La figura de Jesús en el Corán (traducción)
por Guillaume DYE
Université Libre de Bruxelles
Jesús ocupa en el Corán un lugar privilegiado pero ambivalente. Privilegiado porque recibe elogios de un estatus muy elevado: es el único personaje en ser llamado el verbo y el espíritu de Dios (Corán 4,171); nace milagrosamente de la virgen María (la única mujer en el Corán que es llamada por su nombre); es el único profeta en recibir una revelación desde la cuna (19,30-33); su regreso a la tierra es el signo del fin de los tiempos (43,61). Ambivalente porque, además que el Corán rechaza sin dudar la idea de que Jesús pueda ser de naturaleza divina (nunca es el “hijo de Dios”), a veces lo pone en el mismo plan que Job, Jonás o Zacarías (4,163-164; 6,85), en el papel que debería jugar un personaje secundario; por otra parte, es elevado por encima de los otros profetas (2,253). Muchas referencias sobre Jesús se encuentran en contextos donde la figura dominante es María, como en la Sura 19. De hecho, el Corán muestra actitudes muy contradictorias hacia los cristianos que son algunas veces presentados bajo una luz muy positiva y, otras veces, objeto de violentas polémicas. Parece, por tanto, que hubo muchos estratos en el cuerpo coránico: en algunos momentos buscando convergencias con los cristianos, ordenándoles abandonar su cristología, incluso ignorando su existencia.
La mayor parte del Corán está compuesta de historias relativas a los personajes de la Biblia o de los evangelios. El lector occidental se encuentra frente a personajes familiares, pero las historias que los ponen en escena son desconcertantes: ellas son, en efecto, muy ilustrativas (el Corán se contenta con mencionar sucintamente algunos trazos sobresalientes prefiriendo insistir sobre la significación y las enseñanzas que son convenientes expresar), a menudo hacen referencia a escritos apócrifos y a leyendas judías y cristianas de la antigüedad tardía que son desconocidas por el lector no especializado. De esta forma, el Corán hace más referencia a la literatura parabíblica que a la literatura bíblica propiamente dicha.
El Jesús del Corán
La figura de Jesús no es la excepción. El lector que no está habituado más que al Jesús de los evangelios canónicos podría pensar que el Jesús del Corán no tiene nada que ver con el personaje que conocía. Una impresión como esta no es justificada realmente.
Comencemos por el mismo nombre de Jesús. Para hablar de Jesús, el Corán emplea el nombre ‘Îsâ (así como las expresiones “hijo de María”, “[el] Mesías Jesús, hijo de María”), así como se entendería Yasû en el caso de los cristianos de lengua árabe. Este nombre deriva, por mediación del arameo, del hebreo Yêshû, forma abreviada de un nombre más antiguo, Yêshêa‘. ¿Se debe concluir, como a veces se hace, que el ‘Îsâ coránico no designa verdaderamente a Jesús? Ciertamente no: la forma ‘Îsâ proviene del nombre Jesús, pero tal como está testificada en diversas formas del arameo oriental (por ejemplo, el siriaco oriental ‘Îshô), según las modalidades lingüísticas fácilmente explicables (pero demasiado largas para ser presentadas aquí), si se tiene en cuenta los cambios fonéticos implicados en los préstamos lingüísticos arameos en el árabe.
Que Jesús sea calificado de masîh, “Mesías-Cristo”, no debe ser sobre-estimado: se trata de una fórmula fija que no implica que Jesús haya sido, desde el punto de vista del Corán, el punto culminante de la historia de la salvación. En cuanto a la expresión “hijo de María” más bien insiste sobre la humanidad de Jesús. Siendo que el Corán reconoce la concepción virginal y rechaza la paternidad divina, Jesús no puede ser ni “hijo de José” ni “hijo de Dios”.
