Atardecer aceptando las limitaciones con humildad
La oración de la persona mayor en el “hoy” de su atardecer está marcada por una ligera satisfacción, unida a un temor permanente y a la súplica humilde para vivir con paz ante los muchos riesgos que aumentarán en los próximos meses. Efectivamente, al artículo anterior sobre la oración a Dios por el “ayer” que pasó, (plegaria de la gratitud y del arrepentimiento), sucede otra que corresponde al otoño de la vida. Aunque los amigos le animen diciendo que aparenta juventud, el que palpa la realidad de su salud, siente en algunos momentos cierta satisfacción por haber llegado a una meta sorprendente que no esperaba alcanzar. Pero la actitud más permanente, es de temor al contemplar el número de medicinas, “pastillas” diarias y necesarias, el miedo ante las visitas médicas y los análisis urgentes pendientes. En ocasiones, se contempla como si estuviera bajo la espada de Damocles. ¿Y si me fallan las pastillas? ¿Y si enfermo y muero como sucedió a tantos amigos y familiares que no llegaron ni “pasaron” de mi edad? ¿Seré dependiente, “una caarga” para mi familia? ¿Cuándo tendré que usar la silla de ruedas? Esta persona, la que padece los síntomas del otoño existencial, necesita paz, aceptación y potenciar la fe en sus oraciones.
Situación
En plan dramático, una autora describe la situación: “Señor me van faltando las fuerzas. Mis ojos ya no tienen la agudeza de antes, mis oídos lo mismo que mis manos se van haciendo cada día más torpes. Mis pies, lentos y cansados, me recuerdan a cada paso que ya he pasado por muchos calendarios. Debo reconocer que quienes tienen menos años que yo hacen las cosas de mejor modo “ (Andrea Ramírez, Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios).
A la felicidad de la persona en el otoño de la vida, se oponen el dolor, las limitaciones físicas, el miedo, la inseguridad, las humillaciones, las muchas decepciones, la soledad, las ingratitudes. ante tales situaciones. puede responder con el NO del rechazo, las críticas, el resentimiento y la actitud de amargura. O bien, con el SI de la aceptación, fruto de la paciencia, comprensión, fortaleza, humildad y paz. Urge a toda persona, y más en los últimos años, practicar la aceptación de lo negativo con paz, y sobre todo, con humildad apoyada en la verdad y la fortaleza. Ver la verdad y aceptar la realidad de su situación.
La verdad de su situación
En cualquier edad, y con más razón en los últimos años de la vida, toda persona tiene que tomar conciencia de lo que es y puede. Necesita “ver y vivir” la verdad con humildad para reconocer sus valores y aceptar sus limitaciones. Como también deberá actualizar las motivaciones más significativas de su vida para mitigar las limitaciones.
La verdad exige a la persona tomar conciencia de lo que es y puede. Aunque le humille, la persona mayor debe replantearse su identidad en los últimos años de su vida. Que evite el pesimismo de quien se juzga como un “trasto inútil” y una “carga” para la familia. O bien, que no cultive una visión demasiado optimista y “positiva”, un tanto orgullosa, sobre su persona como si los años no pasaran factura.
¿Y qué pide la verdad? Ante todo, poseer una autoestima equilibrada. Y tener presente el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo, Yhavé" (Lev 19,18 cf. Mt 22,39). Por lo tanto, atenta contra la autoestima equilibrada, contra la verdad, tanto los complejos de inferioridad como los de superioridad. Porque ahora tiene que partir de la nueva situación y de las actuales posibilidades para adaptarlas al proyecto de su vida.
Aceptar y aceptarse. Un segundo grado de la verdad-humildad en la persona mayor, consiste en la aceptación de la propia historia pasada y presente con sus aspectos gratificantes y con los negativos.
Otra manifestación de la humildad pide tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades actuales. Y también aceptar con paz la historia presente con sus “pros” y “contras”.
Y cultivar nuevas motivaciones es otro de los grandes secretos para conseguir una vida relativamente feliz y no amargada. Habrá que suprimir alguna que otra motivación que dio sentido en otras etapas, y fomentar las que entusiasmaron e ilusionaron.
Ante el sufrimiento y limitaciones: fortaleza y paciencia.
Si la persona joven y fuerte hizo frente a “miles” de dificultades, en la profesión, vida matrimonial, relaciones sociales, educación y colocación de los hijos…, la etapa del atardecer de la misma persona, ahora débil, pide fortaleza y paciencia, virtudes imprescindibles para aceptar las muchas pérdidas que afectan a su felicidad. La persona que luchó y superó muchos obstáculos comprueba y lamenta que al final de su vida tiene más dificultades y menos fuerzas. Su experiencia confirma que las luchas y peleas pertenecen a la primera mitad de la vida. Y las pérdidas y sufrimientos están más presentes en los últimos años de su existencia. Por ello, más que nunca, cultivará la actitud fuerte, paciente y humilde. ¿Cómo responder prácticamente?
