Vaticano SA
Dentro de las dos maletas que recibió Nuzzi había unos 5.000 documentos, que comprendían el archivo personal de Renato Dardozzi, del Opus Dei, muerto en el 2003. El monseñor había sido un consejero del secretario de Estado del Vaticano, Agostino Casaroli y después Angelo Sodano, para casos especiales. Su especialidad consistía en prevenir y ayudar a neutralizar aquellos asuntos financieros que podían transformarse en escándalos.
«Asegurar que la creencia en Jesucristo y las actividades del IOR se correspondan», subraya Nuzzi. En otras palabras: protegerse frente a las personas que, con la complicidad de empleados o directivos del Vaticano, hacían un uso poco cristiano del banco papal.
Con el título Vaticano SA, Nuzzi ha reconstruido, en un libro que acaba de aparecer en Italia, una parte de cuanto sucedió desde mitad de los 80 hasta principios del siglo XXI. Es decir, la continuación de cuanto ya se conocía desde el escándalo del arzobispo Marcinkus y el banquero Roberto Calvi. Lo más importante es que, tras el escándalo y el propósito de enmienda, en realidad «se constituyó un IOR paralelo y oculto», que llegó a mover 270 millones de euros. Una de las firmas del mismo era Giulio Andreotti. En los documentos de la institución paralela, al político italiano se le llama con el alias de omissis, que en italiano significa omitido o censurado.
«No recuerdo muy bien», respondió escuetamente Andreotti, de 90 años de edad, cuando Nuzzi le preguntó por su firma. Las finanzas paralelas fueron puestas en pie por monseñor Donato de Bonis, difunto, que cubría el cargo de prelado del banco. Era la conexión entre el IOR y una comisión de cinco cardenales que supervisaba las decisiones. De Bonis trabajaba con 17 cuentas, con las que, entre 1989 y 1993, se realizaron operaciones por 275 millones de euros.
Ente los documentos del archivo Dardozzi figuran cartas del presidente del IOR, Angelo Caloia, dirigidas al Papa o al secretario de Estado, alertando sobre cuanto iba descubriendo. En una afirma que «los títulos (acciones o deuda pública) pasados por el IOR son el resultado de pagos de comisiones a políticos, con importes que luego les han sido devueltos limpios».
Esto sucedía en los años 80 y 90, después de haberse zanjado el escándalo Marcinkus-Ambrosiano. Nuzzi reconstruye, con el archivo y otras fuentes, la existencia en el IOR de cuentas bancarias de Vito Ciancimino, difunto, exalcalde de Palermo, condenado por relaciones con la Cosa Nostra, la mafia de Sicilia. Massimo, su hijo, afirma: «Las transacciones a favor de mi padre pasaban todas a través de cuentas y cajas de seguridad del IOR». En las cartas del alarmado presidente del banco del Papa, un profesional muy apreciado en Italia, salen los fantasiosos nombres de los titulares de las cuentas en las que se ocultaba el dinero sucio de las comisiones: Mamá De Bonis, Lucha contra la leucemia, Jonas Foundation, Francis Spellman, Misas, Niños pobres o Manicomios. Con la friolera de 120 millones de euros, unas monjas que cuidaban de enfermos mentales resultaban ser más ricas que muchas diócesis juntas, lo que se interpreta como dinero usado por otros y para otras finalidades.
Antes de morir, monseñor Dardozzi pidió que su archivo personal fuese publicado. Nuzzi admite que, «hasta fines del siglo pasado, el IOR, que sigue respondiendo únicamente al Papa de cuanto hace, pierde o gana, no aplicó el anunciado cambio de rumbo», aprobado después que estallase el escándalo Marcinkus-Ambrosiano. En la base católica hubo una sublevación y el Vaticano tomó algunas medidas: pagó 242 millones de dólares (171 millones de euros) a los acreedores, ordenó el exilio del arzobispo y nombró un nuevo equipo de banqueros que debía asegurar una nueva línea. «Entiendo que mi libro favorezca a quienes ahora intentan hacer limpieza dentro del Vaticano», reconoce Nuzzi.