¿Razones para creer, esperar y amar la vida eterna o cielo?
En los años setenta, una persona muy piadosa me dijo que amaba mucho al Señor pero no creía en la otra vida, en el cielo.
No hace mucho tiempo, un enfermo grave, con angustia y escepticismo me preguntaba: “¿y después de la muerte, qué?
La semana pasada, al plantearte a un joven de 27 años sobre lo qué existía más allá de esta vida, me contestó: “nada, nada”.
Efectivamente, el cielo o vida eterna, parte del Credo, es un misterio cuestionado cuando no rechazado por muchos, fuera y dentro del cristianismo. Y no falta quien crea en el cielo pero no tiene razones para esperar y amar lo que le sucederá en la otra vida.
Varios artículos de este blog ofrecieron la respuesta completa y detallada al interrogante propuesto. Ahora, las razones más importantes: el cielo o vida eterna es un tema central en la obra y mensaje de Cristo; la esperanza responde al enigma de la muerte; la meta final consiste en ver a Dios cara a cara. Conviene añadir que el cielo comienza en la tierra y que la falta de fe explica el rechazo de este misterio tan esencial en la vida del cristiano.la vida eterna.
Un tema central en la obra y mensaje de Cristo
Para muchos, el cielo o vida eterna no pasa de ser una ficción, un cuento piadoso o un consuelo alienante. Para el cristiano, la vida eterna es uno de los misterios del Credo, la respuesta coherente de quien cree y espera en Cristo Salvador que abrió las puertas del cielo. El seguidor de Jesús acepta gozoso la vida posterior a la muerte como una clave imprescindible de las Bienaventuranzas. En definitiva, el que es como otro Cristo en la tierra, gozará de su compañía en el cielo.
¿Cuál es el tema central en la persona de Cristo, Verbo encarnado, hombre y Dios, que vivió en la tierra, reveló la verdad del cielo, prometió el paraíso, murió, resucitó, se apareció a los apóstoles y subió a los cielos? La salvación, que se realizará en el cielo o vida eterna. Cristo es el Salvador y el cielo, en definitiva, es la salvación para los que aceptan y siguen a Jesús.
La vida de Cristo es un anticipo de lo que será el cielo.
El creyente que profundiza en la vida de Cristo comprueba que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo.
La Redención de Cristo abrió las puertas del cielo.
La pasión, muerte y resurrección del Salvador tiene como objetivo redimir a la humanidad del mal moral, el pecado; animar al hombre ante el dolor y la muerte con la esperanza del más allá de la vida humana y compartir el sufrimiento humano dándole un valor para después de la muerte. De manera extraordinaria, el Cristo Redentor abrió las puertas para que entrara el buen ladrón: “acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le responde: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 42. 43).
El cielo es una clave imprescindible de las Bienaventuranzas.
Cristo habló sobre el cielo como una dimensión fundamental del Reino de Dios. Así aparece en las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana. El mensaje de esperanza animó la vida de muchos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc. Para Jesús, las actitudes de pobreza, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, de paz, y las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida de felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión escatológica. Allí, el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Es Jesús quien revoluciona los valores, porque ante situaciones poco apreciadas como son el dolor, la pobreza, la humillación, ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
La esperanza responde al enigma de la muerte
Antes de llegar al cielo hay que pasar por el túnel de la muerte. Es el acontecimiento final de la vida temporal del que surge la pregunta: ¿terminó todo con la muerte? Cada persona tiene valores para su vida en este mundo pero ante el final temporal se pregunta si tendrá vida en el más allá. La fe y la esperanza aseguran al cristiano una vida inmortal con victoria sobre la muerte. Se trata de una vida eterna porque el tiempo histórico será superado; vida plena con la resurrección futura y vida escatológica en el cielo que seguirá a la vida en la fase temporal, en la tierra. Es la vida objeto de la esperanza, virtud por la cual el bautizado y la comunidad cristiana caminan después de la muerte hacia el encuentro definitivo con Dios y la venida de Cristo, apoyados en su gracia y misericordia y para consumar el plan salvífico.
