Para una ancianidad feliz: 2. Aceptar con humildad las limitaciones
A la felicidad del anciano se oponen el dolor físico, las limitaciones físicas, el miedo, la inseguridad, las humillaciones, las muchas decepciones, la soledad, las ingratitudes…Y ante tales situaciones infelices. Puede responder con el NO del rechazo, las críticas, el resentimiento y la actitud de amargura. O bien, con el SI de la aceptación, fruto de la paciencia, comprensión, fortaleza, humildad y paz
Cierto que las nuevas esperanzas ilusionan al anciano, pero ¿son suficientes para superar los obstáculos, dificultades y cruces de la última etapa de su vida? No. La experiencia confirma que las esperanzas e ilusiones son imprescindibles pero insuficientes. Los ancianos necesitan algo más. Ante todo, que su libertad interiorice nuevas motivaciones que les consuelen y fortalezcan ante las deficiencias personales y las ingratitudes familiares. Porque urge a toda persona, y más en los últimos años, practicar la aceptación de lo negativo con paz, y sobre todo, con humildad apoyada en la verdad y la fortaleza.
Como toda persona, el anciano necesita vivir en la verdad
(El anciano necesita vivir con verdad y fortaleza ).
Quien llegó a la cuarta edad, el anciano, está interpelado por varias actitudes y respuestas: ante sí mismo como persona, ante los demás como miembro de una comunidad y ante Dios como creyente.
En cualquier edad, y con más razón en los últimos años de la vida, esta persona tiene que tomar conciencia de lo que es y puede; necesita la verdad como humildad para reconocer valores y aceptar sus limitaciones. Como también deberá actualizar las motivaciones más significativas de su vida para mitigar las limitaciones.
La verdad exige a la persona tomar conciencia de lo que es y puede. Aunque le humille, la persona mayor debe replantearse su identidad en los últimos años de su vida. Que evite el pesimismo de quien se juzga como un “trasto inútil” y una “carga” para la familia. O bien, que no cultive una visión demasiado optimista y “positiva”, un tanto orgullosa, sobre su persona como si los años no pasaran factura.
¿Y qué pide la verdad? Ante todo, poseer una autoestima equilibrada. Y tener presente el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo, Yhavé" (Lev 19,18 cf. Mt 22,39). Por lo tanto, atenta contra la autoestima equilibrada, contra la verdad, tanto los complejos de inferioridad como los de superioridad. Porque ahora tiene que partir de la nueva situación y de las actuales posibilidades para adaptarlas al proyecto de su vida.
Aceptar y aceptarse. Un segundo grado de la verdad-humildad en el anciano o persona mayor, consiste en la aceptación de la propia historia pasada y presente con sus aspectos gratificantes y con los negativos.
Otra manifestación de la humildad pide tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades actuales. Y también aceptar con paz la historia presente con sus “pros” y “contras”.
Y cultivar nuevas motivaciones es otro de los grandes secretos para conseguir una vida relativamente feliz y no amargada. Habrá que suprimir alguna que otra motivación que dio sentido en otras etapas, y fomentar las que entusiasmaron e ilusionaron.
Ante el sufrimiento y limitaciones, fortaleza y paciencia.
(El anciano necesita vivir con verdad y fortaleza). Si la persona joven y fuerte hizo frente a “miles” de dificultades, en la profesión, vida matrimonial, relaciones sociales, educación y colocación de los hijos…, la última etapa de la misma persona, ahora débil, pide fortaleza y paciencia, virtudes imprescindibles para aceptar las muchas pérdidas que afectan a su felicidad. La persona que luchó y superó muchos obstáculos durante más de 50 años, comprueba y lamenta que al final de su vida tiene más dificultades y menos fuerzas. Su experiencia confirma que las luchas y peleas pertenecen a la primera mitad de la vida. Y las pérdidas y sufrimientos están más presentes en los últimos años de su existencia. Por ello, el anciano, más que nunca, cultivará la actitud fuerte, paciente y humilde. ¿Cómo responder prácticamente?