Un personaje eminente
El nacimiento de Jesús recibe una atención particular en los Suras 3 y 19. Por un lado, el Corán retoma tradiciones del Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo compuesto en griego en el siglo II d.C., que conoció un inmenso éxito en el Oriente cristiano y que ha influenciado considerablemente la piedad mariana, así como la liturgia y la iconografía de la Navidad. Como el Protoevangelio, el Corán narra la concepción de María (3,35-36), luego su infancia en el Templo (3,37; 19,16; donde el “lugar oriental” es el Templo de Jerusalén) y como ella se mantenía detrás de un velo (19,17), en decir, en el “Santo de los Santos”; narra también la Anunciación (3,42-47) y luego la Navidad (19,22-26). El relato coránico de la Navidad parece algo extraño: no habla de Belén, el nacimiento de Jesús se desarrolla en un lugar “retirado” o “distante” (19,22) según una fórmula que evoca el “lugar desierto” del que habla el Protoevangelio al tratar la Navidad (Protoev. 17,8), sitúa en el momento del nacimiento de Jesús el “milagro de la palmera” donde Jesús, recién nacido, hace que una palmera se doble y surja de ella una fuente para saciar la sed de su madre (19,23-26). Una leyenda cristiana bien conocida pero que se desarrolla durante la huida a Egipto, en principio.
Sólo existe un contexto conocido donde son combinados los relatos del Protoevangelio y el milagro de la palmera: las tradiciones populares y litúrgicas ligadas a la iglesia Kathisma de María, una iglesia bizantina cuyas ruinas han sido buscadas y redescubiertas en los años 1990. Esta iglesia estaba situada a mitad del camino entre Jerusalén y Belén. Son así las tradiciones cristianas palestinas las que están en el origen del relato coránico. Notemos que Kathisma, gran iglesia octogonal, tiene en su centro una roca (sobre la cual, según los relatos populares, María descansó durante su trayecto hacia Belén y en la huida a Egipto) al igual que el modelo arquitectónico del Domo de la Roca.
Desde su concepción y nacimiento milagrosos, el Jesús coránico aparece como un personaje eminente. Dios insufla su espíritu en María para concebir a Jesús (21,91) que no ha nacido simplemente de la palabra (kalima) de Dios: en efecto, el Corán afirma que Jesús es la palabra, la kalima, de Dios así como su enviado y un espíritu (rûh) que proviene de él (3,55; 4,171). Por otro lado, el “Espíritu Santo” (rûh al-qudus) aparece cuatro veces en el Corán: en tres de estos casos la expresión está ligada a Jesús cuando se dice que Dios lo ha fortalecido con el Espíritu Santo (2,87,254; 5,110).
El Corán menciona brevemente los milagros de Jesús (3,49-40; 5,110; 19,30-33). Algunos se encuentran tanto en los evangelios canónicos como en los apócrifos: las sanaciones de ciegos, de leprosos, la resurrección de un muerto. Otros (sobre los cuales el Corán se extiende un poco más) sólo son mencionados en los apócrifos: Jesús habla desde el momento de nacer, forma la figura de un pájaro con arcilla, sopla sobre ella, y le da vida. Así pues, Jesús crea, con la autorización de Dios -precisa el Corán- un ser viviente según el mismo procedimiento usado por Dios para crear a Adán (15,29) y a Jesús mismo en parte (21,91; 66,12).
Una figura ambivalente
Las enseñanzas del Jesús coránico no tienen, sin embargo, mucho que ver con las contenidas en los evangelios (hay sólo una alusión a la parábola de los sembradores [48,29, ver Mt 13,1-23] y a la idea que Jesús, confirmando la verdad de la Torah, permite como legítimas ciertas cosas prohibidas a los hijos de Israel [3,50], lo que parece combinar Mt 5,17-20 y Mc 7). Está sobre todo ligado al hecho de que Jesús, en el Corán, es la figura ambivalente por excelencia: una figura escindida en comparación con el concepto que tienen de él los judíos, que lo rechazan, y en comparación con los cristianos, que se hicieron de él una imagen errónea.
Los judíos, en efecto, no reconocieron a Jesús como un enviado de Dios, a pesar de todas las pruebas que él aportó (2,87; 253, 3,52; 43,63-65; 61,14), ellos fueron incrédulos y lo trataron igual a un mago (5,110; 61,6) lo que, en ese contexto, es una acusación de pactar con los demonios.
En un pasaje célebre, pero que es de interpretación controvertida (4,156-159), el Corán afirma que los judíos son malditos porque afirman haber asesinado a Jesús. Pero, prosigue el Corán, ellos no lo han asesinado ni crucificado, “sino que les pareció así” (wa-lakin shubbiha la-hum). La fórmula es obscura. La mayoría de los exégetas ven aquí una forma de docentismo: Cristo no habría sufrido verdaderamente la Pasión, sino que un sustituto, un doble, fue crucificado en su lugar. Pero algunos leen el pasaje de forma distinta: lo que el Corán niega no es la muerte de Jesús (el Corán parece admitirla en otros lugares, ver 5,17; 75; 19,33) sino el hecho de que los judíos hayan tenido el poder de dar muerte a Jesús. La decisión y el poder de hacerlo morir provienen sólo de Dios (3,55; 5,117) y, como todos los que han sido asesinados siguiendo “el camino de Dios” (3,169), Jesús está vivo al lado de Dios.
Por lo tanto, es perfectamente posible que el verso coránico sobre la muerte de Jesús no subraye ni aumente la polémica anticristiana. Se trata, sobre todo, de una polémica antijudía. Otros versos coránicos relativos a Jesús, en cambio, son explícitamente dirigidos contra los cristianos (aún cuando encontramos pasajes que buscan una manera de encuentro con los cristianos, notablemente al tratarse de María). Se puede tener el sentimiento que en numerosas ocasiones el Jesús coránico es conocido por desligarse de las doctrinas que los cristianos mismos desarrollaron sobre él. Esto es definido por una serie de negaciones: él no es una divinidad al lado de Dios (5,116), Dios no es Jesús (5,17; 72), Jesús no es la tercera persona en una trinidad (4,171; 5,73; 116); Jesús no es el hijo de Dios (4,71; 9,30; 19,35). En efecto, como Adán, Jesús nació sin padre, pero no por eso se le puede llamar “hijo de Dios” (3,59).
Aún cuando él sea considerado un personaje extraordinario, el Corán rechaza la tesis de un Jesús pre-existente. Jesús es un profeta (nabî, 19,30), un enviado (rasûl) de Dios (4,171), un enviado a los hijos de Israel (3,48), pero también un servidor (‘abd) de Dios (4,172; 5,72; 114,117; 19,30-31).
Jesús recibió el evangelio de Dios
Finalmente, notemos el uso que el Corán hace del término “Evangelio” (en árabe injîl, tomado del etíope wängel, a su vez tomado del griego euaggelion). El término hace referencia algunas veces a la Escritura de los cristianos (7,157). El hecho que el Corán hable de "el evangelio", siempre en singular, suscita la perplejidad de los historiadores. Un uso tal podría explicarse por la profetología del Corán según la cual los enviados de Dios reciben una revelación, un “libro celeste”, directamente de Dios. Así, Dios “hizo descender (es decir, reveló) la Torah y el Evangelio” (5,45; 110). De este modo, al-injîl no es el testimonio de la predicación y la acción de Jesús sino la revelación, las enseñanzas, transmitidas por Dios a Jesús y, por ende, ipso facto, el mensaje transmitido por Jesús a los hombres.
Texto original: “La figure de Jésus dans le Coran”: Marguerat, D (dir.), Jésus. Une encyclopédie contemporaine, Bayard: Montrouge Cedex, 2017, p. 349-354. Traducción: Hanzel José Zúñiga Valerio, 2018.