¿Proviene la radicalidad de la aceptación? Clave segunda
Si la interiorización conduce al entusiasmo, primera clave de la praxis, la aceptación es la condición para llegar a la radicalidad. Estamos ante la clave segunda de la persona que pasa de su “mística” (amor profundo) a la praxis, a las manifestaciones concretas que tal amor exige. El punto de partida es la aceptación como adhesión, positiva o negativa, del individuo a las exigencias del valor-amor profundo elegido. Y la meta de llegada es la actitud de máxima adhesión a los compromisos elegidos. A esta respuesta extraordinaria llamamos radicalidad porque la persona está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias; quiere responder con perfección, desea que su conducta sea de totalidad, de diez.
La aceptación, adhesión positiva o negativa Es clave la aceptación porque de esta actitud podemos comprender múltiples respuestas positivas o negativas. En el fondo de muchas virtudes o defectos, comprobamos que está la presencia o ausencia de la aceptación, el mayor o menor grado de adhesión que hay en nuestro interior hacia los tareas, compromisos o exigencias que conlleva la misión elegida o sufrida. Porque acepta quien recibe de manera voluntaria una cosa, quien aprueba con menor o mayor fuerza la respuesta que debe dar. En definitiva, la aceptación indica la conformidad, el Sí, a la posible respuesta. En la aceptación siempre se da un acto de la voluntad que libremente ama o rechaza una alternativa. No acepta quien rechaza mentalmente una alternativa o se rebela contra una orden que le imponen.
En el proceso de aceptación influye mucho la historia de la persona, los factores positivos o negativos de su carácter, situación social, los influjos que recibe, las motivaciones que le influyen, las dificultades y recursos con los que cuenta para su realización personal.
La aceptación de sí mismo es el punto de partida.
Es decir, conocer y aceptar lo que soy, mi persona, historia, relaciones, carencias, pecados, virtudes, éxitos y fracasos. También, concretar los valores y convicciones que dan sentido a mi vida como persona, creyente, cristiano o católico. Otra manifestación: el aceptar la propia historia con sus aspectos gratificantes o los negativos. Igualmente la aceptación exige la práctica de la humildad a la hora de concretar aspiraciones luchando contra el descontrol de la soberbia.
¿Qué hacer con el pasado negativo de la realización personal que puede seguir influyendo con el recuerdo? El sentido común pide sofocar al principio lo negativo, el mal que la persona sufrió y que conlleva rencor, resentimiento, venganza y pérdida de la paz.
¿Cuál es la prueba más difícil de la aceptación? Radica en el sufrimiento, en la paciencia con que se deben aceptar las contrariedades de cualquier tipo. Aprender a sufrir es un arte difícil pero necesario. Es cierto que la persona sufre más de lo que puede porque no sufre como debe. Como es verdad que el dolor aceptado es medio dolor, pero rechazado es doble dolor. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida. Si no es rechazado, ayuda a madurar. Y si la persona es creyente no puede marginar el influjo de la fe, de la providencia de Dios y del testimonio de Jesucristo. En definitiva, las relaciones con Dios, Jesucristo, la Iglesia y la salvación interpelan a quien puede adherise con el Sí de la aceptación o el no del rechazo.
Aceptar las posibilidades La realización como tarea requiere tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades. Y también aceptar con paz las limitaciones personales y la propia historia con sus pros y contras. Y como la realización depende de factores históricos, será oportuno renovar las ilusiones y esperanzas según las actuales circunstancias; conformarse con lo que se tiene sin envidiar lo que no se puede tener o no se debe poseer
¿Qué hacer con el pasado negativo de la realización personal que puede seguir influyendo con el recuerdo? La autenticidad pide sofocar al principio lo negativo, el mal que la persona sufrió y así permanecerá la paz.
