días, era el punto culminante de todo el año litúrgico. El inicio del tiempo pascual se ubica aquí, en la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Todos los sacramentos de la iglesia brotan de acá: de la cruz y la glorificación por parte de Dios a su Hijo.
En el evangelio según Juan, que venimos siguiendo, hemos llegado finalmente a “la hora” de Jesús. Su descenso del Padre ha llegado al punto más profundo, ahora inicia su ascenso: “sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía […]” (v. 3). Su “humillación” y auto-abajamiento queda plasmada de forma magistral en la escena del lavatorio de los pies que hemos leído (Brown, El evangelio y las cartas de Juan, p. 114). El evangelista explica el gesto con una solemne introducción: “Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (v. 1). El acto de la reducción más increíble, que llega a tocar suelo, porque lavar los pies polvorientos de quien porta sandalias era un oficio de esclavos. Se trata del acto de entrega más grande que se consumará la mañana siguiente: el amor sincero llega al punto de darlo todo, hasta la vida, para que otros vivan.
El papel de nosotros/as, los seguidores de Jesús, está en repetir este gesto. “Lavarnos los pies unos a otros” es el signo de la entrega desinteresada, consciente y cargada de ternura, para cambiar la realidad. Nosotros/as, que vivimos en una euforia consumista, debemos caminar más aún y saber que el amor por los/as demás tiene que ver con el amor a uno mismo. Jesús le lava los pies a la humanidad cada vez que alguno/a de nosotros se comparte, se dona, se hace tangible a quien lo necesita.