Señor, ¿dónde quieres que te preparemos la mesa?
El modo de vivir y de trabajar que tenéis manifiesta, sin atenuantes de ningún tipo, la plena pertenencia al único Señor, el abandono que hacéis en las manos de Cristo y de la Iglesia. ¡Qué entrega y qué abandono! Cuando vivís con radicalidad, presentáis un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje que es comprensible para todos los hombres, desde los que más sabiduría humana tienen a los que menos; pero lo que importa es que sois comprendidos por quienes tienen necesidad de descubrir esa vida nueva que se hace presente en la historia, vida que es sencillamente ser transparencia del amor mismo de Dios con quien un día os encontrasteis siguiendo a Cristo, y que nunca quisisteis reservarlo para vosotros. Como nos recuerda el Papa Francisco, «la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él, que nos mueve a amarlo siempre más. Pero, ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?» (EG 264).
Siempre me siento interpelado por vosotros los consagrados cuando contemplo vuestras vidas en la expresión concreta de vuestro carisma y de consagración que el Señor os ha regalado: en la vida monástica, contemplativa y activa, los institutos seculares, las sociedades de vida apostólica y otras nuevas formas de consagración. Dejadme deciros que sois un elemento decisivo para la misión de la Iglesia en ese camino especial de seguimiento de Cristo, para dedicaros a Él con un corazón indiviso y poneros como Él al servicio de Dios y de la humanidad, simple y llanamente asumiendo la forma de vida que Cristo escogió para venir a este mundo: una forma virginal, pobre y obediente. Gracias por hacer de los lugares de vuestra presencia una llamada y una profecía a vivir la fraternidad en comunión de vida y de obras; por convertirlos en espacios de anuncio explícito del Evangelio y ser expertos de comunión en la Iglesia y en la sociedad.
En y con todos los límites humanos, ¡cuántas formas de tratar y de acoger a los pobres con gestos, coherencia, generosidad constante y entrega sencilla! Lo hacéis sin anuncios ni avisos a nadie, y no solamente de un día o de unas horas, sino toda la vida. Nunca perdáis el entusiasmo por la misión, la realizada desde la entrega radical de la vida para poner a los hombres en manos de Dios con una oración constante y de por vida a su favor; desde el servicio desinteresado en todas y a todas las edades de la vida del ser humano, en todas las circunstancias y situaciones geográficas y existenciales en las que se encuentren. Pensad siempre que tenemos un tesoro de vida y de amor que nunca engaña, que siempre permanece y que en ninguna circunstancia manipula o desilusiona. Tened siempre presente esta verdad por muchas dificultades o incomprensiones que encontremos. No es lo mismo tratar de construir el mundo con Cristo y, por ello, con su Evangelio, que hacerlo solamente con la propia razón.
Os animo a salir al mundo siempre desde la escuela de la Eucaristía, que es la escuela del Amor: del amor a Dios y del amor al prójimo. Salid siempre así, preguntando al Señor como los primeros discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Y ahí, en medio de esta historia, os encontraréis con multitud de personas en situaciones muy diversas, todas ellas como la samaritana del Evangelio, con un cántaro con el que van en búsqueda de agua: niños, jóvenes, adultos, ancianos, enfermos, pobres, rotos por la vida, desalentados por falta de trabajo, deshechos por ser tratados para negocio de algunos, negados en su dignidad más sublime como es el ser imagen y semejanza de Dios, con vacíos tremendos en sus vidas que intentan llenar de formas diferentes, pero que engendran más y más vacío… Encontraos con ellos, poneos a su lado, estad de su parte, llenadles el cántaro que llevan del mismo Amor del que vosotros vivís. Ya veréis la reacción: marcharán a anunciar, como la samaritana del Evangelio, que han encontrado a alguien diferente que les llena el corazón, les sienta a su mesa, se ocupa y preocupa de ellos. Y no sois vosotros, es a quien transparentáis con vuestra vida: Jesucristo.
Tened presente que en vosotros está Jesús; con vuestro rostro, manos, palabras, obras y corazón se acercó a ellos. Esa es la mesa que el Señor quiere que preparéis. Sed hombres y mujeres que señaláis caminos, que creáis y promovéis vínculos, que mostráis el sentido que tiene la vida con gestos, palabras y obras, que preparáis esa mesa desde la cercanía, la acogida y la entrega, que siempre abren senderos de esperanza, especialmente para aquellos que están pasando situaciones de sufrimiento y oscuridad. Como Jesús, tened siempre en vuestros labios esa expresión: «¿Qué quieres que haga por ti?». Os propongo a todos los cristianos que recemos por los consagrados y por las vocaciones, al mismo tiempo que, para esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada, invito a los consagrados a vivir tres compromisos:
1. Tened y mantened en este mundo la mirada de Cristo. Recordad siempre estas palabras del Papa Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción». Y os aseguro que lo que atrae es el testimonio, la coherencia con la propia vida. San Francisco de Asís decía a sus hermanos: «Predicad siempre el Evangelio y, si fuese necesario, también con palabras». Para mantener esta mirada de Cristo hacia todos los hombres y que la perciban así, como mirada de Cristo, hace falta amor, un amor cada vez más intenso a Cristo y un amor a su pueblo. Es un amor que no se compra, pues viene de Cristo.
2. Tened y mantened una familiaridad con Jesucristo. Lo primero es estar con Él. Ello significa que el camino que hemos de hacer, como es caminar desde Cristo, tiene que realizarse desde una familiaridad con Él. Recordemos siempre las palabras de Jesús en la última cena cuando Él mismo va a vivir el acto y el don más grande de amor –dar la vida por todos los hombres– y nos insiste en vivir siempre unidos a Él; recordemos sus palabras y sus imágenes de la vid y los sarmientos… Permanecer en su amor, permanecer unidos a Él, es lo que garantiza el dar fruto. A esto es a lo que llamo vivir en familiaridad con Cristo: unidos a Él, dentro de Él, con Él, hablando de Él. El camino de escucha a Jesús dura toda la vida, estar en su presencia, dejarse mirar por Él para aprender a mirar como Él.
3. Tened y mantened en vuestra vida el espíritu de salida. Siempre saliendo de vosotros mismos y marchando al encuentro del otro. ¿Os habéis dado cuenta de que, quien pone a Cristo en el centro de su vida, se descentra? ¿Os habéis dado cuenta de que, cuando más nos unimos a Jesús y se convierte en el centro, Él nos hace salir más y más de nosotros mismos, nos descentra y nos abre a los demás? El espíritu de salida nos pone en el verdadero dinamismo del amor que es el movimiento de Dios mismo, que es centro, don de sí y vida que se comunica. ¡Qué trabajo más bello el vuestro, que embellece a la humanidad! Dios no tiene miedo a las periferias y a caminar desde Cristo y ponernos en el espíritu de Él para salir. Salir continuamente de sí por amor, para dar testimonio de Jesús con palabras y con obras. Unidos a Jesús salgamos al encuentro de los hombres.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid