¿Te has puesto a pensar en los votos religiosos? Los votos en religión
Crítica Constructiva
| José María Lorenzo Amelibia
Los votos en religión
Se trata de un tema muy delicado, muy introducido dentro de la praxis eclesial desde siglos pretéritos. Por consiguiente, lo que diga aquí de ninguna manera quiere significar nada en contra de los mismos, sino de los cambios posibles dentro del Derecho Canónico. En una palabra, sin suprimir los votos, que no aparezcan como algo jurídico, como un hecho cuya violación es pecado, sino como un acto de generosidad de una pobre persona humana que quiere darle a Dios una entrega completa, total, exclusiva, sin intención de guardarse nada para su propio egoísmo, como testimonio de fe y amor; pero siempre contando con la propia debilidad, sin intención de obligarse en conciencia con un nuevo pecado, si no llega a cumplir su determinación.
Así de claro. Me decía un amigo sacerdote: “Si tengo la desgracia de pecar contra la castidad, según la moral que hemos estudiado, cometería dos pecados mortales: uno, el normal; otro de sacrilegio por quebrantar el voto”.
Y ahora me pregunto y pregunto a nuestros amados dirigentes eclesiales. Jesucristo vino a salvarnos. ¿Por qué hemos de hacerle más difícil la salvación con esto de los votos bajo pecado mortal? Yo no lo entiendo. Algo tiene que cambiar. Entrega a Dios, sí. ¿De por vida?, sí, en principio, pero hay circunstancias en que puede resultarle imposible el cumplimiento a quien prometió; puede entonces con humildad decirle al Señor que le ayude a salir de aquel atolladero.
La Iglesia hasta ahora en el Derecho Canónico habla mucho de votos simples, solemnes, temporales, perpetuos… ¡qué se yo!
Enseguida vendrá un enjambre de personas que me dirán con énfasis: “¿Quién eres tú para querer enmendar la plana”?” Y yo les diré: una persona, un cristiano, un ser humano que piensa. Nada más. Los dirigentes de la Iglesia – si lo desean, y ojalá lo deseen pronto – pueden decidir por ejemplo que los votos pueden ser dispensados por el mismo que los emitió, cuando juzga que le va a resultar imposible cumplirlos. Y eso sin insultarle, sin decirle que ha sido un cobarde, un infiel, un mal hijo de Dios.
A quien no podremos renunciar jamás es a Jesús, a nuestro Dios. Aquí ya no se trata de votos, se trata de fe, y la fe la hemos de guardar como la niña de nuestros ojos; se trata de amor, de seguirle.
A Dios agradan, sí, nuestras determinaciones de entrega. A mí me subyugan las personas fieles hasta el fin de sus días, los santos, los héroes de verdad. Pero el Señor es misericordioso y sabe de qué barro estamos hechos; y pienso que mirará como Padre con gran ternura a sus hijos que quisieron servirle en pobreza, castidad e incluso obediencia y luego, al no poder, quieren cambiar el rumbo de su vida.
Pienso que los acogerá como un padre a su hijo pequeño que le quita una carga con la que se rinde y se cae. Dios es bueno. No lo pintemos a nuestra imagen y semejanza. Más bien vamos a ser nosotros como nos dice la fe: a su imagen y semejanza.
¿Votos, promesas? Proceden, sí, pero sin ese juridicismo; con la ternura de Dios Padre amoroso. Sin esas desazones de dispensas humillantes. La Santa Sede, estoy seguro, alguna vez se planteará el tema. El tiempo lo dirá, aunque tal vez pocos de los que ahora vivimos lo puedan conocer.
José María Lorenzo Amelibia
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