El Compendio del Catecismo responde a la pregunta ¿Qué es la esperanza? “La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrenal” (n 387).
La meta final: ver a Dios cara a cara
La virtud teologal de la esperanza motiva al cristiano: ”bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf en CEC 1722); “queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3,2; cf. en CEC 1023 y 1028). ¿Cuáles son las condiciones y los pasos previos para ir al cielo? La respuesta en el Catecismo y en su Compendio: “los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Serán para siempre semejantes a Dios, porque lo verán "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4)”(CEC 1023).
En qué consiste el “ver a Dios”.
Con el fundamento bíblicos, y según la reflexión de los teólogos, la visión de Dios -el cielo- indica convivencia, familiaridad, comunión existencial, trato íntimo, participación en su vida, comunión en su ser, gozar de su intimidad, compartir su vida que desemboca en la divinización del ser humano..
¿Felicidad plena en la vida eterna?
El mensaje cristiano tiene una respuesta afirmativa en un texto del Vaticano II: "la figura de este mundo afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano..."(GS 39; cf. 18 y 39). Y de manera más concreta el Catecismo afirma que “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (CEC 1024). ¿Qué hará el bienaventurado en el cielo? Así lo expresa San Agustín: “allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos.
Pero el cielo comienza en la tierra
El bautizado vive en la etapa temporal lo que obtendrá plenamente en el cielo. Así, por ejemplo, a la comunión con Dios en la tierra, seguirá la visión de Dios cara a cara; a mayor amor sembrado, mayor será la cosecha del bienaventurado; a la fidelidad con riesgo de ofensa, gozará de la caridad absoluta; a la oración temporal, la comunicación para siempre; al seguimiento de Jesús, obtendrá el premio que él prometió; al amor fraterno coherente corresponderá el “venid benditos de mi Padre” (Mt 25,34-35); a la colaboración en el Reino aquí en la tierra, seguirá el gozo con el Señor en la fase escatológica; a la comunión eclesial, la integración en la iglesia celeste. Ahora bien, para llegar al cielo, la “otra orilla”, necesitamos el puente de la esperanza coherente que convierte al cristiano en el peregrino que confía en la promesa de Cristo para salvarse y poder gozar en el encuentro definitivo con Dios
La falta de fe explica el rechazo de la vida eterna
Por lógica, el cielo no interesa a cuantos carecen de la fe cristiana, como le sucedió a los atenienses cuando escucharon a San Pablo (Hch 17,32). Pero lo desconcertante es que muchas personas piadosas y practicantes se conforman con la práctica de la caridad, la piedad y la confianza en Dios, como si fueran fieles del Antiguo testamento. Respuesta que confirmaría un estudio en la Europa de nuestros días: arrojaría datos sobre la fe en el cielo que no superarían el 20%.
¿Por qué esta indiferencia y hasta rechazo del cielo? Algunas causas: el secularismo: el escepticismo por los disparates históricos sobre el más allá, el apego a los bienes de la tierra, la crisis actual ante cualquier esperanza; la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble; la vinculación de “la otra vida” a la muerte, al juicio y al infierno; la interpretación individualista de la salvación; la deficiente formación, el desánimo ante las dificultades y la experiencia de quienes exclaman: ¡nadie regresó después de muerto! Muchos, desalentados por las caídas y la dureza de la vida, optan por una vida pacífica alejada de cualquier compromiso.
Necesitamos guías y testigos seguros
En la vida, los guías orientan y los testigos, motivan. De la misma manera, actúan los guías y los testigos para vivir la vocación cristiana. Apoyados en Cristo, (testigo, maestro y único camino para la vida eterna), innumerables cristianos enseñaron no solamente cómo ir al cielo sino como vivir el cielo en la tierra. Fueron y son los maestros espirituales, auténticos guías que con su doctrina y testimonio señalaron los objetivos y las exigencias de la esperanza cristiana que culmina con la unión con Dios en el cielo. Como maestro insuperable, San Juan de la Cruz. Por su testimonio excepcional, Santa Teresa de Jesús, el magisterio del beato Juan Pablo II y la reciente encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, Salvados por la esperanza (2007).