Ante las pérdidas
En pocos años, o meses, el anciano experimenta la pérdida de su trabajo, personas amigas, algunas posesiones, bastantes relaciones, salud, poder caminar, y hasta la pérdida de la vista o del oído. Qué sugerir al anciano ante las diversas pérdidas: que vea lo positivo, pues ahora tiene menos responsabilidad y posee más independencia; goza de más libertad pero siempre con responsabilidad y sin tozudez.
En cuanto a la salud. Evitar la hipocondría, el creerse enfermo sin fundamento, o vivir obsesionado por enfermedades que no existen o son normales. No sufrir antes de tiempo ni más de lo objetivo. Y así sufrirá menos.
Sobre la muerte de amigos de confianza, los hijos o del mismo cónyuge. Vea la ocasión para descubrirse a sí mismo sin la necesidad del “otro” que tapaba el agujero de la soledad o del vacío existencial. Ahora puede ser él mismo lo que es, sin necesidad de compañías.
De su poder como empresario o político. Recuerde cómo él sucedió a otros. Ahora tendrá menos enemigos. Y la ocasión de ejercer la humildad cuando libremente deje el puesto a los más jóvenes.
Y si posee riquezas: que no se aferre a las posesiones, ni sea tacaño. Reparta sus bienes en vida porque con la muerte perderá todo su patrimonio.
Ante la soledad y en la depresión
Cuando físicamente esté solo, que no añada a la soledad inevitable el sentimiento obsesivo de sentirse solo. Los ancianos se deprimen al verse tan devaluados porque antes sí eran apreciados. Hay que despedirse de la buena imagen. Que no crea que nada tiene que hacer en su vida. Ahora no puede definirse a partir de sus obligaciones anteriores. Más que luchar contra la depresión, mejor será trabar amistad con ella, intentar una imagen nueva para su persona.
Ante las cruces de la vida.
Para muchas personas los últimos años de la vida son los de mayor sufrimiento y de menos compensaciones. Especialmente a quienes la vida sonrió y todo les salió bien. En pocos meses ven acentuadas las enfermedades, la dependencia y la necesidad de la silla de ruedas. A esta situación puede unirse el abandono de los familiares, la pobreza en una residencia y la soledad afectiva. ¿Cómo responderá el anciano? Es cierto que se sufre más de lo que podemos porque no se sufrimos como debemos. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, porque si no es rechazado, ayuda a madurar. También el saber objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se trata de esperanzas sin fe. Para el creyente, la esperanza y los sacramentos fortalecen a la persona en el sufrimiento.
Ante otras dificultades. En la crisis senil invadida por la soledad y la depresión, el anciano necesita más que nunca paz y paciencia, mucha calma para evaluar su situación con los aspectos negativos, sí, pero también los positivos y las compensaciones. No querer cambiar la realidad incambiable. Mejor, mirar tranquilamente con actitud tolerante: dejar que las cosas sean así, como son ahora, y no como fueron en el pasado. Con paciencia, con capacidad de soportar algo, de resistir. Esta virtud es raíz y guardiana de otras. Pide tolerar a los demás, con sus errores y debilidades. Sufrir por los demás, estar a su lado, soportar sus debilidades físicas y emocionales. Es necesaria para vivir en paz con los demás.
Las sugerencias de un Papa anciano
18º La oración en el “ayer” del anciano, según san Juan Pablo II
San Juan Pablo II, en la Carta que dirigió a los ancianos como él, pide un “valoración más serena y objetiva de las personas que hemos encontrado y de las situaciones vividas a lo largo del camino. El paso del tiempo difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza sus aspectos dolorosos. Por desgracia, en la existencia de cada uno hay sobradas cruces y tribulaciones. A veces se trata de problemas y sufrimientos que ponen a dura prueba la resistencia psicofísica y hasta conmocionan quizás la fe misma. No obstante, la experiencia enseña que, con la gracia del Señor, los mismos sinsabores cotidianos contribuyen con frecuencia a la madurez de las personas, templando su carácter” (n.2).
