No hace mucho tiempo volví a leer otra vez el libro del Cura de Ars. Recuerdo el bien que me hizo en mis tiempos de seminarista. Quizás te ocurría algo parecido: pensaba yo entonces que eso de ser como el cura de Ars estaba hecho. El puchero de patatas todas las semanas, sentarse al confesonario y horas y horas por la noche haciendo oración. Pero luego ¡qué dificultades! Parece que salía el tiro por la culata.
Te ponías al confesonario, y nadie. Lo de comer tan míseramente resultaba muy cuesta arriba. Y no digamos nada de pasar las noches en oración. De lo que sí me alegro es de seguir admirando con añoranza a este hombre santo y a otros. ¡Ojalá se pegara algo con la simple admiración!
Pienso que no es nada el bien que hizo el Cura de Ars en vida en comparación con el que está haciendo durante más de un siglo después de su muerte.
Quienes leen su biografía (la de Trochu); quienes visitan su pueblo en peregrinación; quienes escuchan algo de lo mucho que hizo este santo, se sienten movidos del todo a enmendar su vida, superarse en virtud, a seguir sus huellas de santidad. Merece la pena que pidamos a Dios que en nuestros días aparezcan varios santos de la talla de éste. ¡Ojalá nos escuche el Señor! Emociona leer en la vida de Vianney cómo hablaba con Dios; y El le respondía con una fe perfecta, con un amor perfecto. ¡Cuánto bien me ha hecho siempre que he leído la biografía de este siervo de Dios! El Cura de Ars hacía continuamente ruido a la puerta del Tabernáculo, como él mismo solía decir. Su vida fue una continua oración.
¿Cómo un hombre de tanta oración pudo ser tentado con el deseo de fuga de la parroquia?, me suelo preguntar. Se me hace raro. Y sin embargo así fue. Nos parece que los santos han tenido todo distinto que nosotros. Sin embargo eran del mismo barro. También con defectos. El hecho de canonizar a alguien no significa que no haya tenido debilidades.
Siempre termino con la misma conclusión: por encima de todas las tristezas, preocupaciones y tentaciones, nuestro corazón siempre fijo en Dios por la oración. El cura de Ars había nacido y vivido en un mundo que pretendía vivir sin Dios. Lo mismo que ahora. El santo sabía que aquello era imposible. ¿Nosotros nos damos cuenta también? ¡Si caláramos como Vianney en esta realidad del mundo! Porque lo cierto es que el mundo necesita de Dios, tanto o más que del aire que respira.
Nosotros hemos recibido también como San Juan María la gracia de Dios para dar a Cristo a este mundo. Sólo algunos viven nada más que de esta gracia. Los santos. Vamos a pedir a Dios en nuestra oración vivir así: con este deseo de entrega a su causa; con el único deseo de dar a Jesús a las almas. Alimentarnos como este santo SOLO del AMOR. Así nuestra entrega será total.
En el cura de Ars su preocupación por los hombres y su amor a Dios no eran dos cosas distintas. Siempre él miraba a los hombres en su relación con Dios. Por eso su gran celo para la salvación de las almas. No se permitió comodidades ni se adhirió su corazón a la materia sino se entregó enteramente a Dios y a sus hermanos. Todo iba en función de lo mismo: amar, amar, amar.
Cuando veo a hombres así me miro a mí mismo me lleno de vergüenza, pero a la vez de santo estímulo. Y pienso que aunque Dios no me llame tan alto como al Cura de Ars, por lo menos he de alcanzar la altura que El quiere para mí. ¿No te parece que es bueno mirar las cosas de este modo? ¡Quién pudiera como Vianney ir dejando tantas comodidades absurdas, y tantos apegos tontos y dedicar todo el tiempo libre a amar a Dios en la oración y a servirlo en nuestros prójimos!
José María Lorenzo Amelibia
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