Ante las pérdidas
En pocos años, o meses, quien cumplió los 70 años, experimenta la pérdida de su trabajo, personas amigas, algunas posesiones, bastantes relaciones, salud, poder caminar, y hasta la pérdida de la vista o del oído. Qué sugerir ante las diversas pérdidas: que vea lo positivo, pues ahora tiene menos responsabilidad y posee más independencia; goza de más libertad pero siempre con responsabilidad y sin tozudez.
En cuanto a la salud. Evitar la hipocondría, el creerse enfermo sin fundamento, o vivir obsesionado por enfermedades que no existen o son normales. No sufrir antes de tiempo ni más de lo objetivo. Y así sufrirá menos.
Sobre la muerte de amigos de confianza, los hijos o del mismo cónyuge. Vea la ocasión para descubrirse a sí mismo sin la necesidad del “otro” que tapaba el agujero de la soledad o del vacío existencial. Ahora puede ser él mismo lo que es, sin necesidad de compañías.
De su poder como empresario o político. Recuerde cómo él sucedió a otros. Ahora tendrá menos enemigos. Y la ocasión de ejercer la humildad cuando libremente deje el puesto a los más jóvenes.
Y si posee riquezas: que no se aferre a las posesiones, ni sea tacaño. Reparta sus bienes en vida porque con la muerte perderá todo su patrimonio.
Ante la soledad y en la depresión
Cuando físicamente esté solo, que no añada a la soledad inevitable el sentimiento obsesivo de sentirse solo. La persona se deprimen al verse tan devaluada porque antes sí era apreciada. Hay que despedirse de la buena imagen. Que no crea que nada tiene que hacer en su vida. Ahora no puede definirse a partir de sus obligaciones anteriores. Más que luchar contra la depresión, mejor será trabar amistad con ella, intentar una imagen nueva para su persona.
Ante las cruces de la vida.
Para muchas personas, el otoño de la vida es de mayor sufrimiento y de menos compensaciones. Especialmente a quienes la vida sonrió y todo les salió bien. En pocos meses ven acentuadas las enfermedades, la dependencia y hasta la silla de ruedas. A esta situación puede unirse el abandono de los familiares, la pobreza en una residencia y la soledad afectiva. ¿Cómo responderá nuestro protagonista? Es cierto que se sufrimos más de lo que podemos porque no sufrimos como debemos. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, porque si no es rechazado, ayuda a madurar. También el saber objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se trata de esperanzas sin fe. Para el creyente, la esperanza y los sacramentos fortalecen a la persona en el sufrimiento.
Ante otras dificultades. En la crisis “otoñal” invadida por la soledad y la depresión, cada individuo necesita más que nunca paz y paciencia, mucha calma para evaluar su situación con los aspectos negativos, sí, pero también los positivos y las compensaciones. No querer cambiar la realidad incambiable. Mejor, mirar tranquilamente con actitud tolerante: dejar que las cosas sean así, como son ahora, y no como fueron en el pasado. Con paciencia, con capacidad de soportar algo, de resistir. Esta virtud es raíz y guardiana de otras. Pide tolerar a los demás, con sus errores y debilidades. Sufrir por los demás, estar a su lado, soportar sus debilidades físicas y emocionales. Es necesaria para vivir en paz con los demás.
Situación
En plan dramático, una autora describe la situación: “Señor me van faltando las fuerzas. Mis ojos ya no tienen la agudeza de antes, mis oídos lo mismo que mis manos se van haciendo cada día más torpes. Mis pies, lentos y cansados, me recuerdan a cada paso que ya he pasado por muchos calendarios. Debo reconocer que quienes tienen menos años que yo hacen las cosas de mejor modo “ (Andrea Ramírez, Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios).
A la felicidad de la persona en el otoño de la vida, se oponen el dolor, las limitaciones físicas, el miedo, la inseguridad, las humillaciones, las muchas decepciones, la soledad, las ingratitudes. ante tales situaciones. puede responder con el NO del rechazo, las críticas, el resentimiento y la actitud de amargura. O bien, con el SI de la aceptación, fruto de la paciencia, comprensión, fortaleza, humildad y paz. Urge a toda persona, y más en los últimos años, practicar la aceptación de lo negativo con paz, y sobre todo, con humildad apoyada en la verdad y la fortaleza. Ver la verdad y aceptar la realidad de su situación.
La verdad de su situación
En cualquier edad, y con más razón en los últimos años de la vida, toda persona tiene que tomar conciencia de lo que es y puede. Necesita “ver y vivir” la verdad con humildad para reconocer sus valores y aceptar sus limitaciones. Como también deberá actualizar las motivaciones más significativas de su vida para mitigar las limitaciones.
La verdad exige a la persona tomar conciencia de lo que es y puede. Aunque le humille, la persona mayor debe replantearse su identidad en los últimos años de su vida. Que evite el pesimismo de quien se juzga como un “trasto inútil” y una “carga” para la familia. O bien, que no cultive una visión demasiado optimista y “positiva”, un tanto orgullosa, sobre su persona como si los años no pasaran factura.
