¿Conservador o progresista?

Este artículo no trata del conflicto “derechas o izquierdas, problema socio-político más complejo. Aborda, más bien, la alternativa existente entre lo antiguo y lo nuevo, aplicada a las ideas, costumbres de toda índole, respuestas morales, religiosas, sociales, artísticas y políticas Es la situación xxx de quien ha de elegir entre lo antiguo o lo nuevo. Afecta de tal modo a los miembros de una comunidad que los divide en conservadores, defensores de lo antiguo y progresistas, los que optan por lo nuevo.
No es infrecuente la radicalización por una de las dos opciones. Por lo tanto, y para responder al interrogante: “¿quiénes son mejores, los conservadores o los progresistas? es preciso concretar criterios y valorar los rasgos buenos y malos de cada actitud con sus respuestas normales o radicalizadas.

Claridad en los conceptos
El diccionario de la RAE define al conservador como lo “dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc. especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales”. Y como progresista, en la misma RAE, como lo “dicho de una persona, de una colectividad, etc.: con ideas avanzadas, y con la actitud que esto entraña”.
Por mentalidad y conducta, tanto en lo social-político como en lo religioso, muchas personas del mundo posmoderno pueden clasificarse en conservadoras o en progresistas. Tanto los unas como otras pueden radicalizarse y terminar en el fanatismo o fundamentalismo de tipo religioso o político.

El conservador como radicalizado por lo antiguo
Nos enfrentamos a las personas deslumbradas y obsesionadas por el ayer que a toda costa quieren imponerlo al mundo de hoy como praxis cultural, religiosa o política. Magnifican lo que se forjó en la tradición y desprecian, o no valoran debidamente, lo que surge en el hoy; vuelven continuamente su mirada hacia atrás con el deseo de mantener todo el pasado político o religioso como solución para el presente.
El conservador radicalizado es una persona un tanto negativa y minimista. Por educación moral y por tendencia psicológica, es individualista. Así se explica que insista poco en la solidaridad y en los compromisos comunitarios. Por evolución de la conciencia, es más bien pasivo, infantil y de escasa creatividad. No extraña que su conciencia tenga poco poder crítico y que esté inclinado a la obediencia. Por la formación religiosa recibida, prescinde de la animación bíblica y patrística y pone como centro el criterio tradicional del «siempre se hizo así». Por su vivencia litúrgica, muchos de ellos, prefieren la liturgia antigua como la más fiel. Y critican las innovaciones litúrgicas aunque estén fundamentadas en el concilio Vaticano II.
De los rasgos anteriores, fácilmente se desprende la índole fundamentalista del conservador exaltado. Es un integrista que busca una identidad religiosa «pura», sin componendas ni sincretismos. No da oportunidad a la historia de nuestros días en nombre de su fidelidad al pasado.
Actitud eclesial. La radicalización se manifiesta en el rechazo a mediaciones que normalmente son aceptadas por el magisterio de la Iglesia. Y junto al rechazo se da la actitud inmovilista de quien es incapaz de cambiar porque cree que ya posee toda la religiosidad «ortodoxa» forjada en la tradición. Por actitud vital tiene miedo a lo nuevo, es reticente a los criterios innovadores aunque vengan del Vaticano II. Como ejemplo basta tener presente los criterios y vivencias religiosas de Lefébvre y sus seguidores. Con referencia a esta mentalidad exaltada, Pablo VI denunció que «con el pretexto de una mayor fidelidad a la Iglesia y al magisterio rechazan sistemáticamente las enseñanzas del mismo concilio» Y es que adoptan la postura de intransigencia o de atrincheramiento cognitivo. Se trata de una mentalidad extremista que Juan Pablo II rechazó: «la tendencia opuesta, que habitualmente se define como «conservadurismo», o bien «integrismo», se detiene en el pasado mismo, sin tener en cuenta la justa aspiración hacia el futuro, como se ha manifestado precisamente en la obra del Vaticano II»

El progresista como radicalizado por lo nuevo
Opuesto al conservador, en el otro extremo del péndulo, se sitúa el progresista, radicalizado en las iniciativas modernas, nuevas o progresistas. Su actitud religiosa está bajo el sello del extremismo que llega al fanatismo motivado por el progreso.
La identidad. Rasgo propio es la exaltación de las nuevas mediaciones religiosas y el rechazo de las antiguas o tradicionales. Lo que más anima al cristiano progresista es el deseo, a veces es una auténtica obsesión, de responder a las exigencias actuales. Este deseo se convierte en la norma decisiva para pensar y estructurar «la nueva religión». Ni que decir tiene que es un apasionado por todo cuanto brota en el mundo de hoy, que, en comparación con el pasado, es un valor absoluto. Y consecuente con su «fanatismo» por lo moderno prescinde de valores, verdades, instituciones y mediaciones religiosas que fueron válidas ayer y que también lo son hoy.
Reformas y exigencias. Otro riesgo del progresista consiste en acelerar la historia de la Iglesia de manera imprudente y hasta temeraria. Así reclama una Iglesia «nueva» en la celebración de los sacramentos, celibato opcional, con un ministerio sacerdotal pluralista (para la mujer como para los casados), con la opción coherente por los pobres (aceptación del marxismo y de la violencia), con libertad intelectual en la formulación de la fe y de la conducta según el secularismo, el subjetivismo y relativismo de la ética de situación, el ecumenismo sin fronteras, la mentalidad que suprime la legislación cuando limita la libertad o coarta la conciencia.
Mentalidad ética y teologal. La configuración y vivencia de las pocas mediaciones religiosas que admite el progresista, están vinculadas a la exaltación de los valores éticos del amor y de la libertad. El amor está por encima de cualquier deber (el único pecado es la ausencia del amor). Y la libertad responsable supera todo tipo de obediencia impuesta como la doctrina del magisterio o los mandamientos eclesiales. A muchos progresistas les resulta fácil defender criterios actuales sobre la permisividad sexual, la liberación de la droga, los divorciados vueltos a casar, la oposición a la autoridad, la liberación del aborto, etc.
Su actitud eclesial. Mantiene una posición rebelde frente al magisterio, critica el autoritarismo jerárquico, la poca participación del laico en la marcha de la Iglesia, la disciplina canónica eclesial, que considera desfasada... Por su compromiso con los pobres, se opone a cualquier tipo de riqueza y de poder en la Iglesia. Su misma rebeldía le lleva a no «sentirse miembro» de esta Iglesia a la que considera como «infiel al Evangelio». Años atrás, Juan Pablo II describía y rechazaba igualmente la exaltación progresista: «el progreso, en este caso, es una aspiración hacia el futuro, que rompe con el pasado, no teniendo en cuenta la función de la tradición que es fundamental a la misión de la Iglesia».
Respuesta al interrogante: ¿quiénes son mejores, si los conservadores o los progresistas? tal y como hemos descrito, la actitud radicalizada conservadora y la progresista no son aceptables. Las dos actitudes y respuestas caen en el fanatismo, les falta el mínimo de ecuanimidad, imponen sus criterios de manera agresiva, reducen la verdad, absolutizan su postura, rechazan el pluralismo... y son incapaces de dialogar con los que sostienen criterios diferentes a los suyos. Ni los unos ni los otros. Otro tema muy diferente es, en política, la mentalidad y respuesta de los conservadores o de los progresistas
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