Cierto que las nuevas esperanzas ilusionan al anciano, pero ¿son suficientes para superar los obstáculos, dificultades y cruces de la última etapa de su vida? No. La experiencia confirma que las esperanzas e ilusiones son imprescindibles pero insuficientes. Los ancianos necesitan algo más. Ante todo, que su libertad interiorice nuevas motivaciones que les consuelen y fortalezcan ante las deficiencias personales y las ingratitudes familiares. Porque urge a toda persona, y más en los últimos años, practicar la aceptación de lo negativo con paz, y sobre todo, con humildad apoyada en la verdad y la fortaleza.
Como toda persona, el anciano necesita vivir en la verdad
(El anciano necesita vivir con verdad y fortaleza ).
Quien llegó a la cuarta edad, el anciano, está interpelado por varias actitudes y respuestas: ante sí mismo como persona, ante los demás como miembro de una comunidad y ante Dios como creyente.
En cualquier edad, y con más razón en los últimos años de la vida, esta persona tiene que tomar conciencia de lo que es y puede; necesita la verdad como humildad para reconocer valores y aceptar sus limitaciones. Como también deberá actualizar las motivaciones más significativas de su vida para mitigar las limitaciones.
La verdad exige a la persona tomar conciencia de lo que es y puede. Aunque le humille, la persona mayor debe replantearse su identidad en los últimos años de su vida. Que evite el pesimismo de quien se juzga como un “trasto inútil” y una “carga” para la familia. O bien, que no cultive una visión demasiado optimista y “positiva”, un tanto orgullosa, sobre su persona como si los años no pasaran factura.
¿Y qué pide la verdad? Ante todo, poseer una autoestima equilibrada. Y tener presente el precepto bíblico "amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo, Yhavé" (Lev 19,18 cf. Mt 22,39). Por lo tanto, atenta contra la autoestima equilibrada, contra la verdad, tanto los complejos de inferioridad como los de superioridad. Porque ahora tiene que partir de la nueva situación y de las actuales posibilidades para adaptarlas al proyecto de su vida.
Aceptar y aceptarse. Un segundo grado de la verdad-humildad en el anciano o persona mayor, consiste en la aceptación de la propia historia pasada y presente con sus aspectos gratificantes y con los negativos.
Otra manifestación de la humildad pide tomar conciencia serena y objetiva de las posibilidades actuales. Y también aceptar con paz la historia presente con sus “pros” y “contras”.
Y cultivar nuevas motivaciones es otro de los grandes secretos para conseguir una vida relativamente feliz y no amargada. Habrá que suprimir alguna que otra motivación que dio sentido en otras etapas, y fomentar las que entusiasmaron e ilusionaron.
Ante el sufrimiento y limitaciones, fortaleza y paciencia.
(El anciano necesita vivir con verdad y fortaleza). Si la persona joven y fuerte hizo frente a “miles” de dificultades, en la profesión, vida matrimonial, relaciones sociales, educación y colocación de los hijos…, la última etapa de la misma persona, ahora débil, pide fortaleza y paciencia, virtudes imprescindibles para aceptar las muchas pérdidas que afectan a su felicidad. La persona que luchó y superó muchos obstáculos durante más de 50 años, comprueba y lamenta que al final de su vida tiene más dificultades y menos fuerzas. Su experiencia confirma que las luchas y peleas pertenecen a la primera mitad de la vida. Y las pérdidas y sufrimientos están más presentes en los últimos años de su existencia. Por ello, el anciano, más que nunca, cultivará la actitud fuerte, paciente y humilde. ¿Cómo responder prácticamente?
Ante las pérdidas
En pocos años, o meses, el anciano experimenta la pérdida de su trabajo, personas amigas, algunas posesiones, bastantes relaciones, salud, poder caminar, y hasta la pérdida de la vista o del oído. Qué sugerir al anciano ante las diversas pérdidas: que vea lo positivo, pues ahora tiene menos responsabilidad y posee más independencia; goza de más libertad pero siempre con responsabilidad y sin tozudez.
