¿Puede la Iglesia proponer la sexualidad desde la fe?

Puede y debe.
Puede en nombre de la libertad religiosa que garantiza todo país democrático. Y debe porque la sexualidad es parte del mensaje moral cristiano: el sexto y el noveno mandamiento, el sacramento del matrimonio, la doctrina del NT sobre temas relacionados con la sexualidad. Además, la sexualidad, como otras dimensiones de la opción del cristiano, es interpretada y concretada por el Magisterio de la Iglesia. El seguidor de Jesús en comunión eclesial, tiene presente la autoridad moral del Magisterio en lo que respecta a la fe y a su conducta moral con el compromiso de obedecer y de evitar lo rechazado por la Iglesia. Así lo confirmó el Vaticano II en Lumen gentium 25 y Gaudium et spes 50 y 51.
Pasó una época donde predominaba la doctrina de la Iglesia en materia sexual, tiempos de sexofobia. Vivimos todavía los efectos de la revolución sexual con criterios y praxis de sexomanía. Comienza una época con intentos de pluralismo, diálogo interdisciplinar y unidad. En esta situación histórica, la respuesta admite cuatro temas seleccionados entre los muchos posibles: el fundamento, la fe en Jesucristo; el marco doctrinal, la reflexión teológica; la diversidad de opiniones, expresión de la pluralidad eclesial; el magisterio de la Iglesia, autoridad que decide los criterios y la normativa del católico.

El fundamento, la fe en Jesucristo Como en toda la conducta, en el tema de la sexualidad, la Palabra de Dios es clave para el cristiano que sigue fielmente a Cristo, une las exigencias de fe, esperaza y caridad.
Y como seguidor de Cristo, confía en su ayuda. Por ello, es imposible entender la propuesta católica sin la fe en Jesucristo y el compromiso como discípulo. Con la base necesaria pero insuficiente de la ética sexual, la propuesta católica tiene como fundamento la revelación, y más concretamente, el mensaje de Jesucristo que asume todo bautizado. En efecto, los valores y exigencias antropológicas sobre la sexualidad reciben luz y profundidad con la Palabra de Dios que comparte o amplía muchos criterios éticos, pero con la autoridad de la revelación y la incorporación a Cristo en el proyecto de la Buena nueva.
Aunque se impone un discernimiento crítico sobre los textos bíblicos, sí están claros algunos criterios:
Cristo recuerda las exigencias del sexto mandamiento (Mt 5,27; 19,18; Mc 10, 11), ofrece una visión nueva sobre el adulterio y condena aun los malos deseos y toda impureza (Mt 5,31-32; 19,4-6; 5,28.29).
Para no relativizar la sexualidad genital, es insertada entre las exigencias del reino de Dios, del seguimiento de Cristo y del sacramento del matrimonio (1 Cor 6,9; Gál 5,19-21; Ef 5,5; Col 3,5; 1 Cor 7,3s; Gál 3,28; 1 Cor 11,3-16).
De aquí que los seguidores de Jesús reciban consignas concretas sobre la indisolubilidad, divorcio, incesto, fornicación, adulterio, homosexualidad y toda impureza (Mt 19,3-12; 19,5; 1 Cor 7,39; 1,1-5; 7,12-17; Rom 13,13; 1 Cor 6,15-16; Rom 13,9).

El marco doctrinal, la reflexión teológica
Los datos de la Palabra de Dios y de la tradición patrística, en conexión con toda la Buena Nueva de Jesús, revelan otras tantas perspectivas de la sexualidad cristiana: es una obra buena del Creador, realidad querida por Dios quien diferenció al hombre y a la mujer y les dio el mandato de la procreación como algo digno (Gn 1,27 .28; 1 Cor 7,3; 242 243 d. GS 49 y HV 11).
Como todo el dinamismo humano, el sexual también está deteriorado por el pecado original: después de la caída sufrieron las relaciones hombre-mujer y el sexo genital se impuso al agapé (Gn 2,25; 3,7). En adelante, la sexualidad necesitará gracia y esfuerzo para ser dominada por la persona para que no sea obstáculo que separe de Dios. Sin embargo, no desaparece por ello su bondad intrínseca (1 Cor 6,9; Gál 5,19-21; Ef 5,5; Col 3,5; 1 Cor 6,19).
La sexualidad, como área humana redimida por Cristo, es un misterio esclarecido en el misterio del Verbo Encarnado, en quien adquiere sentido nuevo pleno: «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo... Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor 6,13-20; d. GS 22). Es Cristo quien santificó toda relación entre hombre y mujer con el sacramento del matrimonio y que asume la sexualidad en la caridad (Ef 5,22-32; GS 48 y 49). Con la redención, el cuerpo es templo del Espíritu consagrado al culto, y la castidad, un requisito más de la santidad (1 Tes 4,3).
La sexualidad, pues, es un área más donde la vida teologal sublima las manifestaciones afectivas (eros) o puramente biológicas (sexo) para convertirlas en expresión de caridad, de amor esponsal por Dios y en Dios (agape).
También conviene subrayar el dinamismo sexual como tarea y compromiso para el cristiano. Una tarea que no es la primera ni la más importante, pero sí necesaria como fuerza que mantiene al sexo y al eros bajo el dominio del amor responsable. No es represión, sino un compromiso dentro de la opción de quien debe llegar a ser «hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13). Conviene insistir: un riesgo amenaza al compromiso cristiano: la sexualidad puede desorbitarse a impulsos del egoísmo hedonista, incompatible con la comunión con Dios (1 Cor 6,9.19s; Ef 5,5; Gál 5,17-21; Col 3,ls; Rom 6,19; 1 Tim 6,9).
Pero hay que reconocer la diversidad de opiniones, expresión de la pluralidad eclesial, pues no todos aceptan los criterios del Magisterio sobre la sexualidad. Tema a tratar.
Volver arriba