No hace mucho tiempo, un enfermo grave, con angustia y escepticismo me preguntaba: “¿y después de la muerte, qué?
La semana pasada, al plantearte a un joven de 27 años sobre lo qué existía más allá de esta vida, me contestó: “nada, nada”.
Efectivamente, el cielo o vida eterna, parte del Credo, es un misterio cuestionado cuando no rechazado por muchos, fuera y dentro del cristianismo. Y no falta quien crea en el cielo pero no tiene razones para esperar y amar lo que le sucederá en la otra vida.
Varios artículos de este blog ofrecieron la respuesta completa y detallada al interrogante propuesto. Ahora, las razones más importantes: el cielo o vida eterna es un tema central en la obra y mensaje de Cristo; la esperanza responde al enigma de la muerte; la meta final consiste en ver a Dios cara a cara. Conviene añadir que el cielo comienza en la tierra y que la falta de fe explica el rechazo de este misterio tan esencial en la vida del cristiano.la vida eterna.
Un tema central en la obra y mensaje de Cristo
Para muchos, el cielo o vida eterna no pasa de ser una ficción, un cuento piadoso o un consuelo alienante. Para el cristiano, la vida eterna es uno de los misterios del Credo, la respuesta coherente de quien cree y espera en Cristo Salvador que abrió las puertas del cielo. El seguidor de Jesús acepta gozoso la vida posterior a la muerte como una clave imprescindible de las Bienaventuranzas. En definitiva, el que es como otro Cristo en la tierra, gozará de su compañía en el cielo.
¿Cuál es el tema central en la persona de Cristo, Verbo encarnado, hombre y Dios, que vivió en la tierra, reveló la verdad del cielo, prometió el paraíso, murió, resucitó, se apareció a los apóstoles y subió a los cielos? La salvación, que se realizará en el cielo o vida eterna. Cristo es el Salvador y el cielo, en definitiva, es la salvación para los que aceptan y siguen a Jesús.
La vida de Cristo es un anticipo de lo que será el cielo.
El creyente que profundiza en la vida de Cristo comprueba que con sus enseñanzas, milagros y con la institución de la Eucaristía, adelantó aspectos que tendrán plena realización en el cielo.
La Redención de Cristo abrió las puertas del cielo.
La pasión, muerte y resurrección del Salvador tiene como objetivo redimir a la humanidad del mal moral, el pecado; animar al hombre ante el dolor y la muerte con la esperanza del más allá de la vida humana y compartir el sufrimiento humano dándole un valor para después de la muerte. De manera extraordinaria, el Cristo Redentor abrió las puertas para que entrara el buen ladrón: “acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le responde: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 42. 43).
El cielo es una clave imprescindible de las Bienaventuranzas.
Cristo habló sobre el cielo como una dimensión fundamental del Reino de Dios. Así aparece en las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana. El mensaje de esperanza animó la vida de muchos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc. Para Jesús, las actitudes de pobreza, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, de paz, y las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida de felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión escatológica. Allí, el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida. Es Jesús quien revoluciona los valores, porque ante situaciones poco apreciadas como son el dolor, la pobreza, la humillación, ofrece una esperanza escatológica: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt 5,3-12).
La esperanza responde al enigma de la muerte
Antes de llegar al cielo hay que pasar por el túnel de la muerte. Es el acontecimiento final de la vida temporal del que surge la pregunta: ¿terminó todo con la muerte? Cada persona tiene valores para su vida en este mundo pero ante el final temporal se pregunta si tendrá vida en el más allá. La fe y la esperanza aseguran al cristiano una vida inmortal con victoria sobre la muerte. Se trata de una vida eterna porque el tiempo histórico será superado; vida plena con la resurrección futura y vida escatológica en el cielo que seguirá a la vida en la fase temporal, en la tierra. Es la vida objeto de la esperanza, virtud por la cual el bautizado y la comunidad cristiana caminan después de la muerte hacia el encuentro definitivo con Dios y la venida de Cristo, apoyados en su gracia y misericordia y para consumar el plan salvífico.
El Compendio del Catecismo responde a la pregunta ¿Qué es la esperanza? “La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrenal” (n 387).
