El Papa de los pobres en la Casa Blanca
Sintonía en la calidez de los gestos y en las prioridades de la agenda mundial. En cuanto a los gestos, llamó la atención que, en el reino de los enormes 4x4, el Papa de Roma llegase en un pequeño Fiat negro a los jardines de la Casa Blanca. Allí fue recibido con los honores debidos a un jefe de Estado especial, porque el centro del poder mundial se inclina ante la autoridad moral de Francisco. Su humildad seduce y conquista corazones.
Llega a la Casa Blanca, símbolo del imperio americano, un Papa vestido de blanco (como corresponde) y adornado con la corona de la mayor popularidad que personaje alguno haya conseguido en esta nuestra aldea global. Querido, venerado, respetado por los pueblos. Y también, como en este caso, por sus dirigentes.
En poco menos de dos años recuperó la autoridad moral de la Iglesia, por normalizar el papado y por conducir a su institución hacia el Evangelio de Jesús, que es el de los pobres y el de los marginados de la tierra. Un Papa que escucha sus gritos de dolor y los expone ante el mundo, con todos los focos de los potentes medios americanos fijos en él.
Hasta Obama se rinde a sus encantos y resalta su figura, "ejemplo viviente de las enseñanzas de Jesús", así como las profundas coincidencias con el Papa en los temas más vitales. Desde la inmigración, a los pobres, pasando por los refugiados. Y se compromete a apoyar al Papa de Roma.
Francisco, que siempre habla con el ejemplo y con la vida, recuerda que llega a Norteamérica como hijo de emigrantes, en un país construido por ellos. En un país, a cuyas puertas siguen llamando cientos de miles de emigrantes, sin encontrar respuesta. O encontrando vallas electrificadas.
Y, humilde como siempre, no adoctrina. Dice que viene simplemente a "escuchar los sueños y las esperanzas del pueblo americano". Ensalza la sociedad abierta y la libertad religiosa de la que goza el país y compromete el apoyo de los suyos en la construcción de sociedades tolerantes, justas e inclusivas. Y cita al mártir Luther King, el apóstol de la igualdad racial.
En la cuidada pradera de la Casa Blanca, Francisco recuerda a los pobres. Por algo es su abogado. Y pide a los grandes del mundo que cuiden la casa común. Para dejársela bella y bonita a nuestros hijos. Pero también y sobre todo, para no dejar tirados en las cunetas de la vida y de la historia a los descartados. Porque, con la ayuda de Dios y la voluntad política de Norteamérica, es más posible un desarrollo sostenible e integral en todo el planeta.
Terminados los discursos, el presidente y su esposa invitan al Papa a entrar en su casa y a saludar a los presentes desde el balcón. El balcón de los poderosos que se abre para el Papa de los descartados, misionero de la esperanza y de la misericordia en tierras del Tío Sam.