El Papa no gobierna la Curia
Está claro que el tema de la remodelación de la Curia Romana, en efecto, es central en la vida de la Iglesia. De ahí que, al inicio del Pontificado de papa Ratzinger se aseguraba que un Papa con más de veinte años de experiencia curial, que conocía prácticamente a todo el episcopado, que había criticado en más de una ocasión la burocratización en la Iglesia, el exceso de documentos, la supremacía de la política sobre la teología, etc., siendo además un hombre de hierro (el Panzerkardinal), sin duda abordaría una remodelación a fondo de la Curia Romana. Se decía (Decíamos) que éste iba a ser un pontificado «hacia adentro».
Deseos vanos y que se están demostrando falsos, porque nacían de un casi total desconocimiento de la persona de Ratzinger y de sus verdaderos objetivos.
En efecto, Ratzinger ha sido siempre un anti–curial. Es decir alguien que se sitúa fuera de los mecanismos de la Curia, y por lo tanto, aunque conozca a muchas personas, ignora casi todo de los mecanismos internos. Mecanismos que le interesan muy poco, al igual que los aspectos canónicos y jurídicos, de los que prácticamente se desentiende. De cardenal, nunca le gustó la Curia. Y de Papa, menos.
El desafecto era recíproco, dado que la Curia nunca quiso bien al cardenal Ratzinger (hay episodios y anécdotas curiosas acerca de lo mal que lo trataron, incluso a nivel personal). Prcisamente, porque lo veían (y era) como un hombre por encima de los aparatos, cuya influencia personal sobre Juan Pablo II no podía someterse al control de la Secretaría de Estado.
Pero Ratzinger es también un hombre manso, incapaz de vengarse de sus adversarios o de corregir a posteriori lo que otros han hecho mal. Basta ver el modo inusualmente (¿e innecesariamente?) benévolo con el que trató al cardenal Sodano en el proceso de su jubilación.
El Papa se siente, pues, lejos de la “política” vaticana. Lo que le interesa y preocupa son las cuestiones centrales de la fe, la liturgia o el ecumenismo. Es ahí donde se ve la decisión con la que actúa.
Hay otro factor que influye (y mucho) en la actual deriva curial: la incapacidad papal de valorar adecuadamente a sus colaboradores y de elegir a los mejores para los puestos más importantes. Algo que se sabe en la Curia desde hace mucho tiempo.
De ahí que lo que se vive hoy en la Curia sea un clima de desconcierto, con la sensación de que cada uno tira por su lado, administra su sector de poder y coloca a sus amigos en donde puede. Mientras tanto, los temas difíciles se dejan a la improvisación.
Todo ello hace de Benedicto XVI uno de los papas más incapacitados para efectuar una reforma de la Curia; y casi diría de gobernarla. Lo ha dejado todo en manos de su Secretario de Estado, el cual, a su vez, tiene que ganarse cada día la autoridad que necesita, contra los que se le oponen desde puestos clave de los que el Papa no ha removido a nadie importante, si no ha sido por jubilación más que superada.
El mismo Papa lo ha dicho de forma explícita a sus íntimos (poquísimos): él no tiene intención de consumir sus pocas fuerzas y años en cosas secundarias, sino que tiene intención de centrarse en lo fundamental, que es su magisterio.
Por eso, éste no es un pontificado «hacia adentro», sino todo lo contrario, un pontificado «hacia afuera». Mucho más que el de Wojtila, solo que con otro estilo. Su misión es anunciar la verdad de la fe en todos los ámbitos posibles, dialogar con todas las culturas, y ello con una proyección ecuménica que JPII nunca alcanzó.
José Manuel Vidal