"Y nuestra misión son los pobres" Somos el cuerpo del evangelio
"Lo llamaron 'El Libro de la Ley de Dios, y en él se contenían, no sólo los mandatos que eran vida para quien los observara, sino también la memoria de las obras de Dios a favor de su pueblo, memoria de una alianza de amor, de misericordia infinita, de amor eterno"
"Nada de extraño, pues, si escuchada la lectura de aquel Libro, el pueblo 'lloraba de tristeza', al caer en la cuenta de lo que había ignorado, de lo que había perdido"
"Fijaos en vuestra asamblea litúrgica. Podemos decir que es una familia de hijos en torno a la mesa de Dios. Pero podemos decir también que es una familia de pobres que han sido evangelizados"
"Somos los beneficiarios de la promesa, pero no sólo: somos también los enviados que han de cumplirla… Que nadie se engañe a sí mismo: O somos evangelio para los pobres, o no somos cuerpo de Cristo"
"Fijaos en vuestra asamblea litúrgica. Podemos decir que es una familia de hijos en torno a la mesa de Dios. Pero podemos decir también que es una familia de pobres que han sido evangelizados"
"Somos los beneficiarios de la promesa, pero no sólo: somos también los enviados que han de cumplirla… Que nadie se engañe a sí mismo: O somos evangelio para los pobres, o no somos cuerpo de Cristo"
Lo llamaron “El Libro de la Ley de Dios”, y en él se contenían, no sólo los mandatos que eran vida para quien los observara, sino también la memoria de las obras de Dios a favor de su pueblo, memoria de una alianza de amor, de misericordia infinita, de amor eterno.
Nada de extraño, pues, si escuchada la lectura de aquel Libro, el pueblo “lloraba de tristeza”, al caer en la cuenta de lo que había ignorado, de lo que había perdido. Nada de extraño tampoco, si el salmista, que ha experimentado la fidelidad del Señor a su alianza, derrocha palabras de fiesta para cantar la belleza de la Ley de Dios: “Ley perfecta, Ley descanso del alma, precepto fiel, alegría del corazón, norma límpida, que da luz a los ojos…”
Con todo, ni aquel pueblo ni aquel salmista habían conocido a Cristo Jesús, el Hijo que Dios nos ha dado para que sepamos del amor que Dios nos tiene. Lo conocían en esperanza, pero no podían adivinar la locura de amor que se revelaría al hacerse realidad la esperanza.
Fíjate en los nombres que recibe ahora ese “Libro de la Ley de Dios”, que es Cristo Jesús: Él es el ungido por el Espíritu del Señor, él es el enviado, él está llamado a ser evangelio para los pobres, libertad para los cautivos, vista para los ciegos, libertad para los oprimidos, gracia para los necesitados de perdón.
Alégrese el paralítico, porque va a levantarse –“levantarse” es verbo de resurrección-. Alégrese el ciego, porque ya brilla la Luz que ha de iluminar su vida. Alégrese el leproso, porque ya llega la santidad que lo devolverá al abrazo de la comunidad. Que se alegre Lázaro, pues ha llegado la Vida que resucita. Que se alegren los oprimidos, los esclavos, los cautivos, pues ha llegado para ellos la libertad.
La profecía se hizo evangelio. La promesa se ha cumplido: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. Lo dice el Ungido, el Enviado, el que es Luz, Vida, Santidad, Libertad, Evangelio para los pobres.
Fijaos en vuestra asamblea litúrgica. Podemos decir que es una familia de hijos en torno a la mesa de Dios. Pero podemos decir también que es una familia de pobres que han sido evangelizados: de ciegos que han recobrado la vista, de leprosos que han sido limpiados, de oprimidos que han sido liberados, de hombres y mujeres traspasados por la eternidad de la Vida. ¡En Cristo Jesús, se ha cumplido para nosotros lo que el Señor, por el profeta, había prometido!
Somos los beneficiarios de la promesa, pero no sólo: somos también los enviados que han de cumplirla. El Apóstol nos lo recuerda: “Sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Cristo Jesús es el evangelio para los pobres, y nosotros no podemos olvidar que somos “su cuerpo”, el de Cristo Jesús: somos el cuerpo del evangelio.
Que nadie se engañe a sí mismo: O somos evangelio para los pobres, o no somos cuerpo de Cristo. O somos evangelio para los esclavos de nuestro tiempo, o no somos cuerpo de Cristo. O somos evangelio para los sin papeles, para los sin derechos, para los excluidos del bienestar, para los hambrientos de justicia, para los hambrientos de pan, o no somos cuerpo de Cristo. En el cuerpo de Cristo no caben los que, en nombre de la propia tranquilidad o seguridad o bienestar, justifican el abandono de los pobres y su muerte.
Somos el cuerpo del evangelio, y nuestra misión son los pobres.