Llevar la antorcha en la madurez
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Llevar la antorcha en la madurez
Juegos Olímpicos
Habías llegado a la madurez. Tú mismo me lo contaste. Cuando los cincuenta años te saludaban en una mañana fría de enero, pensabas así: He doblado el cabo de Buena Esperanza. Me encuentro fuerte y pleno, con capacidad de rendir. Pero mi vida va cambiando; ya no dispongo del entusiasmo de la juventud; soy más realista, y sobre todo más ecuánime y comprensivo. He visto a muchos de mis antiguos profesores y educadores desfilar a mejor vida. Me he quedado portador de la antorcha de la fe. He de iluminar a los más jóvenes. Este es el momento de nuestra generación.
Sí: tus antiguos superiores. Recordabas a uno de ellos, lleno de sabiduría y discreción: el que te orientó en los primeros pasos de la vida interior, y en aquellas crisis de juventud. Le acompañaste en su enfermedad larga; él te lo agradecía. Fuiste cayado de quien había sido tutor. Ya partió a la casa del Padre.
Los cincuenta fueron para ti años de paz, trabajo, y madurez. Todo te parecía relativo. Dejaste de ansiar ciertos puestos de relumbrón. Habías visto caer de una forma u otra a los Cedros del Líbano. No merecía la pena el fulgor mundano. Sólo Dios constituye nuestra meta y destino.
Y llegaste a los sesenta con la alegría suave de quien nada espera en este mundo, ya que todo lo posee al sentirse lleno de fe. Corrían raudos los meses. Algunas mañanas no te encontrabas bien. Aquellos síntomas se te antojaban raros, distintos de otros dolores familiares. Después de algunos meses fuiste al médico. Pruebas y más pruebas. Semanas de preocupación para tus familiares. Tú te encontrabas sereno. Habías ayudado a otros muchos en trances duros y estabas dispuesto a todo.
Viste un letrero que hizo se te nublara un poco la vista: “Pabellón oncológico”. Te hablaron más tarde de quimioterapia, de que habías de colaborar con el médico, de que muchos habían salido bien de esta enfermedad. ¡Ya no es el cáncer el enemigo número uno! Te acordaste mucho durante aquellos días de tu padre. ¡Lucharé!, dijiste. Cumpliré lo que tantas veces he aconsejado a muchos. Pero seguías viendo todo lo de este mundo relativo. Pensabas en aquella frase de San Pablo: “Sea que vivamos sea que muramos, del Señor somos.” (Rom. 14,8) Esto aumentó la paz de tu alma. Sentías una felicidad distinta. Te sometiste a todo cuanto los médicos te ordenaban. No hacías proyectos. Tan sólo vivías. Cuando te visitábamos los amigos, aprendiste a sonreír de una manera especial. Un día, de una forma muy “tenue”, me dijiste algo que he grabado para siempre en mi memoria: “Esta vida es un paso. Pascua significa eso, “paso”.” Y no me hiciste más comentarios. Para mí fue suficiente. Ahora acuérdate de nosotros. Necesitamos algo de tu madurez de los sesenta y cinco.
José María Lorenzo Amelibia
Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com
Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/
Puedes solicitar mi amistad en Facebook https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3 Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2