La familia, escuela de amor
Esa verdad se puede aprender de manera especial en familia. Jesús mismo, el Hijo de Dios encarnado, pasó por este aprendizaje. No olvidemos que Dios mismo, en esencia, es familia. Nos referimos a esas eternas relaciones de amor entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este Dios que se ha manifestado en Jesús como Amor, quiere que todos los seres humanos entremos a formar parte de esta maravillosa y entrañable familia divina. El camino para entrar es Jesucristo, Él es el camino, la verdad y la vida, como nos enseña san Juan (cf. Jn 14, 5-6). Por tanto, de la mano de Jesús aprenderemos a ser familia de todos, para así poder entrar algún día en el hogar de la familia eterna.
La familia tradicional quizá sea criticada o cuestionada por algunas ideologías, pero no cabe duda de que sigue siendo y será un anhelo fundamental del corazón humano. Ni la familia ni el Evangelio han dejado ni dejarán nunca de ser importantes, porque el ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, para ser él mismo, para ser auténtico y feliz, necesita estar él también en familia, como Dios es familia.
La familia, como os dije antes, es escuela de amor imprescindible para aprender a ser hijo y hermano. Escuela que nos prepara para después trascender los lazos de sangre y poder ver a toda la humanidad como la gran familia de los hijos de Dios. Ese es el sueño de Dios: que algún día todos nos comportemos como miembros de una gran familia de hermanos y hermanas que se aman, unidos todos los pueblos de la tierra en fraternal banquete, del cual es expresión la Eucaristía, mesa fraterna habitual de la familia cristiana. El papa Francisco, este año, en el encuentro mundial de familias de Dublín, nos ha recordado que Dios santifica y salva a los hombres «no aisladamente, sin ninguna conexión de los unos con los otros, sino constituyendo un pueblo» (Gaudete et Exsultate, 6).
Es necesario, más que nunca, que la sociedad deje al margen prejuicios ideológicos para redescubrir el gran valor de la familia como escuela ideal para aprender a ser persona, a ser hijo y hermano, para aprender a amar a los otros y a Dios. Padres y madres, recordad que no estáis solos en esa gran tarea.
Queridos hermanos: que María, José y el niño Jesús sean luz para tantas familias que anhelan la paz, el amor y la alegría que irradia el Portal de la Misericordia y de la solidaridad que contemplamos en Belén.
Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona