¿Amplían y enriquecen el reino de Dios las relaciones humanas?

Si el mundo viviera conforme al reino de Dios predicado por Jesús, muchos de sus problemas tendrían solución. Si las personas que se interrelacionan en la convivencia social, matrimonial, familiar o política, se rigieran, además de los criterios humanos de verdad y justicia, por el mensaje del reino del Amor, mucha felicidad reinaría con pocas rupturas matrimoniales. En artículos anteriores expusimos la respuesta según el Reino a la problemática de la humanidad vinculada con la verdad, la justicia, la libertad, la paz y la vida. ¿Y la problemática polarizada en el amor? Intentemos responder a la pregunta: ¿amplía y enriquece el reino de Dios, que es esencialmente de amor, las relaciones interpersonales? O lo que es lo mismo: ¿cómo ilumina y potencia las relaciones de quienes conviven en una comunidad cualquiera, en concreto, la matrimonial y familiar? ¿En qué se diferencian unas relaciones influidas por la fe cristiana de otras, simplemente humanas o bajo el influjo de otras religiones? Respondemos afirmativamente a los interrogantes planteados porque el reino de Dios incluye la caridad con mayores exigencias y profundidad que el amor y otros valores humanos. Y porque en el dinamismo eclesial del proyecto de Jesús, están la gracia o fuerza de Dios, los sacramentos y los recursos comunes para el crecimiento espiritual como es la Palabra de Dios, la oración, la Liturgia, los sacramentos y las manifestaciones de la piedad popular.

Niveles de las relaciones humanas Las relaciones humanas con amor según el reino de Dios, incluyen unas manifestaciones personales que son compartidas desde la ética y están presentes en otras religiones, como el servir, ayudar al necesitado, la confianza, la amabilidad, la comunicación sincera, etc.
A este nivel primero, hay que añadir el que surge del mensaje de Cristo. En su Buena Nueva, el Maestro exhorta y pide otras respuestas a las que calificamos de relacionales, las propias del yo-tú, en las cuales cada persona da y recibe. Algunas de ellas son comunes a las perspectivas humana y religiosa, pero otras, no lo son. Así, por ejemplo, el amor a los enemigos, la unión del amor fraterno con el amor a Dios, la unión entre los discípulos, las relaciones que conlleva la evangelización, etc..
Por último, en el mensaje global del Reino encontramos elementos sobrenaturales que son también auténticas motivaciones, capaces de mejorar las respuestas mutuas existentes entre el yo y el tú. Por ejemplo, la vida de fe, esperanza y caridad, la comunión eclesial, el diálogo intraeclesial, la unión con otros cristianos, el sacramento del matrimonio, los otros sacramentos, la Liturgia y los medios espirituales de la oración, actos de piedad, sacrificio, aceptación de la cruz, etc.

Fundamentos de la caridad-amor que es luz y fuerza Para iluminar y enriquecer el dinamismo del yo-tú, el cristiano dispone de la fe como fundamento; de Dios como fuente, don y motivación; de Cristo como testigo y maestro, y de la Palabra de Dios como autoridad máxima.
De modo especial la fe fundamenta la caridad
Sin la fe es imposible abrir el tesoro que encierra la caridad como amor de Dios. Gracias a la fe, se explican las respuestas heroicas de tantos cristianos que fusionaron en sus vidas el amor humano con la caridad sobrenatural. Y el mensaje sobre la caridad supera los límites de la razón, necesita la llave capaz de abrir la puerta. Por ello, la reflexión teológica contempla la caridad como una virtud teologal basada en la fe que motiva la conducta propia del cristiano. Como amor sobrenatural, la caridad solamente se comprende desde la fe que proclama a un Dios Amor que por amor hace partícipe al hombre de su vida, le entrega a su Hijo, envía a su Espíritu y quiere estar presente en todos y en cada uno para que sea efectivo su Reinado que es fundamentalmente de amor.

Manifestaciones de la caridad que superan al amor humano La caridad o amor cristiano tiene unas especiales manifestaciones que superan los horizontes y las exigencias de la relación amorosa. Por lo tanto, amplían horizontes para la relación yo-tú y enriquecen la calidad del amor fraterno.
Amar a imitación de Dios y de Jesús
Como afirmó Benedicto XVI el origen de la caridad “es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros” (CIV 5). Así se explica que el amor al prójimo sea esencialmente teologal y cristocéntrico. ¿Razón? Porque consiste básicamente en imitar al amor mismo de Dios (Mt 5,44s; Ef 5,1s; 1 Jn 4,11s).Y porque Cristo es la norma según el texto de San Juan: «como el Padre me amó, os amé también yo» (Jn 15,9; «que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado» (Jn 15,12, 13,34).
Unión del amor fraterno con el amor a Dios
La radicalidad que Cristo testimonió y predicó sobre el amor fraterno consistía en ver a Dios en el prójimo y en tratarle como lo haríamos con Dios mismo. Junto al primer precepto del amor a Dios, primero y el más importante de los mandamientos, está el segundo muy semejante al primero. Los dos resumen toda la Ley y los profetas (Mt 22, 37-40). Y tal es la unión entre Dios y el hermano necesitado que las obras de amor o de omisión tienen gran repercusión escatológica. Así leemos, cómo el Rey de la parábola premiará las obras de amor fraterno y castigará a los que no practicaron la caridad: «les aseguro que cuanto hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25, 37-45)
Amor universal, incluido el enemigo,
Amar al enemigo es el núcleo de la «revolución» cristiana que tiene su raíz en el amor de Dios Padre que hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45). De aquí que los cristianos reciban la exhortación de Jesús: «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Y para enriquecer la ley del talión, Jesús prescribe: «mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial (Mt 5, 43-48; Jn 13,34; cf Rom 12, 17-20).
El perdón y la reconciliación
Ante la ofensa recibida, la venganza (o represalia) suele ser la respuesta ordinaria, pero Jesús exige perdonar como la condición para obtener el perdón de Dios: «si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,12-15; Rom 5,8ss).
Amor profundo, sin límites
No basta el amar como dar, hay que darse realmente a los demás (Jn 13,17), unir el amor cordial con el sacrificio de sí mismo (1 Jn 3,16). Como hizo el buen samaritano (Lc 10,29-37), y estar dispuesto a la renuncia de los propios derechos (Mt 5,37-38). En el amor cristiano no hay límites (Jn 15,13; cf. 1 Jn 3,16). El amor fraterno sin límites incluye personas y tareas. No se trata de amar con simples palabras sino con hechos (1 Jn 3,18), entregándose a un servicio humilde y ferviente, a ejemplo de Cristo.
El amor, distintivo del cristiano, mide la religiosidad Así lo afirma expresamente la carta de Santiago: la religión verdadera consiste en practicar la caridad fraterna (San 1,27; cf. Rom 3,8-10; Gál 5,14). Y como complemento, se pueden sacar estas conclusiones: es tan falso amar al prójimo sin amar a Dios como el amor a Dios sin amar al prójimo (1 Jn 5,2; Mt 7,21; 25, 14-30; 1Pe 5,7; Ef 6,1; 13-16; 1 Jn 5,4). He aquí la clave del himno de la caridad, don superior del cristianismo (1 Cor 13,1-13).
Corresponsabilidad eclesial, otra manifestación del amor cristiano
En sentido estricto, la corresponsabilidad comprende la suma y vivencia de la vocación comunitaria, la preocupación por el bien común, la conciencia de los derechos y deberes humanos, la práctica de la responsabilidad social, la solidaridad y sobre todo la colaboración en actividades comunitarias con otras personas. Quien ama coherentemente a la comunidad eclesial, está dispuesto a unir su esfuerzo y su oración con otras personas para ayudar a los necesitados o a la comunidad.
Un área concreta: la caridad perfecciona las relaciones justas
De modo especial, en el terreno de la justicia se aprecia el influjo de la caridad en las relaciones humanas según justicia, dos órdenes diferentes. Por ello Cristo contrapone el «habéis escuchado» (ideal de mera justicia), con el «pero yo os digo» (ideal de caridad que supone la justicia (Mt 5,38-48; Lc 6,27-36). La persona justa da lo debido, pero el que ama se da por encima de todo derecho. En las funciones, caridad y justicia son complementarias: no hay caridad sin justicia y se hace inexplicable la justicia sin el amor. Dijo San Agustín: «la justicia es un amor imperfecto; el amor es una justicia perfecta». En la justicia, la norma es la ley, pero en la caridad es la necesidad o el deseo de la persona amada. La justicia distingue muy bien entre lo mío y lo tuyo, pero la caridad tiende a la comunión, a la total fusión sin límites. El ideal radica en la comunión cristocéntrica de justicia y caridad según expuso el Vaticano II: «quien, con obediencia a Cristo, busca ante todo el Reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad»(GS 72).

Las relaciones humanas fortalecidas con la gracia de Cristo Al panorama de manifestaciones típicas del amor cristiano, sigue la aplicación a las diversas relaciones expuestas en los artículos anteriores, tanto las relaciones de la convivencia social como la matrimonial y familiar. Tarea prolija pues pide analizar cada relación en su doble nivel: el humano y el cristiano. Uno, al margen de la fe y otro propio de quien vivió bajo el influjo del Dios-caridad, de la doctrina de Jesús sobre el amor, con los recursos de la espiritualidad cristiana y en comunión eclesial corresponsable.
Se trata de una tarea para otros muchos artículos que tendrían este pórtico: el reino de Dios, reino de Amor, enriqueció la vida de los cristianos. Efectivamente, innumerables cristianos, gracias a la luz y fuerza de su fe, ampliaron y enriquecieron el amor humano a cuotas inimaginables. Una mayoría, son los fieles en las tareas profesionales y domésticas ordinarias. Una minoría, los cristianos consagrados a Dios y al servicio fraterno, bien en la vida religiosa como en la sacerdotal, bien en países de misión como en los propios. A modo de ejemplo presentamos en un artículo anterior el testimonio extraordinario, que no único, de la madre Teresa de Calcuta. Todos esos cristianos, santos o no, mostraron en sus vidas las manifestaciones extraordinarias de la caridad y confirmaron la “tesis” de este artículo: el reino de Dios, reino de Amor, amplía y enriquece las diferentes relaciones humanas.
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