El amor de Joseph Ratzinger por Jesús y por la Iglesia se forjó durante su más tierna infancia “Josepherl” en el “país de los sueños”
En 1929, la familia de Joseph Ratzinger se trasladó a Tittmoning, una ciudad barroca donde el hecho religioso desempeñaba un papel fundamental
En aquella población, a la que el papa alemán se referiría posteriormente como “el país de los sueños”, transcurrieron los días más felices de su vida
Foc Nou - A medida que uno se hace mayor se da cuenta de la gran importancia que tienen los orígenes. El vínculo primigenio con un lugar, una familia y unas determinadas relaciones sociales deja una huella imborrable en el carácter de las personas y determina su trayectoria vital. Precisamente a esta crucial etapa de la vida que es la infancia se refirió Benedicto XVI en su testamento espiritual. En el texto, redactado el 29 de agosto de 2006 y publicado con motivo de su muerte el pasado 31 de diciembre, el pontífice daba las gracias a sus padres por haberle llevado al mundo "en una época difícil" y por crear “un hogar magnífico” que, “como una luz clara”, iluminó todos sus días.
Tal y como explica con profusión de detallesel periodistaalemán Peter Seewald en la monumental biografía Benedicto VXI. Una vida (Mensajero), el menor de los tres hijos del matrimonio formado por Maria Peintner y Joseph Ratzinger nació en el municipio bávaro de Marktl, el 16 de abril de 1927, el sábado de Gloria. Dos años después, la familia se trasladó a Tittmoning, una ciudad barroca donde el hecho religioso desempeñaba un papel fundamental, tanto por la notable presencia de edificios sagrados como por la devoción de sus habitantes. En aquella población, a la que el papa emérito se referiría posteriormente como “el país de los sueños”, transcurrieron los días más felices de “Josepherl” —diminutivo con el que llamaban en casa al pequeño de los Ratzinger. Poco tiempo después, la familia tuvo que fijar un nuevo lugar de residencia huyendo del avance del nacionalsocialismo emergente en Alemania.
Forjado durante la más tierna infancia gracias a la fe y la devoción de sus padres, el amor de “Josepherl” por Jesús y por la Iglesia fue el origen de una larga trayectoria de servicio como catedrático de Teología, como teólogo conciliar, como arzobispo de Munich, como prefecto de la congregación para la Doctrina de la Fe y, por último, como papa. Desde estos ámbitos, Benedicto XVI ha dejado un legado impresionante —escribió más de 15.000 páginas— que seguirá marcando el camino de esta institución milenaria en los próximos siglos. Un legado con luces y sombras, aciertos y desaciertos que la historia, siempre implacable, se encargará de juzgar. Sea como sea, nunca se podrá dejar de reconocer su integridad, su inteligencia y su grandeza.
Pese a la frágil salud que le caracterizó durante toda su vida, el papa emérito murió de forma natural a los 95 años en el monasterio Mater Ecclesiae, donde vivió desde su histórica renuncia al pontificado en febrero de 2013. Según reveló su secretario personal Georg Gänswein , las últimas palabras del papa emérito antes de expirar fueron: “Jesús, te quiero”. Quién sabe si, al pronunciarlas, volvía a ser "Josepherl" y viajaba de nuevo al "país de los sueños".
*Artículo publicado en el número 507 de 'Foc Nou'.