Nuestros queridos jerarcas tienen mucho miedo a que se enfervoricen demasiado las monjas de clausura, porque "al estar en ese ambiente cerrado, son como una perola hirviendo que puede estallar" (lo entrecomillado son palabras de un obispo).
Yo quedé escandalizado por la afirmación del obispo. Me dio pena que temieran incluso el fervor y el entusiasmo de unas religiosas. ¿Qué había ocurrido? Algo muy sencillo: Yo les escribía y animaba a las monjas de clausura a una campaña de oración a favor de la santidad sacerdotal. ¡¡¡Y esto le preocupaba a mi amigo el obispo!!! Que hirvieran en fervor aquellas monjas. Por eso me llamó, para pedirme por favor que dejara de mandarles cartas. No le hice caso, por supuesto.
Lo que quieren los obispos con relación a los conventos y a todo el ambiente clerical es tranquilidad para poder gobernar sin traumas personales.
¿Qué ocurre en los conventos de clausura? No quiero generalizar pero abunda algo de lo que ahora expreso: las superioras-prioras-abadesas, o sea las que mandan, infantilizan, o pretenden infantilizar a las monjas. Y da la impresión de que no se enteran de que son personas mayores de edad, que necesitamos su propio terreno íntimo. Quieren las superioras saberlo todo, todo, todo: tienen miedo a las cartas que escriben y reciben las religiosas, al internet, al teléfono… Da la impresión de que están tratando con niñitas de colegio.
Ciertamente es un abuso de autoridad continuo. Y para que no pase nada la religiosa experimentada ya de guardar silencio total; callar, obedecer; la misma vida un día y otro, sin iniciativas por parte de nadie, como no sea alguna favorita de la superiora.
Da la impresión de que las superioras son muy mal pensadas. Por supuesto que cualquier medio puede usarse bien o mal; pero ¿por qué han de estar siempre sospechando? ¿Y ellas mismas, las superioras, cómo obran? Ellas a mandar, el resto a obedecer.
¿Qué ocurre, por ejemplo, con el teléfono? Hoy van dejando acceso al mismo, porque es indispensable para poder vivir y relacionarse en lo profesional y en lo familiar. Hemos observado algunos conventos, no todos pues es imposible: tienen varios teléfonos por la casa, pero todos conectados entre sí, y de esta manera la superiora u otra delegada, pueden escuchar por uno, lo que están hablando en otro. Y por supuesto, se utilizan con este fin.
Es una deformación y abuso de la autoridad. Cuando alguien llama al teléfono de comunidad, preguntan y preguntan demasiado; han de cerciorarse. Y luego vienen los cotilleos consabidos. “¡Eso no se hace!” – decía una religiosa. “Tengo más años de vida consagrada y de comunidad que la propia priora, y ¡demasiada experiencia encima!
Hay veces que la religiosa se siente como secuestrada por exceso de control.
Una comunidad ideal no existe en ningún lado. Pero al menos podrían tener cuidado de no caer en posturas inquisitoriales, pensando que en todas las partes hay peligro, queriendo librar de esos peligros a las monjas, pero consiguiendo que sean siempre unas infantiloides.
A los Superiores eclesiásticos y a las superioras les conviene tener borriquillas más que personas, ovejas de un rebaño sin concederles lo mínimo de libertad interior, porque hasta en cuestión de confesores se meten, también como sucedía hace cincuenta años.
La monja que le cae bien a la superiora vive, las demás vegetan. Hay tanto desconocimiento y pretensión de infantilismo hacia los “súbitos”, precisamente, precisamente por parte de los superiores...
Todas estas cosas, por supuesto y lo repito, no deben interpretarse como una generalización. Hay muchísimos conventos que funcionan de maravilla. Pero se dan con frecuencia estos casos. Por eso los denuncio.
Y no consideramos aquí a ciertos conventos modernos que tienen cierto parecido con sectas.
José María Lorenzo Amelibia
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