La misma ley...

La misma ley que permite decir misa, confesar y oficiar como cura al padre Oleksandr o al padre Sorin, impide a estos otros curas españoles acercarse al altar. Están «reducidos al estado laical» y casi excomulgados. Como decía el secretario de Estado, cardenal Sodano, «han traicionado a Cristo y a la Iglesia», refiriéndose a la secularización del prestigioso teólogo de la Liberación, Leonardo Boff, que tuvo que colgar los hábitos, harto de la persecución a la que le sometió la Congregación para la Doctrina de la Fe.


Se trata, pues, de una norma disciplinar impuesta en un momento determinado por la Iglesia. No afecta al núcleo de la fe y, por lo tanto, puede ser derogada en cualquier momento por el Papa. De hecho, en todas las demás Iglesias cristianas, el celibato, cuando existe, es opcional. En cambio, en la Iglesia católica el celibato es una conditio sine qua non para poder ser cura.

Aunque las cifras oficiales no se conocen, se calcula que hay en todo el mundo unos 100.000 sacerdotes que tuvieron que colgar la sotana para poder casarse. En España, unos 10.000. Ante la sequía vocacional que sufre, muchos se preguntan por qué se empeña la Iglesia católica en seguir manteniendo el celibato obligatorio. Unos dicen que proporciona al clero una mayor libertad y disponibilidad. Otros creen que se trata de una simple cuestión económica: es más fácil de alimentar y manejar un ejército de 400.000 curas célibes.

En cualquier caso, aunque teóricamente se muestra inflexible, la jerarquía de la Iglesia suele hacer la vista gorda. En Africa y en Latinoamérica muchos curas viven con sus mujeres en las casas parroquiales.

Además, la propia Iglesia católica acepta una serie de excepciones a su propia regla. Por ejemplo, con los curas casados anglicanos que se pasan a la Iglesia católica y siguen ejerciendo. En tiempos del régimen comunista, en Checoslovaquia se ordenaron curas y obispos casados. Pero tras la caída del telón de acero, la Iglesia los ocultó. Por miedo al «efecto contagio».

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