Una autoestima equilibrada Nunca como hoy es actual la autoestima que no se confunde con el egoísmo ni con la soberbia. Se trata de buscar el bien para nuestra persona como expresión del impulso de la naturaleza. Recordemos el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a tí mismo, Yo, Yavé" (Lev 19,18 cf.Mt 22,39). Nos encontramos ante un amor bueno y obligatorio como expresión de la única virtud de la caridad (cf. Mt 22,37-39; Lv 19,18; Ef 5,29; Dz 2351-74). La autoestima-caridad pide no atentar contra la integridad física o espiritual como sería el conservar la buena fama, el no deshonrarse (cf. Mt 16,26; Prov 22,1; 1Cor 14,40). Por supuesto, que se debe evitar el odio a la propia persona, el desprecio de sí mismo o el no perdonarse hechos de la vida pasada. Atenta contra la autoestima equilibrada los complejos de inferioridad, fruto de un trato humillante que desvalorizó y creó la imprensión de inutilidad.
A quien aceptar La gran virtud de la aceptación comienza por los defectos en general o en particular, por la ingratitud del prójimo y por los contratiempos de la convivencia familiar o de la profesión. Además de la propia historia y persona, la aceptación-rechazo tiene como objeto determinada persona o ambiente, concretos criterios o ideologías, creencias religiosas con la correspondiente práctica en la vida.. Podemos afirmar que la vida humana se encuentra permanentemente interpelada por un sí de aceptacion o por el no del rechazo.
La radicalidad, máxima aceptación El dinamismo de la aceptación puede desembocar en una respuesta de mínima, media o máxima, de un 10, 40, 80 o 100 por ciento. Quien aspira a la máxima respuesta se pone en una actitud de radicalidad, máxima adhesión a los compromisos elegidos. A esta respuesta extraordinaria llamamos radicalidad porque la persona, radical pero no radicalizada, está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias; quiere responder con perfección, desea que su conducta sea de totalidad, de diez.
Destaca en la radicalidad, la claridad para discernir el valor o valores fundamentales, (las raíces que dan sentido a una vida), de otros valores secundarios; y la decisión para responder con energía y entusiasmo (mística) a los valores aceptados. Como se puede apreciar, la radicalidad así definida es un rasgo esencial del ideal porque coloca en el centro de la vida al objeto, (valor o valores), prioritario y porque la persona decide que su conducta se ajuste al destinatario de su opción fundamental. El influjo de la actitud de radicalidad se hará presente en todas las manifestaciones del esfuerzo ante las dificultades, la coherencia en el uso de los recursos y la plenitud en las relaciones. La radicalidad como máxima aceptación es clave, una condición imprescindible para la praxis en armonía con la mística elegida.
La aceptación, adhesión positiva o negativa Es clave la aceptación porque de esta actitud podemos comprender múltiples respuestas positivas o negativas. En el fondo de muchas virtudes o defectos, comprobamos que está la presencia o ausencia de la aceptación, el mayor o menor grado de adhesión que hay en nuestro interior hacia los tareas, compromisos o exigencias que conlleva la misión elegida o sufrida. Porque acepta quien recibe de manera voluntaria una cosa, quien aprueba con menor o mayor fuerza la respuesta que debe dar. En definitiva, la aceptación indica la conformidad, el Sí, a la posible respuesta. En la aceptación siempre se da un acto de la voluntad que libremente ama o rechaza una alternativa. No acepta quien rechaza mentalmente una alternativa o se rebela contra una orden que le imponen.
En el proceso de aceptación influye mucho la historia de la persona, los factores positivos o negativos de su carácter, situación social, los influjos que recibe, las motivaciones que le influyen, las dificultades y recursos con los que cuenta para su realización personal.
La aceptación de sí mismo es el punto de partida.
Es decir, conocer y aceptar lo que soy, mi persona, historia, relaciones, carencias, pecados, virtudes, éxitos y fracasos. También, concretar los valores y convicciones que dan sentido a mi vida como persona, creyente, cristiano o católico. Otra manifestación: el aceptar la propia historia con sus aspectos gratificantes o los negativos. Igualmente la aceptación exige la práctica de la humildad a la hora de concretar aspiraciones luchando contra el descontrol de la soberbia.
¿Qué hacer con el pasado negativo de la realización personal que puede seguir influyendo con el recuerdo? El sentido común pide sofocar al principio lo negativo, el mal que la persona sufrió y que conlleva rencor, resentimiento, venganza y pérdida de la paz.
¿Cuál es la prueba más difícil de la aceptación? Radica en el sufrimiento, en la paciencia con que se deben aceptar las contrariedades de cualquier tipo. Aprender a sufrir es un arte difícil pero necesario. Es cierto que la persona sufre más de lo que puede porque no sufre como debe. Como es verdad que el dolor aceptado es medio dolor, pero rechazado es doble dolor. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida. Si no es rechazado, ayuda a madurar. Y si la persona es creyente no puede marginar el influjo de la fe, de la providencia de Dios y del testimonio de Jesucristo. En definitiva, las relaciones con Dios, Jesucristo, la Iglesia y la salvación interpelan a quien puede adherise con el Sí de la aceptación o el no del rechazo.
Aceptar las posibilidades La realización como tarea requiere tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades. Y también aceptar con paz las limitaciones personales y la propia historia con sus pros y contras. Y como la realización depende de factores históricos, será oportuno renovar las ilusiones y esperanzas según las actuales circunstancias; conformarse con lo que se tiene sin envidiar lo que no se puede tener o no se debe poseer
¿Qué hacer con el pasado negativo de la realización personal que puede seguir influyendo con el recuerdo? La autenticidad pide sofocar al principio lo negativo, el mal que la persona sufrió y así permanecerá la paz.
Una autoestima equilibrada Nunca como hoy es actual la autoestima que no se confunde con el egoísmo ni con la soberbia. Se trata de buscar el bien para nuestra persona como expresión del impulso de la naturaleza. Recordemos el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a tí mismo, Yo, Yavé" (Lev 19,18 cf.Mt 22,39). Nos encontramos ante un amor bueno y obligatorio como expresión de la única virtud de la caridad (cf. Mt 22,37-39; Lv 19,18; Ef 5,29; Dz 2351-74). La autoestima-caridad pide no atentar contra la integridad física o espiritual como sería el conservar la buena fama, el no deshonrarse (cf. Mt 16,26; Prov 22,1; 1Cor 14,40). Por supuesto, que se debe evitar el odio a la propia persona, el desprecio de sí mismo o el no perdonarse hechos de la vida pasada. Atenta contra la autoestima equilibrada los complejos de inferioridad, fruto de un trato humillante que desvalorizó y creó la imprensión de inutilidad.
A quien aceptar La gran virtud de la aceptación comienza por los defectos en general o en particular, por la ingratitud del prójimo y por los contratiempos de la convivencia familiar o de la profesión. Además de la propia historia y persona, la aceptación-rechazo tiene como objeto determinada persona o ambiente, concretos criterios o ideologías, creencias religiosas con la correspondiente práctica en la vida.. Podemos afirmar que la vida humana se encuentra permanentemente interpelada por un sí de aceptacion o por el no del rechazo.
La radicalidad, máxima aceptación El dinamismo de la aceptación puede desembocar en una respuesta de mínima, media o máxima, de un 10, 40, 80 o 100 por ciento. Quien aspira a la máxima respuesta se pone en una actitud de radicalidad, máxima adhesión a los compromisos elegidos. A esta respuesta extraordinaria llamamos radicalidad porque la persona, radical pero no radicalizada, está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias; quiere responder con perfección, desea que su conducta sea de totalidad, de diez.
Destaca en la radicalidad, la claridad para discernir el valor o valores fundamentales, (las raíces que dan sentido a una vida), de otros valores secundarios; y la decisión para responder con energía y entusiasmo (mística) a los valores aceptados. Como se puede apreciar, la radicalidad así definida es un rasgo esencial del ideal porque coloca en el centro de la vida al objeto, (valor o valores), prioritario y porque la persona decide que su conducta se ajuste al destinatario de su opción fundamental. El influjo de la actitud de radicalidad se hará presente en todas las manifestaciones del esfuerzo ante las dificultades, la coherencia en el uso de los recursos y la plenitud en las relaciones. La radicalidad como máxima aceptación es clave, una condición imprescindible para la praxis en armonía con la mística elegida.