¿Y qué pide la verdad? Ante todo, poseer una autoestima equilibrada. Y tener presente el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo, Yhavé" (Lev 19,18 cf. Mt 22,39). Por lo tanto, atenta contra la autoestima equilibrada, contra la verdad, tanto los complejos de inferioridad como los de superioridad. Porque ahora tiene que partir de la nueva situación y de las actuales posibilidades para adaptarlas al proyecto de su vida.
Aceptar y aceptarse. Un segundo grado de la verdad-humildad en la persona mayor, consiste en la aceptación de la propia historia pasada y presente con sus aspectos gratificantes y con los negativos.
Otra manifestación de la humildad pide tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades actuales. Y también aceptar con paz la historia presente con sus “pros” y “contras”.
Y cultivar nuevas motivaciones es otro de los grandes secretos para conseguir una vida relativamente feliz y no amargada. Habrá que suprimir alguna que otra motivación que dio sentido en otras etapas, y fomentar las que entusiasmaron e ilusionaron.
Ante el sufrimiento y limitaciones: fortaleza y paciencia.
Si la persona joven y fuerte hizo frente a “miles” de dificultades, en la profesión, vida matrimonial, relaciones sociales, educación y colocación de los hijos…, la etapa del atardecer de la misma persona, ahora débil, pide fortaleza y paciencia, virtudes imprescindibles para aceptar las muchas pérdidas que afectan a su felicidad. La persona que luchó y superó muchos obstáculos comprueba y lamenta que al final de su vida tiene más dificultades y menos fuerzas. Su experiencia confirma que las luchas y peleas pertenecen a la primera mitad de la vida. Y las pérdidas y sufrimientos están más presentes en los últimos años de su existencia. Por ello, más que nunca, cultivará la actitud fuerte, paciente y humilde. ¿Cómo responder prácticamente?
Ante las pérdidas
En pocos años, o meses, quien cumplió los 70 años, experimenta la pérdida de su trabajo, personas amigas, algunas posesiones, bastantes relaciones, salud, poder caminar, y hasta la pérdida de la vista o del oído. Qué sugerir ante las diversas pérdidas: que vea lo positivo, pues ahora tiene menos responsabilidad y posee más independencia; goza de más libertad pero siempre con responsabilidad y sin tozudez.
En cuanto a la salud. Evitar la hipocondría, el creerse enfermo sin fundamento, o vivir obsesionado por enfermedades que no existen o son normales. No sufrir antes de tiempo ni más de lo objetivo. Y así sufrirá menos.
Sobre la muerte de amigos de confianza, los hijos o del mismo cónyuge. Vea la ocasión para descubrirse a sí mismo sin la necesidad del “otro” que tapaba el agujero de la soledad o del vacío existencial. Ahora puede ser él mismo lo que es, sin necesidad de compañías.
De su poder como empresario o político. Recuerde cómo él sucedió a otros. Ahora tendrá menos enemigos. Y la ocasión de ejercer la humildad cuando libremente deje el puesto a los más jóvenes.
Y si posee riquezas: que no se aferre a las posesiones, ni sea tacaño. Reparta sus bienes en vida porque con la muerte perderá todo su patrimonio.
Ante la soledad y en la depresión
Cuando físicamente esté solo, que no añada a la soledad inevitable el sentimiento obsesivo de sentirse solo. La persona se deprimen al verse tan devaluada porque antes sí era apreciada. Hay que despedirse de la buena imagen. Que no crea que nada tiene que hacer en su vida. Ahora no puede definirse a partir de sus obligaciones anteriores. Más que luchar contra la depresión, mejor será trabar amistad con ella, intentar una imagen nueva para su persona.
Ante las cruces de la vida.
Para muchas personas, el otoño de la vida es de mayor sufrimiento y de menos compensaciones. Especialmente a quienes la vida sonrió y todo les salió bien. En pocos meses ven acentuadas las enfermedades, la dependencia y hasta la silla de ruedas. A esta situación puede unirse el abandono de los familiares, la pobreza en una residencia y la soledad afectiva. ¿Cómo responderá nuestro protagonista? Es cierto que se sufrimos más de lo que podemos porque no sufrimos como debemos. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, porque si no es rechazado, ayuda a madurar. También el saber objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se trata de esperanzas sin fe. Para el creyente, la esperanza y los sacramentos fortalecen a la persona en el sufrimiento.
Ante otras dificultades. En la crisis “otoñal” invadida por la soledad y la depresión, cada individuo necesita más que nunca paz y paciencia, mucha calma para evaluar su situación con los aspectos negativos, sí, pero también los positivos y las compensaciones. No querer cambiar la realidad incambiable. Mejor, mirar tranquilamente con actitud tolerante: dejar que las cosas sean así, como son ahora, y no como fueron en el pasado. Con paciencia, con capacidad de soportar algo, de resistir. Esta virtud es raíz y guardiana de otras. Pide tolerar a los demás, con sus errores y debilidades. Sufrir por los demás, estar a su lado, soportar sus debilidades físicas y emocionales. Es necesaria para vivir en paz con los demás.