La meta final: ver a Dios cara a cara
La virtud teologal de la esperanza motiva al cristiano: ”bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf en CEC 1722); “queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3,2; cf. en CEC 1023 y 1028). ¿Cuáles son las condiciones y los pasos previos para ir al cielo? La respuesta en el Catecismo y en su Compendio: “los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Serán para siempre semejantes a Dios, porque lo verán "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4)”(CEC 1023).
En qué consiste el “ver a Dios”.
Con el fundamento bíblicos, y según la reflexión de los teólogos, la visión de Dios -el cielo- indica convivencia, familiaridad, comunión existencial, trato íntimo, participación en su vida, comunión en su ser, gozar de su intimidad, compartir su vida que desemboca en la divinización del ser humano..
¿Felicidad plena en la vida eterna?
El mensaje cristiano tiene una respuesta afirmativa en un texto del Vaticano II: "la figura de este mundo afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano..."(GS 39; cf. 18 y 39). Y de manera más concreta el Catecismo afirma que “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (CEC 1024). ¿Qué hará el bienaventurado en el cielo? Así lo expresa San Agustín: “allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos.
Pero el cielo comienza en la tierra
El bautizado vive en la etapa temporal lo que obtendrá plenamente en el cielo. Así, por ejemplo, a la comunión con Dios en la tierra, seguirá la visión de Dios cara a cara; a mayor amor sembrado, mayor será la cosecha del bienaventurado; a la fidelidad con riesgo de ofensa, gozará de la caridad absoluta; a la oración temporal, la comunicación para siempre; al seguimiento de Jesús, obtendrá el premio que él prometió; al amor fraterno coherente corresponderá el “venid benditos de mi Padre” (Mt 25,34-35); a la colaboración en el Reino aquí en la tierra, seguirá el gozo con el Señor en la fase escatológica; a la comunión eclesial, la integración en la iglesia celeste. Ahora bien, para llegar al cielo, la “otra orilla”, necesitamos el puente de la esperanza coherente que convierte al cristiano en el peregrino que confía en la promesa de Cristo para salvarse y poder gozar en el encuentro definitivo con Dios
La falta de fe explica el rechazo de la vida eterna
Por lógica, el cielo no interesa a cuantos carecen de la fe cristiana, como le sucedió a los atenienses cuando escucharon a San Pablo (Hch 17,32). Pero lo desconcertante es que muchas personas piadosas y practicantes se conforman con la práctica de la caridad, la piedad y la confianza en Dios, como si fueran fieles del Antiguo testamento. Respuesta que confirmaría un estudio en la Europa de nuestros días: arrojaría datos sobre la fe en el cielo que no superarían el 20%.
¿Por qué esta indiferencia y hasta rechazo del cielo? Algunas causas: el secularismo: el escepticismo por los disparates históricos sobre el más allá, el apego a los bienes de la tierra, la crisis actual ante cualquier esperanza; la presentación de un cielo poco atractivo y poco creíble; la vinculación de “la otra vida” a la muerte, al juicio y al infierno; la interpretación individualista de la salvación; la deficiente formación, el desánimo ante las dificultades y la experiencia de quienes exclaman: ¡nadie regresó después de muerto! Muchos, desalentados por las caídas y la dureza de la vida, optan por una vida pacífica alejada de cualquier compromiso.
Necesitamos guías y testigos seguros
En la vida, los guías orientan y los testigos, motivan. De la misma manera, actúan los guías y los testigos para vivir la vocación cristiana. Apoyados en Cristo, (testigo, maestro y único camino para la vida eterna), innumerables cristianos enseñaron no solamente cómo ir al cielo sino como vivir el cielo en la tierra. Fueron y son los maestros espirituales, auténticos guías que con su doctrina y testimonio señalaron los objetivos y las exigencias de la esperanza cristiana que culmina con la unión con Dios en el cielo. Como maestro insuperable, San Juan de la Cruz. Por su testimonio excepcional, Santa Teresa de Jesús, el magisterio del beato Juan Pablo II y la reciente encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, Salvados por la esperanza (2007).