En cuanto a la salud. Evitar la hipocondría, el creerse enfermo sin fundamento, o vivir obsesionado por enfermedades que no existen o son normales. No sufrir antes de tiempo ni más de lo objetivo. Y así sufrirá menos.
Sobre la muerte de amigos de confianza, los hijos o del mismo cónyuge. Vea la ocasión para descubrirse a sí mismo sin la necesidad del “otro” que tapaba el agujero de la soledad o del vacío existencial. Ahora puede ser él mismo lo que es, sin necesidad de compañías.
De su poder como empresario o político. Recuerde cómo él sucedió a otros. Ahora tendrá menos enemigos. Y la ocasión de ejercer la humildad cuando libremente deje el puesto a los más jóvenes.
Y si posee riquezas: que no se aferre a las posesiones, ni sea tacaño. Reparta sus bienes en vida porque con la muerte perderá todo su patrimonio.
Ante la soledad y en la depresión
Cuando físicamente esté solo, que no añada a la soledad inevitable el sentimiento obsesivo de sentirse solo. Los ancianos se deprimen al verse tan devaluados porque antes sí eran apreciados. Hay que despedirse de la buena imagen. Que no crea que nada tiene que hacer en su vida. Ahora no puede definirse a partir de sus obligaciones anteriores. Más que luchar contra la depresión, mejor será trabar amistad con ella, intentar una imagen nueva para su persona.
Ante las cruces de la vida.
Para muchas personas los últimos años de la vida son los de mayor sufrimiento y de menos compensaciones. Especialmente a quienes la vida sonrió y todo les salió bien. En pocos meses ven acentuadas las enfermedades, la dependencia y la necesidad de la silla de ruedas. A esta situación puede unirse el abandono de los familiares, la pobreza en una residencia y la soledad afectiva. ¿Cómo responderá el anciano? Es cierto que se sufre más de lo que podemos porque no se sufrimos como debemos. Para aprender a sufrir se impone la aceptación del dolor como ley inevitable de vida, porque si no es rechazado, ayuda a madurar. También el saber objetivar los hechos y así aminorar el sufrimiento. Y como complemento: saber moderar los deseos y esperanzas, conscientes de que a mayor austeridad, habrá más paz. Mucho ayudará el cultivo de una actitud serena, alegre y optimista en la adversidad. Algo hay de verdad en la máxima que se atribuye a Buda: para no sufrir, no desear, no esperar. Claro está que se trata de esperanzas sin fe. Para el creyente, la esperanza y los sacramentos fortalecen a la persona en el sufrimiento.
Ante otras dificultades. En la crisis senil invadida por la soledad y la depresión, el anciano necesita más que nunca paz y paciencia, mucha calma para evaluar su situación con los aspectos negativos, sí, pero también los positivos y las compensaciones. No querer cambiar la realidad incambiable. Mejor, mirar tranquilamente con actitud tolerante: dejar que las cosas sean así, como son ahora, y no como fueron en el pasado. Con paciencia, con capacidad de soportar algo, de resistir. Esta virtud es raíz y guardiana de otras. Pide tolerar a los demás, con sus errores y debilidades. Sufrir por los demás, estar a su lado, soportar sus debilidades físicas y emocionales. Es necesaria para vivir en paz con los demás.
Las sugerencias de un Papa anciano
18º La oración en el “ayer” del anciano, según san Juan Pablo II
San Juan Pablo II, en la Carta que dirigió a los ancianos como él, pide un “valoración más serena y objetiva de las personas que hemos encontrado y de las situaciones vividas a lo largo del camino. El paso del tiempo difumina los rasgos de los acontecimientos y suaviza sus aspectos dolorosos. Por desgracia, en la existencia de cada uno hay sobradas cruces y tribulaciones. A veces se trata de problemas y sufrimientos que ponen a dura prueba la resistencia psicofísica y hasta conmocionan quizás la fe misma. No obstante, la experiencia enseña que, con la gracia del Señor, los mismos sinsabores cotidianos contribuyen con frecuencia a la madurez de las personas, templando su carácter” (n.2).